COMODORO RIVADAVIA - (Por Raúl Figueroa) Alberto Martín Núñez tenía 8 años cuando miraba el cerro San Bernardo, en el campo de su abuelo, en cercanías de Sarmiento; la imponente pared de roca, de más de 1.100 metros de altura, de alguna manera lo llamaba y marcaría lo que a futuro sería su pasión por escalar; 35 años después de aquellos días iniciáticos, logró certificar en noviembre pasado una escalada de 8.000 metros en el monte Everest, a sólo 800 metros de la cumbre más alta del mundo. Una hazaña que revive en un diálogo distendido y profundo con revista Dom.

Alberto  Martín  Núñez,  44  años.  NYC  sarmientino  (“soy  nacido  y  criado  en  Sarmiento  y  con  orgullo  puedo  decir  que siempre  estuve  en  la  localidad,  ya  que  sólo  me  fui para  estudiar”).  Docente  de  profesión  (cátedra  de  Tecnología,  en  la Escuela Técnica número 725, conocida como “Escuela Agraria”). Montañista por vocación.   “Yo  empecé  hace  tiempo  con  el  running,  era  un  loco  que  andaba  corriendo  por  el   cerro  cuando  no  se  usaban  términos  como  trail running  -(deporte  que  consiste  en  correr  fuera  de  pistas,  por ejemplo  en  cerros)-. Después  algunos  eventos  como  el  cruce Columbia  Patagonia  Run  y  demás  llevaron  a  que  uno  siempre  esté  caminando  o  haciendo  trekking  en  altura, o  al  menos  lo  que  se considerar altura en Patagonia,  con 2.300  ó 2.400 metros. A partir  de ahí ya me animé más  con el tema de la mochila  y el montañismo,  específicamente.  Los  guías  me  decían  que  estaba  flojo  y  me  pidieron  que  me  formara  en  escalada  en roca,  que  lo  hice  con Desplome  Sur,  de  Trelew,  que  tienen  una  palestra    muy  interesante;  y  la  parte  de  escalada  en  hielo  la  hice  con  gente  de  Bariloche, además de otras formaciones, como auto rescate”.

-Vamos al comienzo... ¿tu pasión por las alturas nace frente al San Bernardo?-

Sí, las vacaciones familiares en el campo del abuelo coincidían con la señalada a fin de año, o una pelada de ojo a mitad de año, frente a unas sierras de 1.119 metros sobre el nivel del mar, a pocos kilómetros de Sarmiento. Yo ahí, parado frente al  cerro,  comencé  a  soñar,  pero  no  había  forma  de  que  un  chico  de  8  años  intentara  subir.  Aparte  se  iba  a  trabajar realmente al campo, pero ahí nace el interés.  Ese primer sueño de subir al San Bernardo se cumpliría pocos años después, cuando el abuelo, sabedor de que el chico anhelaba conocer las alturas, un día lo invitó a ascender: “fue  una  vuelta  a  caballo  con  el abuelo;  eran tiempos en que  no  había mucho diálogo, las palabras eran medidas y justas; me dijo ‘ mañana si hay buen clima, vamos a subir’ . Yo en ningún momento le había dicho nada, pero los ojos pedían a gritos, cuando se salía a cazar o había que arriar las ovejas, yo elegía siempre el mismo lugar: la base de la pared”. No  hubo  margen  para  grandes  manifestaciones,  pero  la  huella estaba  marcada: “no  tuve  tiempo  de  festejar,  más  allá  de  la emoción. Pero me traje el regalo de haberlo hecho y que al contarlo, se transformó en algo fantástico para todos los pibes del barrio”. Martín  tenía  por  entonces  12  años  y  pudo  contemplar  brevemente  la  imponente  vista de  los  lagos Musters  y  el  Colhué Huapi (por entonces no sufría la sequía de la actualidad), pero supo que su pasión por escalar no lo abandonaría nunca. “Al día de hoy todavía utilizo esa parte del cerro, ya que los actuales propietarios del campo tienen la amabilidad de permitirme la entrada, como  lugar  de  entrenamiento:  se  dan  condiciones  ideales,  como  temperaturas  bajo  cero  y  otros  desafíos  para  pernoctar  y  armar campamentos, con la ventaja de que está cerca de y funcionan las comunicaciones a pleno”. Martín  abrazó  desde  temprano  el  running  como  deporte  permanente,  el  salir  a  correr  por  cerros  fue  parte  de  su adolescencia y juventud y paulatinamente fue asumiendo nuevos desafíos de escalada, como el Pitriquitrón y otras alturas de la región, hasta que fueron cobrando forma otros proyectos de importancia, intensificándose en los últimos años. Fue durante  una  expedición  al  Lanín  (Chile),  junto  a  otros  amigos,  cuando  uno  de  los  guías  observó  que  su  desempeño  erabueno  y  le  propuso,  casi  en  tono de  broma,  dirigiéndose a  él  y  otros amigos: “ustedes están  preparados para  un  Aconcagua”. Tiempo después, en el año 2014, la broma se tornó en un asunto serio, ya que comenzó a preparar su proyecto para llegar al menos a la base del cerro mendocino (6.962 metros). Un proyecto que le depararía la inserción en un grupo que en pocotiempo lo llevaría a alcanzar nuevas metas, a alturas difíciles incluso de soñar.

MISIÓN ACONCAGUA

Fue entonces que emprendió el viaje a Mendoza “con la idea de llegar a Plaza de Mulas, que es uno de los campamentos base más  importantes  que  hay;  es  el  lugar  donde  se  produce  la  aclimataci ón  y  el  médico  determina  si  uno  está  en  condiciones  de  hacer  el campamento  de  altura,  para  luego  llegar  a  la  cumbre.  Yo  no  tenía  el  equipo  adecuado,  llegué  con  mi  impermeable  y  un  básico  de excursionismo (botiquín y otras  cosas), pero no tenía botas de montaña, ni grampones de  calidad... simplemente  un par de bastones. Ahí conocí a gente de una expedición internacional que estaba  en la base, me albergó en su carpa y me preguntó si iba a subir: les dije que era mi sueño, pero cuando vieron mi equipo, se miraron entre ellos como diciendo ‘ éste está loco, es un amateur’ . Al pasar los días hicimos  algunas  cumbres  de  adaptación,  como  cerro  Bonete,  de  5.600  metros...  y  donde  vieron  que  uno  tiraba  bien,  con  buenas condiciones  anímicas,  fisiológicas  y  demás,  decidieron  incorporarme  como  uno  más,  aunque  nunca  me  voy a  olvidar  cuando  me revisaron la ropa y sólo me dejaron un  calzoncillo largo en el bolso, porque era lo  único que  servía para intentar la cumbre... todo lo demás fue prestado por ellos. Me sumé así a un grupo de 12 personas para el campamento de altura”. La primera parte de la misión Aconcagua estaba en marcha, pero faltaba aún una dura prueba.

VENCIENDO A LA MUERTE

Más allá de que la metáfora puede estar presente en este tipo de expediciones, esta vez fue literal. Hubo que superar la muerte  de  dos  compañeros  de  aquella  expedición.  Así  lo  cuenta  Martín: “Dos  integrantes  del  equipo  (eran  unos  canadienses) salieron una mañana por el llamado ‘ Glaciar de los Polacos’ , tuvieron un problema por falta de sogas y la hipotermia hizo lo suyo... eran parte  del  grupo  y  nos tocó  verificar  el  certificado  de  defunción.  Lamentablemente las  noticias  llegaron a  mi  familia,  había  dos  víctimas fatales y nadie sabía quiénes eran... para mi familia fue muy duro y también para el grupo. Nos preguntaron quiénes iban a seguir. Fue algo totalmente traumático, pero sabía que no iba a tener otra oportunidad. Económicamente me era imposible volver a intentarlo y ya había traspasado la barrera del sueño, que era inicialmente llegar hasta Plaza de Mulas. De los 12, intentamos 7, pero llegamos sólo 3 a la  cumbre:  un  texano,  otra  persona  de  Indonesia  y  yo.  Así  fue  mi  no  pensada  primera  vez  en  el  Aconcagua.  Las  cuestiones  de  la  vida hicieron que me adoptaran en ese equipo y que más de la mitad de ellos no pudiera coronar los 6.962 metros”.

TREKKING EN EL MONTE EVEREST: OTRO SUEÑO CUMPLIDO

El  contacto  con  el  grupo  expedicionario  quedó  establecido  para  futuros  desafíos,  lo  que  terminaría decantando  en  otro casi-sueño imposible, que sin embargo ha cristalizado en los hechos.

-¿Cómo surge posibilidad de ascender 8.000 metros en el Everest?

-A través de un correo electrónico de dos compañeros que había conocido en el Aconcagua, con quienes hicimos también Elbrus  (en  Rusia)  y  el  Kilimanjaro  (en  Tanzania)  y  deciden  hacer  este  treckking  de  altura,  que  es  uno  de  los  más importantes del mundo y consiste en ir hasta el campamento base del Everest, a casi 6.000 metros de altura y es la base más alta del mundo. Me invitan, me dicen que en tantos meses iban a salir y a partir de ahí pregunto cuál es la logística: por suerte  para  mí,  la  misma  de  siempre,  pagarme  el  pasaje e  ir,  porque  el  resto  cada  uno  tiene  su  función  (como comentaremos luego). Y Nepal exigía un guía general y un sherpa para cada expedicionario, que se deben contratar paraentrar al parque Sagarmatha.

-¿Qué son los sherpas?

-Es  una  persona  que  actuará  como  un  asistente  personal  durante  la  expedición,  como  si  fuera  tu  sombra  en  la montaña. Son un pueblo que se formó en el siglo 5, cuando un grupo de mercaderes migró escapando de la guerra de los mongoles... se quedaron en ese lugar de la alta monta ña porque nadie podía encontrarlos; vivieron muchos años comercializando  y  son  los  lugareños  que se  dedican a  guiar a  las  expediciones;  por  lo  general son  muy  j óvenes, de 24,  23  años,  algunos  hasta  de  19,  que  conocen  la  zona  y  te  van  indicando  por  d ónde  ir.  Además,  cada  expedición tiene un guía general. Por otro lado, cada uno debe llevar los bolsos y puedo asegurar que a 4.000 metros de altura, una  mochila  de  45  ó  50  kilos  no  es  fácil;  entonces  se  alquilan  los  yaks,  que  son  esos  toros  peludos,  bastanteparticulares,  que  pueden  trepar  hasta  los  4.500  metros  y  cargan  los  petates,  las  cuerdas  y  los  grampones  de  hierro. Cada uno debe contratar un sherpa y alquilar un yack.

-¿Cuándo se organiza?

-Generalmente desde un año antes, todas las expediciones, porque hay que sacar seguros de vida, seguros de alta montaña, se  coordina  qué  equipos  se  van  a  llevar  (no  puede  haber  carpas  de  más  o  de  menos,  como  tampoco  una  aspirina),  se planifica todo al detalle; una persona se dedica a coordinar el equipo de montaña, otro la documentación, los pasajes, las visas, etc.   Vale aclarar que la intención de Martín y su grupo no era la de intentar cumbre, por varias razones. En principio, porque por  motivos  de  seguridad  Nepal  exige  que  antes  de  un  intento  de  esas  características  se  haya  alcanzado  una  cumbre  de 6.500 metros. En segundo lugar, porque el costo de los permisos y seguros para intentar la cumbre asciende, a valores de nuestro país en noviembre pasado, a un monto del orden de los 670.000 pesos, ya que oscila entre 30.000 y 45.000 dólares. Por ello, el proyecto de esta expedición era lograr dicho certificado, pero se llegó aun más lejos, hasta los 8.000 metros, es decir a sólo 848 metros de la cumbre. Con un costo significativamente menor pero igualmente importante, el esfuerzo para alcanzar esa meta permite sospechar una mínima parte de la inmensidad de la hazaña que torpemente intenta reseñarse en estas líneas.

-Me  contabas  antes  que  se  llega  al  campamento  base,  pero  a  partir  de  allí  se  requiere  mínimamente  un  mes  de aclimatación. ¿Cómo transcurren esos días?

-Les cuento cómo fue: yo salí desde Buenos Aires a Madrid, donde subió parte de la expedición; luego hasta Emiratos Árabes, donde subió el equipo y desde ahí salimos a Katmandú, capital de Nepal. Se pernocta ahí, esa noche se junta toda la expedición, se hacen los permisos. Se toma un avión pequeño, un charter que es de 8 ó 10 personas, que va hasta Lukla, un aeropuerto  muy  particular,  con  una  pista  de  420  metros  colgada  de  las  montañas  y  llegar  ahí  ya  despierta  la  adrenalina total...  es  muy  riesgoso,  pensé  que  no  lo  iba  a  pasar  porque  tiene  que  haber  buen  clima  (NDR:  se  cuenta  entre  los aeropuertos  más  riesgosos  del  mundo,  algunos  videos  en  youtube  muestran  el  tipo  de  maniobra  de  las  pequeñas aeronaves). En el avión vas con bolsas de cebollas, de papas, todo va por avión. Al bajar uno tiene los porters y el pueblo sherpa  ofreciendo  sus  servicios  por  unos  cuantos  dólares, para  alquilar  los  yacks,  la  comida  para  los  yacks,  etc.  Desde Lukla  se  empieza  a  hacer  el  trekking  de  altura,  donde  paulatinamente  se  sube  800  metros  por  día  y  se  desciende  para descansar  el  cuerpo;  y  al  otro  día  se  suben  unos  metros  más,  el  nivel  inicial  hasta  que  se  llega  a  los  4.000  metros,  en Namche Bazaar, que es capital sherpa. A partir de ahí se nos desvía y hacemos distintos campamentos; una de las formas es subir a 5.200 metros, pero bajar a pernoctar en los 4000; al otro día subir a 6.100 metros y otra vez, bajar a pernoctar a los 4.000.

-¿Todo esto en el mismo día, subir y bajar más de 1.000 metros?

-Sí, todo en un día, porque con ese ritmo se va aclimatando el cuerpo, con esos golpes y exigencias. A partir de ahí es una semana más para llegar al campo base, que está a 5.364 metros; ahí tuve muchos inconvenientes al principio, pensé que no los iba a poder pasar, fue durísimo. Psicológicamente nos pasó algo muy fuerte, porque una persona que era el  fotógrafo  de  la  expedición,  salió  al  amanecer,  porque  se  fotografían  ciertos  lugares  donde  aparece  lo  que  se  llama  luz dorada que es algo muy hermoso, pero se mojó en el glaciar Goyko y sufrió hipotermia. Nos costó mucho sacarlo y la moral del grupo se cayó de forma impresionante. Además el  Everest  tiene una particularidad, que uno está durante 18 días  aclimatando  y  todavía  no  se  deja  ver,  uno  no  sabe  hacia  dónde  está  yendo.  A  veces  se  ve  una  pirámide  chiquita entre  las  nubes,  pero  muy  poco  tiempo.  Además,  al  llegar  al  campamento  base  habíamos  tenido  una  gran  decepción, porque había sólo una piedra que decía Base Cam 2016 y unos banderines de oración buda, nada más. Preguntamos dónde  estaba  el  campamento  que  se  ve  en  la  película  y  todas las  fotos  que  aparecen  en  internet,  pero  el  guía  nos  señaló hacia  abajo.  Significaba  que  se  lo  tragó  el  terremoto  que hubo  en  Nepal,  hace  dos  años.  Eso  nos  desmoralizó  mucho, corríamos la nieve y se veían lonas enterradas. Nos caímos mucho, moralmente; habíamos tardado medio mes en llegar al  campamento  base  y  encontrar  eso  fue  muy  crítico,  sentíamos  que  no  valía  la  pena  seguir.  Empezó  el  frío  en  el cuerpo, comíamos poco, yo particularmente no quería más. Me había quedado sin cuerpo...

-¿Cómo encontraste la motivación para seguir ascendiendo?

-Bueno, ese día parte del grupo queda en el campamento base y a mí, con cuatro compañeros más, nos bajan. Los guías inmediatamente detectan si alguien no está bien y yo dije que estaba con lo justo, entonces nos bajaron 1.600 metros, hasta un pequeño pueblo y fue lo mejor que pudieron hacer. Estuvimos dos días completos, dormimos en colchonetas y pudimos comer comida caliente; cuando volvimos éramos los más fuertes y animados, si bien los otros estaban aclimatados, ya había gente deteriorada por el mal dormir. A partir de ahí tomamos liderazgo arriba en la cordada, que es el que va abriendo la nieve (todos vamos con un arnés y una soga, pero los guías por supuesto van adelante). Eso nos motivó a seguir, era el 18 de noviembre y organizamos mejor el campamento.

Parecía que esta vez sí arrancaba la parte final de la expedición, pero no: la montaña tenía reservadas más dificultades: “Tuvimos otra baja porque un muchacho sufrió el llamado mal de montaña, que es algo en lo que la persona se deprime, deja de comer, no  hidrata  bien,  desvaría...  es  distinto a  lo  que  nos  había  pasado antes  a  nosotros, que  fue algo  más  bien  anímico. Había  que  bajarlo,porque es  la  única  solución;  tuvimos  un  error  porque eran las  7  de la tarde  y  preferimos  esperar  al  día siguiente,  pero  al otro  día  había empeorado mucho, ya no se podía mover por sí mismo y hubo que aplicarle dexametazona (un integrante del equipo es paramédico), así que otra vez para atrás: bajamos con un grupo y tuvimos que llamar al helicóptero de rescate, había que bajarlo muchos metros para evitar el edema cerebral (al mismo tiempo, los helicópteros pueden subir sólo hasta cierta altura, porque el aire es más liviano y no les permite sustentabilidad suficiente). Por una cuestión de feeling con la gente, me tocó a mí ir en el grupo que lo acompañaría hasta abajo. En lo personal me pasó algo muy fuerte –cuenta Martín, con la absoluta humildad de quien sabe que no ha conquistado una montaña, sino que apenas se pudo aproximar al trascendente y más grande objetivo de contener su propio ego-. Cuando el piloto me indica que le ponga el cinturón de seguridad, yo le respondo que ya estaba, pero me indica que me asegure si e staba bien abrochado; yo otra vez me encontraba afectado emocionalmente, entonces pasó algo que no recuerdo: lo agarré de la ropa y lo quise sacar, para irme yo; fue  un  momento  que  no  registré,  que  no  recuerdo  porque  estaba  muy  fuera  de  mí,  recuerdo  que  una  mano  me  tocó  el  hombro  y  me preguntó: ‘ ¿no problema?’ . Yo estaba muy angustiado, porque uno despide a alguien que se va y uno también se queda abandonado. Son reacciones del cuerpo, porque la montaña te saca lo mejor y lo peor; fue un impulso inconsciente... yo no recuerdo nada, pero las fotos que muestran esto son durísimas”.

-El hecho  de  contar  esta  anécdota refleja hasta  qué  punto  se trata  de  experiencias  que no  son  para  cualquiera,  que la montaña tiene sus propios códigos...

-La montaña decide. No sos vos, no es tu equipo, no es tu panel solar, no son tus botas italianas. No es tu ego. Antes, en el campamento  base,  hicimos  una  Pusha,  que  es  una  ceremonia  budista;  lo  hacen  en  realidad  los  sherpas  pero  pedimos permiso  para  participar. Se queman inciensos  y  se  tira  una harina  en  el  cuerpo, que  tiñe  la  piel  y  el  pelo de  blanco,  para simbolizar el deseo de que luego de subir, uno se haga viejo y viva. Uno de los lamas, un monje, nos explicó que a partir del campo base ya no éramos nosotros, que nos olvidemos el nombre y que a nadie le interesa si tenemos familia o no, que no era importante el curriculum de montañismo, que a partir de ahí pasamos a ser parte de la montaña...que ella decidía si podíamos pasar o no, que supiéramos respetar su decisión porque si no, nos podía costar la vida.

POR ENCIMA DE 7.000 METROS

La  segunda  parte  de  la  expedición  se  basó  en  el  intento  de  llegar  a  las  bases  previas a  la  cumbre. Ya  estaba  lograda  la certificación de 6.500 metros, pero se podía ir por más. Incluso Martín tuvo una opción para abaratar costos: el sherpa le preguntó –en  un  dialecto  que  mezcla  inglés,  del  que  Martín  tiene  apenas  tiene  alguna  noción  básica-  si  quería  ayudar  a llevar  escalares  (son  de  aluminio –entre  2  y  3  kilos-  y  se  necesitan  para  recambiar  a  los  guías  que  intentarán  cumbre,  a partir de los 8.000 metros). Esas bases también tienen un costo adicional, pero Núñez pudo hacerlo a cambio de esa tarea voluntaria, “casi de colado”, dirá entre sonrisas tiempo después.Las condiciones cambian radicalmente. Si en los primeros días de aclimatación se podían subir y bajar 1.000 metros en un día, por encima de los 7.000 la situación es diametralmente opuesta: “Hicimos alrededor de 400 metros  un  día... y estuvimos 13 horas. Eso fue el trayecto  desde el campamento base hasta el  campo 1, que  está  pasando  el  campo  2,  hasta  una  altura  de  7.400  metros.  Antes  hacíamos  2.000  metros  en  un  día,  pero  acá  la  cosa  es  muy distinta:  el  cuerpo  sufre  diferentes  tipos  de  shocks,  al  haber  tan  poco  oxígeno  el  organismo  está  permanentemente  alerta,  como  si tuviera un sistema de alarma. Cada 15  ó 20 minutos uno se ahoga, si intenta dormir ese ahogo te despierta y toda la musculatura se contrae; entonces hay que dormir sentado, con los petates puestos para que el cuello no caiga hacia los costados, porque pued e provocar un  bronco  espasmo.  A  la  noche  no  se  puede  salir  de  la  carpa  para  orinar,  se  orina  en  botellitas  que  luego se  ponen  en  la  bolsa  de dormir para mantener la temperatura.  Además uno duerme con el arnés, la picota de escalada y los grampones atados a la mochila, porque  si  hay  un  derrumbe  y  es  necesario  salir  corriendo,  en  el  apuro  se  pueden  perder  los  elementos  sin  los  cuales  después  será imposible sobrevivir. Esto erosiona muchísimo el ánimo, provoca un gran desgaste; nos met ían a la carpa a las 6 de la tarde y no podíamos salir hasta las 9 de la mañana siguiente, porque la temperatura era de 10 grados bajo cero o menor aun”. Observar  las fotos de esos momentos críticos, en la parte más alta, aporta otros indicios sobre el  esfuerzo que implica transitar esas alturas. Los  rostros hinchados por  la insuficiencia de oxígeno casi desfiguran a  las personas, expuestas  a una serie de penurias que hace inevitable la siguiente pregunta:

-Decíamos que hay que dejar de lado el ego porque te puede matar ahí arriba. Ahora, ¿qué otra explicación hay para sufrir tanto esfuerzo y sacrificio que no sea el mero ego? ¿Qué otra motivación hay?

-Es  una  buena  pregunta.  El  ego  te  puede  hacer  actuar  privilegiando  tu  vida  respecto  a  tu  compa ñero  en  algún momento. Tampoco aparece la idea de muchos, que dice si llegu é al campo 1, cómo no voy a llegar al campo 2. Uno debe  tener  una  concentración  tal que no sé  si alguna vez  la volveré  a  tener  para  (la  cumbre  del)  Everest.  Uno debe tener un estado psicológico tal donde debe sacar de sí todo tipo de emoción, porque si extrañás a tu familia, te largás a  llorar  y  quebrás  emocionalmente,  porque  nos  ha  pasado.  Porque  si  uno  es  Mart ín  Núñez  y  se  pregunta  en  algún momento ‘ qué hago acá’ , se terminó todo. El tratar de sacar eso (y respondo a tu pregunta) lleva a generar una espec ie de  psiquis  colectiva,  grupal, donde uno  ya no  es  uno:  es  una entidad grupal, donde  todos  nos  preocupamos  por ver que todos estemos súper bien, porque al día siguiente a ese que está caído lo tendremos que arrastrar para abajo. Nos desvivimos por preparar un té caliente para quien no está bien; han pasado cosas impresionantes, como que alguien salga a  derretir  nieve  para  preparar  un  té  para  el  compañero  que  vio  caído, poniendo  en  riesgo su  propia  vida. Y  le preguntan por qué hizo esa locura y responde ‘ porque estaba preocupado por vos, te vi que no hidrataste bien’ . Un té en el Everest no tiene valor, pero te puede costarla vida.  Queda claro, en el razonamiento del escalador, que la fortaleza de la cadena está marcada siempre por el eslabón más débil. Para fortalecerlo, el ego puede ser un gran impedimento.

EL CAMPO 3, A “8 CUADRAS” DE LA CUMBRE...

El  último  tramo,  entre  los  campos  2  y  3, de  apenas  680 metros  de diferencia,  es  el  último de  la  expedición,  que  podrá coronar así la meta de los 8.000 metros de altura. Será, también, el trayecto más dramático. “La distancia de la base 2 a la 3 es insignificante, pero se hace eterno; no vi nada. Sólo recuerdo un suelo blanco de nieve y las botas de mi compañero, que iba adelante. No tenía fuerzas para levantar el cuello y ver para el costado, no nos dejaban sacar fotos y lo  único que pensaba era cuál pierna había movido, para mover la otra. Se deja de escuchar el crepitar de los grampones en el hielo, uno debe hacer una inspiración  profunda  y  después  respirar  dos  veces  más,  para  evitar  el  tema  de  la  apnea,  o  sea  respirar  muy  rápido  y  caer  en  la hiperventilación.  Son  seis  horas  de pensar  en  que  debía  poner  un  pie  delante  de  otro  y  respirar 4  veces cuando terminara el  ruido  de la bota.  Es  una  meditación  impresionante,  la  mente  queda  totalmente  en  blanco  y  no  duele  nada,  es  un  punto  muerto.  Lo  único  que  me molestaba mucho  era  el  latido  del  corazón,  que  lo  sentía  en  mi  cabeza  y  me  preocupaba. No  es  como en  la película,  que muestra  a los protagonistas que van todos charlando, eso es imposible”. Faltan menos de 200 metros para llegar a la base 3, de 8.000 metros de altura y Mart ín ahora siente que las fuerzas no dan para cubrir esa escasa distancia. Camina unos pasos m ás pero la presión no deja de crecer, con un latido en su cabeza; la respiración está muy acelerada y el cuadro se complica a cada segundo. Siente ganas de descansar, pero el sherpa, ese acompañante que se ha movido como su propia sombra en todo el trayecto, lo sostiene por el cuello y no  lo  deja  caer,  porque  está  dicho,  nadie  puede  cargar  a  nadie  ahí  arriba:  si  la  cabeza  se  tumba  hacia  un  lateral  o hacia  abajo,  tratando  de  tomar  una  tregua  por  el  cansancio,  puede  ser  fatal  por  la  interrupci ón  de  las  vías respiratorias. El sherpa le muestra el reloj y le hace  señas, pero Martín ya no entiende. Aparece por primera vez una preocupación,  en  la  que  no  había  pensado  antes.‘ ¿Cómo  vuelvo?’ ,  piensa.  Es  que  no  hay  más  fuerzas.  Es  en  ese instante  cuando  ve  en  el  suelo  blanco  una  soga  de  color  fosforescente  que  se  arras tra,  mostrando  el  límite  que  la montaña ha impuesto para  él y que sabrá respetar al pie de la letra. Porque ha entendido cabalmente que la meta no es llegar, sino también volver: “Fue en ese momento que comprendí que mis compañeros me habían desatado del cordel, para llegar hasta la base 3. Yo ya no podría  hacer  esos  200  metros  que  me  faltaban;  mis  compañeros  hicieron  esos  pocos  pasos,  sacaron  la  foto  en  los altímetros  y  volvieron  a bajar; yo seguía en el mismo lugar, con el sherpa sosteniéndome, pero no me acuerdo mucho. No recuerdo quién me sacó la escalera de aluminio, para llevarla a quienes la necesitaban más arriba. Sé que volver hasta el campamento se hizo eterno, pero al llegar fui el que más festejó. Creo que mi alegría era mayor a la de quienes habían logrado llegar al campo 3, sentía un gran orgullo. En un momento veo  al  sherpa  que  me  acompañó,  que  estaba  totalmente  desmoralizado,  porque  no  me  pudo  ayudar  a  llegar  a  esa  meta.  Lo  vi  llorar, era increíble, yo lo consolaba a él, que decía que se iba a replantear seriamente seguir haciendo ese trabajo. Creía que me falló por los 120 metros que no pudimos hacer. Yo estaba feliz por m í y también por mis compañeros”.

-¿En qué te cambió una experiencia tan fuerte?

-Yo fui siendo un occidental egocéntrico, era una persona que hablaba de la marca de las botas que me había comprado, que tenía la oportunidad, comentaba lo que había hecho y lo que no, tenía el ‘yo’ por delante. Yo hice Rusia, yo hice el Kilimanjaro, yo... el de Sarmiento. Cuando bajé me sentí totalmente diferente, más tranquilo; por primera vez no había hecho cumbre, pero estaba más feliz que cualquiera de las cumbres logradas. Cuando duele y hay calambres es en la bajada, porque uno en la subida va con adrenalina, las reservas están a full. El fin del camino no es la cumbre, es apenas la mitad, porque después tenés que volver, por más que saltes y festejes allá arriba. La meta está cumplida cuando volvemos a casa.

CENTRO DE ACTIVIDADES DE MONTAÑA DE SARMIENTO

Además de un referente del running en Sarmiento, Martín Núñez integra el Centro de Actividades de Montaña de Sarmiento (CAMS), en el que promueve con entusiasmo una serie de proyectos y concreciones que ya lo posicionan como referencia en la región: Esto surge por una iniciativa propia de ver que las actividades de montañismo estaban en Sarmiento, pero demasiado disueltas y no había un marco que las integrara; siempre hubo trail running con referentes muy importantes, siempre hubo mountain  bike,  había  gente  que  le  gustaba  el  rapel  pero  no  se  juntaba...  había  gente  que  le  gustaba  la  fotografía  y  hacían concursos  de  fotos  en  otros  lugares,  pero  no  en  Sarmiento.  Entonces  nos  pareció  prudente  dar  un  marco  institucional  para crear, en poco el tiempo, el Club Andino Sarmiento. Para eso creamos 5 áreas, entre las que se cuenta el trekking, para gente que se inicia recién en las caminatas. Hace un tiempo hicimos una caminata al Bosque Petrificado, con más de 100 personas. Con la Secretaría de Deportes hicimos senderismo por el Musters, siguiendo la huella del Senguer, cuando estaba la decreciente del río. En el Día Internacional de Turismo, también con la Secretaría, hicimos concurso de fotos para la Feria del Libro, junto a la  Secretaría  de  Cultura.  Ahora  estamos  trabajando  con  Medio  Ambiente  y  hemos  integrado  las  áreas  municipales  con diferentes  actividades  deportivas,  con  tanta  suerte  que  un  integrante  de la  guarnición  militar,  Julio  Argentino  Montiel,  nos informa  que hay una palestra  y   una  escuelita  de escalada dentro  de  la  guarnición:  así  que  ahora,  con  chicos  de  8  a  12  años, estamos haciéndolos subir a la palestra por primera vez.

4 G EN LAS ALTAS CUMBRES

La comunicación de Nepal se organizó para que vía tecnología micro ondas se pueda contar con conexión 4 G incluso en la altura, ya no se usa más comunicación satelital desde el campamento; incluso hacíamos video conferencias para comunicarme con mi familia, con mi esposa y mi hija que a las 5 de la mañana estaba conectada desde acá.

ALMUERZO INVITADO POR LOS YAKS

Habíamos  pasado  mucha  hambre,  como  buen  argentino,  porque  ellos  no  comen  carne,  sólo  arroz  y  legumbre  y  eso  nos llenaba  hasta  cierto  lugar.  Con  otros  compañeros  nos  robamos  la  comida  de los  yacks,  que  era  una  especie  de  harina  o  un cereal molido, como el nestum que se les da a los chicos. Se les prepara eso con agua y como teníamos hambre les sacábamos un par de cucharadas de la bolsa para preparar un omelet con huevo o una especie de panqueque. Así no nos hacía tanto ruido la panza. Teníamos tecnología de paneles solares, 4 g para conectar la tablet, pero salíamos a robar un poquito de harina a los animales.

LOS CUERPOS DEL EVEREST

Nos advirtieron que íbamos a ver cosas muy duras, como los cuerpos del Everest, que es lo primero que preguntan todos, si los viste. Son los montañistas que han muerto en otras expediciones. Y sí, están, pero lo que uno ve son simplemente una campera fusionada  en  el  hielo  y  sinceramente nadie levantó la  cabeza  para ver; yo iba cuarto en la  cordada y no  vi a nadie que  prestara atención;  se toman  como punto  geográfico, pero se  trata con  mucho  respeto.    Antes de subir,  hay  un lugar donde se  les  rinde homenaje, están los nombres de las personas que dejaron su vida; hay que aclarar que no se pueden sacar porque a 7.000 ú 8.000 metros de altura, no hay fuerza humana suficiente para arrastrar esos cuerpos; es imposible cargar, apenas se puede caminar. Dábamos un paso y teníamos que respirar 4 veces antes de dar el próximo.

SEGURIDAD EN LAS ALTURAS

Hasta  los  2.000  metros,  usualmente,  hay  vegetación.  De  los  3.000  en  adelante  aparece  una  zona  rocosa,  con  muy  poca vegetación;  de  los  3.000  a  los  4.000  empieza  es  todo  zona  de  roca. En  los  5.000  hablamos  de  las  nieves  eternas,  incluso  en Africa. A los 6000, viene la parte glaciaria, que es la compactación de la nieve de muchos años, se le va el aire y se genera una masa como cemento. En esa parte uno no puede ir a mano o con guantes, sino que en la bota se pone una base de 12 dientes filosos de aluminio, que se van clavando en el suelo para avanzar, en un plano  inclinado de unos 30 grados. En la mano se usa una piolet o picota técnica, que es una especie de hoz que se va clavando. En lugares de riesgo se usan unos tornillos de hielo, que se fijan en la pared glaciaria, se le coloca un mosquetón y a partir de ahí uno se sujeta con un arnés. Es decir que uno en ningún momento, estando en su sano juicio, hace una escalada libre a 5.000 metros de altura. Además siempre está el guía y el compañero de cordada. Uno va lo más seguro posible.

PAYASO

Cada integrante de la expedición tiene un lugar determinado en el grupo, de manera que contribuye a la logística enorme que requiere un viaje de características internacionales como las que requieren las principales cumbres del mundo. Está el que se encarga de los equipos, el médico o paramédico, que llevará botiquín para toda la expedición... a mí me toca algo que yo defino como payaso,  porque  el  tema  anímico  es  muy  peligroso  y  así  como  el  buen  ánimo  es  contagioso,  también  si  pasa  algo negativo se torna una bola de nieve muy peligrosa: una quemadura con una soga, un martillazo en el dedo o cosas así cambian el  ánimo  del grupo  negativamente.  Como  yo  trabajo  con  chicos en  la  escuela,  puedo  detectar esas  situaciones  rápidamente. Entonces  un  chiste,  un  comentario,  una  mueca  pueda  hacer  que  la  mente  grupal  se  retrotraiga  y  deje  de  lado  el  punto  de preocupación. Por ejemplo en Indonesia no hay viento y entonces cuando las lonas de las carpas se sacudían por el viento en la montaña y gente de ese país se veía muy preocupada, porque parecía que se volaba todo, yo salí corriendo una vez en cueros y dije my  country,  Argentina,in  Patagonia,  this  no  wind  jaja  y  entonces  todo  el  mundo  se  ríe.  O  pasa  cuando  hay  que  hacer ascensos  por  grietas  glaciares,  que  son  muy tediosos,  porque  hay  que  ir  despacio,  soy  de  bajar  haciendo  rapel  y  dejar  algún dibujo, sabiendo que minutos después van a pasar y verán el dibujo... cosas así, que pueden contagiar una sonrisa y uno se gana un  lugarcito  con  esto,  con  lo  que  yo  traté  de  generar  una  empatía  a partir  de  las  cosas  feas  que  pasaron  en  Aconcagua.  Y prendió.

OTRAS EXPERIENCIAS INOLVIDABLES, MÁS ALLÁ DE LAS CUMBRES

Martín   Núñez   hizo   también   otras   cumbres   de   gran   renombre,   además   del   Aconcagua,   como  el   Kilimanjaro   (5.895 metros, septiembre  de  2014).  De  cada  una,  destaca  experiencias  muy  particulares.  En  Tanzania,  por  ejemplo,  pudo  tomar contacto  con  niños  de una  escuela,  movido  por  su curiosidad  como  docente,  aceptando  las pautas  culturales  de la  gente  del lugar  y  compartiendo  una  tarde  de  juegos  y  hasta  una  cena,  luego  de  haber  trabajado  con  ellos  durante  un  rato  en  una plantación  de  café  (previamente,  lo  habían  invitado  a  almorzar  pero  no pudo  comer  al  no  haber  trabajado  antes). Fue  una experiencia  muy  enriquecedora,  agarraron  las  hojas  de  una  palmera  y  armaron  una  pelota,  me  dicen: Maradona͛...  y  nos pusimos a jugar al fútbol, aunque ellos no sabían pronunciar esa palabra. Otra vez, la cumbre no fue lo más importante, sino esta experiencia con los chicos.

Más  adelante,  fue  el  turno  del  Elbrus,  en  Rusia  5642  metros  (Julio  del  2015,  donde  compartió  el  logro  con  otro comodorense,  Sergio Vahnovan, que también relató esa experiencia en las páginas de Dom). Algo que nos tocó ver fue el paso  de  los  tractores  de  nieve,  que  por  el  auge  del  merchandising  llevaba  turistas  sin  aclimatación  previa  hasta  los  4.000 metros y  cualquiera,  con  pasar una tarde,  podía llegar  a hacer cumbre. Veíamos gente bajar  de esos vehículos  y  vomitar  a los tres pasos, porque es muy riesgoso hacerlo de ese modo; era muy duro también salir caminando de madrugada y que las orugas  nos  pasaran  al  lado  y  nos  tiraran  hielo,  cobrando  unos  cuantos  d ólares  para  llevar  gente  arriba.  Nosotros  no  teníamos  los  dólares,  pero  además  hicimos  la  aclimatación  como  se  debe, porque  ese  tipo  de  experiencias  puede  poner  en riesgo la vida o la salud de las personas. Además tuvimos el honor de ir con un guía ruso que se llama Antony Boloniev, un leopardo de las nieves, porque el padre fue uno de los que abrió el camino del Everest. Realmente aprendimos mucho con él. La  diferencia  entre  pagar  el  tractor  y  hacerlo  del  modo  correcto,  caminando  y respetando  los  tiempos  del  organismo  para aclimatarse, coincide Núñez, acaso sea la misma que hay entre vivir una experiencia o simplemente consumirla.  No  hay  una  cumbre  más  importante  que  otras,  todas  tienen  un  grado  de  satisfacción  en  sí  mismas  y  lo  mejor  está  en  el camino hacia ellas.

LOS HÉROES DEL EVEREST

Acá los héroes no son los escaladores. El primer héroe es el guía general, la persona que va probando las grietas, arriesgando su  propia  vida.  En  segundo  lugar,  los  yaks,  esos  animales  que  ayudan a  llevar  los  equipos  hasta  los  4.500  metros    y  que son impresionantes, que en un  momento los escuchamos romper el vaso contra la roca, porque no están herrados y sin embargo siguen. Apretábamos los ojos al escuchar ese ruido, porque no queríamos mirar. También están los pilotos de helicópteros, que hacen un trabajo impresionante y son realmente buena gente. A veces llegan con un paquete de galletitas o un caramelo y eso realmente es invaluable allá arriba. Y por último está el escalador.

AGRADECIMIENTOS DE MARTÍN NÚÑEZ

En especial a la familia y amigos de montaña que me acompaña incondicionalmente. - Prof. Walter Ñonquepan presidente de Chubut Deportes. - Áreas Turismo, Deportes y Prensa de la Municipalidad de Sarmiento. - Al C.A.M.S. (Centro de Actividades de Montaña de Sarmiento). - Mario Oyola (CrossFit Dauk) - Pablo Piccone guía U.I.A.G.M.

PARA SEGUIR ESCALANDO

Everest es una entretenida película, basada en hechos reales, que cuenta la historia de un grupo expedicionario que intentó hacer cumbre en el año 1996, aunque el resultado final no fue el más feliz. Con las lógicas licencias que debe tomar el cine para contar una historia atractiva, el argumento refleja con bastante claridad el dramatismo que puede vivirse a esas alturas.

Fuente: Revista Dom

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