CAPITAL FEDERAL - El cirujano cardiovascular Juan Carlos Otondo (48) pasó dos meses internado en terapia intensiva. Tras perder 23 kilos, pudo volver a su trabajo, aunque padece secuelas por la enfermedad. Sin embargo, su vocación es más fuerte: “Voy a morir atendiendo”, asegura. 

El 13 de julio de 2020 Otondo confirmó que había contraído covid. Al atender a 50 pacientes por día, entre el quirófano, la guardia y el consultorio, en cuatro sanatorios diferentes, no podía saber dónde se había contagiado.

El médico no tenía enfermedades previas, no tomaba medicación ni fumaba. Si bien los primeros síntomas fueron dentro de todo leves, luego su cuadro se complicó.  

En diálogo con Clarín, contó su experiencia tras haber sido un paciente crítico. 

El 16 de julio ingresó por complicaciones derivadas del coronavirus al lugar donde había hecho su residencia: el Hospital Argerich. Allí tuvieron que trasladarlo a terapia intensiva a las 48 horas de ser internado por complicarse su cuadro y padecer dificultad respiratoria. Lo conectaron a un respirador y le realizaron una traqueotomía. Recién el 8 de septiembre le retiraron la cánula.

Durante sus dos meses de internación, Otondo padeció, entre otras enfermedades, una neumonía asociada al ventilador, que derivó en un cuadro de sepsis o infección generalizada; una infección renal aguda, por la cual tuvo que someterse a diálisis; y hemorragias digestivas, que requirieron tratamiento quirúrgico.

El médico perdió 23 kilos y la falta de masa muscular no le permitía ni siquiera pararse. “Me saqué una foto con el celular y me di cuenta de que no era yo: estaba delgado, con los ojos saltones”, confiesa.

“Al despertar, recordaba episodios confusos -relata tras la sedación-; principalmente cómo empezó y cómo terminó todo. Al principio no sabía qué fecha era, si era de día o de noche, qué me había pasado. Tengo como un lapsus. Recién cuando tomé conciencia, vino el miedo respecto a lo que había pasado y cómo podía quedar”, agrega.

Sufrió trastornos de la sensibilidad, con efecto de frialdad en los dedos anular y meñique, un “pie equino” (doblado y con rotación parcial interna). “Me surgieron preguntas, temores. Por ejemplo, de no recuperarme, de recuperarme parcialmente o de quedar con secuelas severas, lo cual representa un problema personal, familiar y económico”, confesó el cirujano.

Sus ingresos mermaron durante su estadía en el hospital ya que en algunos trabajos no estaba en relación de dependencia. “Soy católico, tenía fe en Dios. Pero lo que más me impulsó era buscar el bienestar. Si uno se queda en casa, no genera recursos, no puede cumplir con las necesidades básicas, no puede comer. La necesidad de un sostén económico me estimuló, me ayudó a que siguiera adelante”, dice. 

“No tengo más que agradecimiento con los trabajadores del Argerich. Es lindo saber que hay personas que te quieren, que han estado ahí, teniéndote presente en las cadenas de oración, acudiendo a donar sangre. Ahí te das cuenta de que existe gente que ni conocés y está para vos”, expresa.

Otondo es oriundo de Bolivia y hace dos décadas que vive en nuestro país, donde se hizo grandes amigos, entre ellos su par José Orozco, con quien hizo la residencia y, desde entonces, crecieron y trabajaron juntos.

“El jueves antes de que lo internaran operamos juntos. Cuando me mandó la tomografía con el daño pulmonar no lo podía creer. Hablábamos siempre de cómo nos iba a pegar el virus, pero nunca pensamos que iba a ser así”, detalla. 

“Recibía llamados todos los días de gente preguntado por él. Es un tipo muy querido, una gran persona y un animal de laburo. Cuando vinieron los días feos, en que todos esperábamos lo peor, era súper angustiante. Un día finalmente empezó a mejorar. Dejó de sangrar por el intestino. El riñón arrancó y salió de diálisis. En aproximadamente cuatro días ya estaba despierto, sin respirador. No lo podíamos creer. Fue una felicidad increíble. Tenía más de 20 kilos menos, estaba súper golpeado, pero vivo. Lo podíamos ver más seguido, lo visitábamos y lo ayudábamos. No caminaba, movía muy poco las manos, pero la cabeza estaba intacta”, recuerda Orozco..

Y agrega que "fue un caso muy duro para nosotros, porque trabajó con muchos de los estamos en terapia y nos acordábamos de él. Al principio teníamos mucha esperanza, porque no tenía antecedentes, porque es joven, sano, sin factores de riesgo. Pero a medida que fue avanzando la enfermedad, aparecieron muchas complicaciones graves. Se vio la solidaridad del Hospital. Llamaban, consultaban por él, se acercaban. Para nosotros fue muy difícil, porque fue uno de los primeros colegas, amigos que atendimos. En algún momento, tuve miedo de que no saliera. Su hermana Cristina, que es intensivista, venía todas las noches. Todos pensábamos en sus parientes que viven lejos, en sus hijos, en sus afectos. Estábamos en un momento en que el protocolo de visita de familiares no existía”, suma una las profesionales del Argerich que atendió al doctor en la Unidad de Terapia Intensiva (UTI).

“Me acuerdo de un día, cuando había empezado la mejoría, que Juan se enojó por algo. Lejos de molestarnos, sentimos alivio y pensamos: ‘Si tiene fuerza para enojarse, es porque va a estar bien’”, revela, entre risas.

Otondo volvió a su casa el 16 de septiembre. “En la etapa posterior a la extubación vi que tenía escaras en los puntos de apoyo: en el cuero cabelludo, en la región occipital, en la parte sacra y en ambos talones”, dice. Luego, las escaras fueron cicatrizando, pero todavía tiene que realizarse curaciones en los talones y no pudo volver a ponerse zapatos ni sus medias habituales, por ejemplo. 

Con el tiempo, el profesional pudo volver a trabajar. Empezó con consultorio y ecografías oero este mes volvió a todos sus cargos, incluso a las guardias de 24 horas. “Mi expectativa es volver a la normalidad en la parte laboral: yo soy cirujano cardiovascular, trabajo con mis manos. Necesito alcanzar una mayor fortaleza, mayor rapidez, mayor agilidad. Por suerte, soy parte de un equipo de varios cirujanos y nos ayudamos entre nosotros. Igual... con todo lo que logré hasta ahora, ya me siento feliz”, manifiesta el médico que, a diario, se enfrenta a pacientes Con covid o con síntomas del virus.

“Se alternan una confusión de sentimientos. Uno, comprensible, es el miedo. Decís: ‘Uh, otra vez. ¿Qué va a pasar?’ Se vienen a la cabeza recuerdos... el miedo siempre está. Pero también sabés que la persona necesita de vos y que podés evitar que llegue a lo que vos pasaste. Entonces lo que uno busca es atender, brindarle al paciente todo lo que necesita y ayudarlo a que no tenga complicaciones”, precisa,

Pese a todo lo que debió padecer tras vivir la peor cara del virus en carne propia, no dudó nunca de su vocación: “Eso nunca estuvo en cuestión. Nací para ser médico, voy a seguir siendo médico y creo que voy a morir atendiendo”.

“Me da pena que haya gente que no comprenda la gravedad de problema -lamenta-. Esta es una enfermedad que le puede tocar a cualquiera: no respeta sexo, clase social, nada. Hay que evitar asistir a eventos donde haya una congregación masiva, mantener la distancia social, el uso de barbijo adecuado, el lavado frecuente de manos, el uso de alcohol. Son las medidas generales que todos conocemos, pero no las estamos aplicando. No tener cuidado es un riesgo potencial. Se trata de ser conscientes y tomarse un minuto para colocarse en el lugar de las personas que la están pasando mal”. 

Fuente: Clarín

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