COMODORO RIVADAVIA (Por Raúl Figueroa / Especial para ADNSUR) - El 18 de febrero de 2010 hubo un primer aviso de que lo “extraordinario” podría empezar a ocurrir con alguna frecuencia en Comodoro. En esa ocasión, cayeron 42 milímetros de lluvia en apenas 26 horas, de los cuales la mitad se precipitó en apenas 3 horas.

Tres personas muertas fue el saldo de aquella tragedia climática, que arrojó una cifra de agua caída que resulta ‘apenas’ el 10 por ciento de los casi 400 milímetros caídos en las últimas semanas en la ciudad. Entre aquel “imprevisto” y el actual transcurrieron 7 años.

Y las obras proyectadas en aquel momento todavía están a medio camino, con riesgo cierto de que los años sigan pasando antes de que se vean culminadas, mientras que la ciudad tampoco supo priorizar en su agenda pública la real situación de emergencia que ya desde entonces (y mucho antes) atraviesa en materia de infraestructura básica: canales pluviales, redes cloacales y aterrazamiento del cerro Chenque.

La catástrofe climática que se desató sobre Comodoro Rivadavia sale de toda escala. Es cierto. A tal punto, que las consecuencias son asimilables a las de un terremoto. Superó cualquier previsión posible.

Es tan innegable ese hecho como también aquellas postergaciones que reflejan con total crueldad que el aviso de 2010, que tuvo réplicas en enero de 2013 (con gran cantidad de agua y granizo en dos horas) no sirvió para que lo “imprevisible” de hoy tuviera efectos al menos más atenuables. En concreto: quizás los daños no habrían sido totalmente evitables, pero la pregunta que empieza a salar las heridas es cuánto de todo el caos se podría haber reducido, o controlado, de haber puesto el eje político y la fijación de metas donde realmente correspondía.

LA EMERGENCIA QUE NO SE DECLARÓ

Una de esas oportunidades pasó también de largo cuando en junio de 2012, un proyecto de ordenanza impulsado desde el área de Medio Ambiente municipal apuntaba a declarar la Emergencia en materia de infraestructura de servicios básicos de Comodoro Rivadavia, entre los que se detallaba la precaria situación del abastecimiento de agua, redes cloacales y pluviales.

Sobre este último sistema, la iniciativa advertía:

“Que el sistema de evacuación de aguas pluviales en la ciudad, es insuficiente y requiere de un porcentaje importante de obras para la cobertura urbana”, considerando además que “el crecimiento poblacional no fue acompañado por el mejoramiento y la ampliación de estas obras hidráulicas”.

Asimismo, citaba que “los conductos históricamente construidos no necesariamente se ajustan a la topografía original del terreno y/o al diseño de las cuencas hidrográficas naturales”. Y añadía el dato histórico obvio, en tanto “el dimensionamiento del sistema en la zona sur, fue en su oportunidad diseñado para una ciudad cuya urbanización llegaba a la Avenida Lisandro de la Torre partiendo desde la costa, considerando zona subrural o rural toda la topografía ubicada al oeste de la mencionada arteria”.

El mismo déficit se planteaba frente al crecimiento urbano en zona norte, en todos los casos señalando que las modificaciones del suelo en su estado natural generaban nuevos desafíos frente al escurrimiento de aguas de lluvia.

El proyecto, que nunca fue tratado por el Concejo Deliberante. Tal vez hubiera permitido no sólo apuntar al financiamiento de las obras necesarias, sino que apuntaba también al “fortalecimiento institucional, el análisis de las capacidades propias y de recursos humanos, el fortalecimiento operativo, técnico y de control y la articulación y coordinación entre organismos”.

LAS REDES CLOACALES

Sobre las redes cloacales, vale citar algunos párrafos. Vale el esfuerzo de un minuto más de lectura de los fundamentos, para preguntarse cuáles son las contrapartes de la imprevisión: “la condición sanitaria en muchos barrios de la ciudad se encuentra en situación de riesgo, toda vez que se convive a diario con desbordes cloacales y que el abastecimiento de agua y los desagües pluviales resultan precarios.

Que existen denuncias e investigaciones instadas por la Unidad Fiscal de Investigaciones en Materia Ambiental (UFIMA) por la contaminación costera por vertido de efluentes sin tratar en el Barrio Stella Maris que comprometerían la responsabilidad del estado municipal. Que existen antecedentes jurisprudenciales de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, responsabilizando al estado Nacional, Provincial, Municipal y a sectores empresariales, obligándolos a realizar el saneamiento ambiental en la cuenca Riachuelo Matanza (ACUMAR)”.

Y agregaba la fundamentación: “Que localmente existen denuncias e investigaciones asociadas, por la Unidad Fiscal de Investigaciones en Materia Ambiental (UFIMA) en relación a la contaminación costera, por vertido de efluentes sin tratar en el Barrio Stella Maris, lo cual podría comprometer al estado municipal. Que en la realidad cotidiana, no existe una clara delimitación de responsabilidades ni suficiente articulación para la construcción y operación de los sistemas en

emergencia.

La declaración de emergencia hubiera permitido gestionar financiamiento ante Nación y Provincia con mayor precisión, en lugar de confiar por entonces con dogmática ceguera (ambos términos suelen ser asimilables en la práctica) en el “alineamiento” de astros kirchneristas (Nación-Provinica-Municipio) o, en la actualidad, apuntando a la lucha “ideológica” contra un gobierno nacional al que la Patagonia le resulta un barrio demasiado lejano.

LA TORMENTA PERFECTA

Llegados al año 2017, vale mirar en retrospectiva lo que se dijo después del alud de 2010. Se plantearon obras fundamentales, entre ellas el colector pluvial de avenida Quintana, el colector cloacal sur y el aterrazamiento del cerro Chenque.

El primero de los nombrados está ejecutado hasta alrededor de un 60% y depende de la obtención de fondos provinciales y nacionales para su culminación. Se había licitado en 2013 (tres años después del alud de 2010) por un monto superior a los 70 millones de pesos, pero con las postergaciones y redeterminaciones de obra, la parte que resta terminar hoy (hacia la zona del club Santa Lucía, donde se sufrieron algunos de los problemas más graves de la tormenta iniciada el 29 de marzo) la obra requeriría para su conclusión alrededor de 150 millones de pesos. Para tomar dimensión del monto, sólo ese proyecto demanda el triple del primer envío de dinero del gobierno nacional tras la nueva catástrofe, con 50 millones de pesos.

El aterrazamiento del Chenque está culminado en alrededor de un 60%, pero se necesitan todavía cientos de millones de pesos – a ser gestionados ante Nación- para afrontar su etapa más delicada: la ladera Este, que da al mar sobre la ruta, dejando ese paso en un estado cuya vulnerabilidad deberá ser evaluada de inmediato. Paralelamente, se tendrá que evaluar la acción erosiva del mar sobre la costa, que permanentemente quita estabilidad al talud sobre el que se apoya el gigante de greda.

El colector cloacal sur está casi terminado, luego de años de demoras, en una obra iniciada por Provincia y cuyo estancamiento terminó provocando la destrucción del pavimento de avenida Chile, que ya antes de la tormenta estaba en estado precario y que ahora resulta inexistente.

Sin embargo, quedó en evidencia que se requiere un nuevo colector pluvial para canalizar agua acumulada en la avenida Polonia, en paralelo al canal de la Roca (cuya insuficiencia quedó una vez más en evidencia), para evaluar la gran cantidad de agua que se junta en “lluvias normales”, para no volver a caer en la excusa de que la actual fue extroardinaria.

¿Se podrá construir una agenda profunda, que fije estos objetivos prioritarios? ¿Se buscarán los instrumentos apropiados, aun para aceptar que las grandes obras no pueden financiarse desde el municipio, pero sí para adoptar un modelo de gestión capaz de encaminar aquellos requerimientos?

El tiempo de la tormenta “que superó todas las previsiones” ya pasó. Antes un hubo un espacio amplio –de años- de imprevisión, de decisiones políticas improductivas, más ligadas a la interna partidaria y al debate de conventillo, que a la proyección de una ciudad acorde a la importancia de Comodoro Rivadavia.

Alguna vez desde este espacio nos permitimos bromear acerca de rezar para que llueva, hablando de la sequía en los lagos que abastecen de agua en la ciudad. La broma hoy se torna paradoja cruel, pero sirve para insistir en una convicción: no se puede vivir confiando al azar, o a una ruleta que siempre favorece a los mismos apostadores, la ciudad que debemos legar a nuestros hijos.

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