“Es un poco relativo esto de los tatuajes. Todo ha cambiado. Antes había unos pocos comercios, ahora creció y hay un montón de lugares donde ir. Con los tatuajes pasa lo mismo: tenés varios lugarcitos donde ir, vos vas a ir donde más te guste y donde mejor te sientas porque hay diferentes estilos”. 

Mario Mansilla se acomoda en el sillón donde habitualmente se sientan los clientes y se sienta a hablar de tatuajes. Admite que no es el lugar donde se siente más cómodo. Es perfil bajo y siempre prefirió el silencio. Sin embargo, esta vez, luego de mucho pensarlo, aceptó.

Él es tatuador de la primera hora, de aquellos que nacieron en épocas donde los celulares no existían y mucho menos internet. 

Hace más de 20 años que se dedica a realizar tatuajes y conoce, por experiencia y oficio, los secretos de este arte de dibujar sobre la piel. “Nosotros siempre mantuvimos un estilo con cierta gente, mucha gente adulta, pero hoy también hay muchas personas que traen sus hijos”, dice sobre el lugar donde trabaja. “Hay otras casas donde capaz no está tan marcado el tema de las edades porque son otras cosas muy distintas a las que hacemos acá. Pero es muy intelectual el asunto”, agrega.

Mario es el histórico tatuador de Artesaco, una de las primeras casas de tatuajes que tuvo Comodoro Rivadavia en la histórica galería La Favorita. El local fue el último en cerrarse en ese pequeño centro comercial. Así, hace más o menos un año que se encuentra sobre la calle Belgrano casi San Martín.

Mario Mansilla hace más de 20 años se dedica a hacer tatuajes.
Mario Mansilla hace más de 20 años se dedica a hacer tatuajes.

Como dice Mario, los tiempos cambian y el oficio también; hoy los piercings les compiten a la par a los tatuajes. Para ver su dimensión basta con ver la cantidad de chicos que asisten al local a hacerse una perforación, algo impensado hace tres décadas atrás.  

En su caso comenzó a hacer tatuajes hace más de 20 años por un simple motivo: el dibujo. “Siempre me gustó el dibujo y hubo un momento en que empecé a dibujar mucho. Después me dediqué a la cartelería y después a pintar. La gente se acercaba para que yo le hiciera cosas. Por ahí me tocaba estar en colegios haciendo escenarios, pero un día estaba con un amigo y pasó un muchachito a vender una máquina de afeitar; sacamos la parte de arriba y tenía una puntita hacia arriba. Chau”.

Mario recuerda que ese día cargaron las pilas de la máquina y arrancó el primer tatuaje casero. Mientras lo cuenta muestra su brazo y el resultado de ese trabajo que realizó con agujas de coser y tinta china. 

“Así arrancamos”, dice con orgullo. “Sinceramente, en esa época acá no existía nada”, continúa. “Vos fijate que no había ni siquiera internet ni teléfono. Si querías algo lo tenías que mandar a pedir y las agujas las tenías que soldar, vos tenías que prepararlas dependiendo de lo que tocaba hacer, y tenías capaz dos o tres agujas. Hoy por hoy es distinto, comprás las agujas, vienen preparadas y capaz usás una sola cosa. Es más práctico, sin cables, sin pedales, ni nada”.

Mario tuvo el apoyo de sus padres para empezar en este oficio. Aún recuerda el día que ellos llegaron de vacaciones y le trajeron las herramientas que lo ayudaron a comenzar a aprender. “Mi papá me dijo  ‘te gusta rayar, tomá’ y me dio una máquina, pedales, agujas, tintas, de todo”.

Lo cierto es que, más allá de los materiales, en esa época “lo difícil fue aprender”, porque nadie le enseñaba cómo era el trabajo. “Esa fue la parte difícil, porque nadie te enseñaba. Los tatuadores que había eran como más cerrados, te cortaban el rostro o no te vendían productos. Entonces trataba de mandar a pedir cosas al otro lado del país o al norte porque acá no se veía nada. Hoy por hoy es muy distinto, los chicos tienen todo. Levantás el tubo y te mandan. Entrás a internet y tenés un tutorial. Me acuerdo que al principio yo agarraba una varilla y ataba la aguja con cintex. Nunca regulaba una máquina. Practicaba con mi brazo, se me quedaba la aguja pegada, se mojaba con la tinta, la cinta. Capaz hacía un tatuaje por mes, dos, y practicaba con los que tenía al lado: tu familia, tus amigos, tus hermanos, que son los que primero caen bajo tus brazos”. 

Por todo esto Mario no duda en decir que su carrera como tatuador comenzó cuando abrió Artesaco, emprendimiento que realizó su amigo Gustavo y que fue un boom para el público joven en esa época. Es que el local era una novedad y los clientes hacían fila para poder tatuarse.

A la distancia, Mario aún recuerda esos maratónicos días. “Nosotros empezábamos a las 10 de la mañana y terminábamos a las 10 de la noche. Comíamos en el laburo, cenábamos en el laburo, hacíamos todo ahí. Me acuerdo que cuando recién arrancamos no dábamos turnos porque los chicos llegaban, preguntaban y se quedaban. Entonces terminábamos muy tarde. Todos los días era así. Pero arrancamos sin nada, hacíamos dedo para venir, tomábamos colectivo, y así fuimos creciendo”. 

“Cuando empezamos, hace 20 años, empezábamos a las 10 de la mañana y terminábamos a las 10 de la noche". Foto: Fredi Carrera
“Cuando empezamos, hace 20 años, empezábamos a las 10 de la mañana y terminábamos a las 10 de la noche". Foto: Fredi Carrera

ENTRE TENDENCIAS, GUSTOS E IMPULSOS

Más allá de las herramientas, los tabúes y la forma de aprender el oficio, con el paso de los años también cambió el acceso a dibujos y la creatividad de las personas a partir de un mundo más abierto y comunicado.

“Todo eso cambió gracias a internet”, no duda en decir el tatuador, y explica. “Eso le destapó la cabeza a todo el mundo. Vos ahora querés saber o necesitás algo y hacés una pregunta y lo tenés. Tenés aplicaciones donde podes ver dibujos o diseños, y antes era muy distinto. Quizás elegías ‘Mamá’, ‘Papá’, el nombre de tu pareja, un corazón; y lo típico, unas espadas, una serpiente, todo muy casero. Después arrancaron las letras chinas, los delfines, lo básico, quizás gracias a un libro, una revistas. En ese entonces se hacían un montón de carpetas donde vos tenías dibujos para tener una idea o que te ayuden a decidirte. Hoy pasa lo mismo pero con internet y una variedad amplia de diseño que te ayuda un montón igual. Entonces ahora la gente ya viene con una idea. Vos lo pulís un poquito, le ayudas y le decís esto te sirve o no, porque todo influye: la edad, el tamaño, todo”.

Mario admite que tiene clientes de todas las edades. Personas de hasta 70 años y chicos menores de edad que llegan a junto a sus padres. Respecto al proceso, asegura que “todas las pieles son distintas”. 

“Las personas son distintas, las edades, las zonas. No podés ejercer la misma presión en el cuello que en el pecho, la espalda o en el brazo. Depende de la persona, si es gordito, si consume alcohol. Pero acá viene de todo, desde chicos hasta con 70 años. Hay personas que he tenido que decirle ‘último tatuaje, tu piel ya no lo permite’; tampoco podés hacer todo lo que la gente quiera, pero por una cuestión de piel, porque se lastima, se expande el pigmento. No es lo mismo tatuar una persona joven que un adulto. Por ejemplo, si hacés un trazo en un adulto, el pigmento puede expandirse más fácil, y si hacés el trazo en un joven, la línea va a ser perfecta”.

A la hora de elegir lugares, los brazos y las piernas siguen siendo los sitios más elegidos. Otros optan por la espalda y otros por lugares más jugados. Por supuesto, en época de mundial, los dibujos más elegidos estuvieron vinculados a la Selección, algo que sucede aún hoy. Así, en su escritorio descansa un papel con la atajada en tiempo suplementario de "Dibu" Martínez.

El arte del tatuaje, un oficio que cambió con el avance de la tecnología y el acceso a internet

Respecto a la elección de los diseños, Mario admite que es una decisión “muy personal”. “Es un poco de moda. Siempre se dijo que lo que te trates de hacer tenga un significado, porque es para siempre, pero siempre va a pasar lo mismo: la mitad de la gente se va a arrepentir y la otra mitad lo va a llevar en el corazón. Hay gente que se tatúa hijos, hermanos, hay gente que viene muy dolida, que lo necesita y se desahoga. Pero también gente muy impulsiva. Que ven y quieren, pero resulta que cuando se vienen a tatuar ya cambiaron el diseño, hay de todo”.

El paso del tiempo también se refleja en el equipamiento. A la izquierda las maquinas que se usaban en el pasado. A la derecha, las actuales.
El paso del tiempo también se refleja en el equipamiento. A la izquierda las maquinas que se usaban en el pasado. A la derecha, las actuales.

Por estos días, con 46 años, un hijo grande y una nieta, Mario ya no pasa sus días enteros tatuando y elige vivir. “Soy más grande, no quiero estar tanto tiempo encerrado. Si bien puedo hacerte dos o tres tatuajes en el día, después quiero estar viviendo, porque pasamos mucho tiempo en el local, muchos años, pero bueno, siempre me gustó dibujar, es lo que me gusta hacer”, dice este tatuador de la vieja escuela, quien esta vez se animó a hablar y contar su propia experiencia en un oficio que cambió con el paso del tiempo y cada vez se perfecciona más.

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