“A veces me dicen ‘¿qué hace una colombiana vendiendo cerezas en Argentina?’ y bueno, uno aprende el oficio del otro y se engancha. Eso fue lo que pasó”, dice y lanza una carcajada. María Elena Angulo Mondragón tiene 39 años, es colombiana y hace 17 años que está en Argentina. Vino por amor y es la propietaria del puesto ambulante que hace años está al borde de la Ruta Nacional 3, entre Comodoro Rivadavia y Rada Tilly.

La vans Mercedes Benz ya forma parte del paisaje. Un cartel pintado sobre el costado izquierdo evidencia a qué se dedica, y otro cartel, de madera, da la señal de abierto.

Son las 4 de la tarde y María está con su pequeño en el interior de la unidad. Dylan va y viene comiendo una que otra cereza y jugando con autitos. Cuando se detiene un auto, ella sabe que llegó un cliente. El pedido es siempre el mismo: una bolsita de cerezas, y así pasa la tarde hasta que se queda sin stock, lo que marca el cierre de la jornada laboral.

María Elena junto a Dylan en el puesto de cerezas. "Él es mi compañero de ventas", dice ella. Foto: Fredi Carrera
María Elena junto a Dylan en el puesto de cerezas. "Él es mi compañero de ventas", dice ella. Foto: Fredi Carrera

DE COLOMBIA A LA PATAGONIA POR AMOR

María cuenta que llegó hace más de 15 años a Argentina. Lo hizo por amor, cuando conoció a Alfredo Fagni, un vendedor ambulante de Mar del Plata que por entonces vivía en Rawson. En esa ciudad se enamoraron y terminó convirtiéndose en vendedora. “Estuvimos en todos lados. En Calafate, Río Gallegos, conocí casi toda Argentina con él, con la venta andábamos por todos lados. Me faltó conocer Ushuaia. Él me enseñó mucho y eso es bueno”, dice con nostalgia. 

Cuenta María que durante dos años vivieron en Belén, Catamarca, donde se dedicaba a las nueces, y luego llegaron a Comodoro. Primero vendieron afuera del supermercado que se encuentra frente al Paseo Costero, con otra camioneta, hasta que les pidieron que se vayan del lugar. Luego, como no sabían dónde instalarse, se les ocurrió hacerlo en la Ruta 3, entre Comodoro y Rada Tilly, un lugar de tránsito permanente. Así llegaron con la vans al lugar donde hace años está estacionada la unidad. 

Juntos vendieron durante varios veranos, hasta que el destino los sorprendió y cambió todo.

“Hace cuatro años él falleció. Me acuerdo que un día vino acá a la ruta, me llamó y me dijo ‘siento un dolorcito en el pecho’. Lo mandaron a hacerse chequeos del corazón, se los hizo, y después se fue a buscar fruta. Yo estaba en Belén en ese momento y llegando a Arroyo Verde me llamó. Me decía que sentía que no tenía fuerza, hizo unos cuantos metros, se hizo a un lado, se estacionó, lo llevaron a una salita y le dio un infarto”.

María siguió en soledad y cada verano continuó vendiendo cerezas en el puesto de la ruta. Rehízo su vida y fue mamá de Dylan, quien hace un año y cuatro meses la acompaña en la venta.

“Sigo con lo mismo que él hacía. Yo trabajo los fines de semana cuidando a una abuela y en la semana en una casa en Rada Tilly, en limpieza. Cuando salgo me vengo para acá y me quedo hasta que no tengo más mercadería, porque traigo lo justo para que la fruta esté fresca, no vendo congelada”.

Todos los días la gente compra cerezas. La temporada comienza en diciembre y termina en febrero.
Todos los días la gente compra cerezas. La temporada comienza en diciembre y termina en febrero.

María cuenta que trae la fruta de Gaiman y Los Antiguos. Asegura que le gusta la venta, pero que este año está muy cara. “Está cara la fruta, se vende muy poco y se hace lo que se puede. Estaba 700 u 800 cuando empezó la temporada en diciembre y ahora está en 1000, pero luego del 6 de febrero no quedará nada”.

Hasta ahora, María nunca había tenido problemas con la camioneta, pero este año le rompieron el parabrisas y un vidrio lateral. Cree que solo fue por hacer daño, ya que la unidad no tiene motor, por eso dice que este año se la llevará a su casa para evitar que la sigan rompiendo.

Como buena colombiana, aún mantiene las tradiciones de su país y sueña con hacer un emprendimiento de arepas. Asegura que va a comenzar a vender en su casa a través de las redes sociales, una vez que termine la temporada. Así continuará su vida de vendedora, algo que le gusta y que la ayuda criar a su hijo. Es que como dice, “está duro en Comodoro, pero trabajo siempre hay, hay que rebuscárselas. Se puede luchar. Hay trabajito, hay que ponerle ganas, nada más”.

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