Parece que la memoria es imponderable y frágil. A uno mismo le parece que ese instante del tiempo pasó y al ver el paciente que salió y se fue de alta y otro que sucumbió por su enfermedad todo en el mismo momento, me impresiona, cómo nos condiciona la vida y como ésta se hace camino y prosigue.

Ver la familia que sufre la pérdida, inconmensurable, dolorosa y la que lleva al convaleciente de retorno a su casa, a sus afectos pasando el trance y alegres por la nueva oportunidad.

Como en el mismo momento veo la cara del personal de salud que se endurece y se nota la frustración de la pérdida que se avecina y nos parece que es impermeable, que no nos afecta, que seguimos y en esa labor otro necesita el mismo esfuerzo para que tenga su tratamiento y su oportunidad.

Nos hizo parecer más pequeños y vulnerables, aún más de lo que nos parecía. También nos enfermábamos, ese riego que siempre traen los pacientes también lo teníamos y nos generó miedo, dudas, tensión en un sistema que se tensa fácil.

No puedo dejar que este momento pase, me lo repito insistentemente, quizás solo sea esta vez que nos toque vivir un momento así, una pandemia siendo personal de salud y dirigiendo una institución.

Como cuando pasa una aventura (dura y triste), finaliza un año, se termina una etapa, la reflexión que genera estar de ambos lados del drama que pasó por nuestras vidas, no puede pasar desapercibido y mucho menos no ser generador de un paradigma diferente, sustentado en el sacrificio y entrega que presencie en mi institución y en otras.

La pandemia significó para el personal de salud una bisagra en la forma de ver la realidad asistencial de nuestra labor diaria.

Presencie bondades y miserias, ambas reclamaron profundamente, la vocación con la cual se encaran los días de trabajo. Volviéndose recuerdos que parecen lejanos, imborrables. Se renuevan conceptos de cómo o que habría pasado si se hubieran tomado otras decisiones. Recuerdo las horas de reflexión y las vicisitudes recorridas. No teníamos a quien consultar, esto era nuevo y en esa novedad las medidas eran únicas e individuales para cada institución.

Habría sido una historia épica si no hubiera acontecido en nuestros hospitales, clínicas y sanatorios. Era nuestro deber, nuestra responsabilidad, nuestra vocación. Algo que se tenía que hacer y que con solo un aplauso parecía suficiente. El esfuerzo, que se necesitó para transitar la pandemia se fundó en el valor y la dedicación de todos los integrantes del equipo de salud.

Presencié junto al personal la pandemia y me resisto a olvidar.

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