Emprender la escalada al volcán Lanín, uno de los picos más emblemáticos de la cordillera neuquina, se convierte en una experiencia única llena de desafíos físicos y momentos de asombro ante la imponente naturaleza patagónica.

La aventura comienza en San Martín de los Andes, dejando atrás la ciudad y recorriendo unos 40 kilómetros hacia el norte hasta llegar a Junín de los Andes. El primer hito es el Paso Tromen, donde la oficina del Parque Nacional Lanín recibe a los montañistas, quienes deben registrarse en línea para asegurar su pernocte en refugios o tiendas de campaña.

Antes de iniciar el ascenso, el factor climático se vuelve determinante. "Si las condiciones no son favorables, no lo intentes; la montaña siempre estará ahí", advierte un cartel en la vía. El respeto por la naturaleza se erige como clave para el éxito en la subida.

Con la aprobación del guardaparque, la caminata comienza alrededor de las 10 de la mañana. El primer tramo atraviesa un hermoso bosque de lengas, característico de la Patagonia, hasta llegar a la base del volcán a 1275 metros sobre el nivel del mar. Aquí, el paisaje se transforma con la Espina de Pescado, una extensa área de roca volcánica, y la pendiente pronunciada hacia la cima nevada del volcán.

El Paso de Mula marca el inicio de la presencia de la nieve, con manchones blancos que aumentan a medida que se avanza. La panorámica de los cerros nevados se vuelve inspiradora.

Alrededor de las tres de la tarde y después de cinco horas de caminata, se llega al refugio BIM (Batallón de Infantería de Montaña), donde los montañistas pueden optar por pasar la noche o continuar hasta el refugio CAJA (Club Andino de Junín de Los Andes). Tras una cena temprana, los aventureros descansan para el día siguiente.

 

¿Cómo es el ascenso al volcán Lanín?

El amanecer en la cumbre: una recompensa celestial

A las 2:30 de la madrugada, suena el despertador y, ante la puerta, la luna llena ilumina la noche. Después del desayuno, equipados con grampones y bastones, comienza la fase más desafiante del ascenso.

Con la linterna iluminando el camino, los montañistas zigzaguean por la cara del volcán, deteniéndose ocasionalmente para renovar oxígeno y contemplar la magnitud del lugar. La luna llena se suma al espectáculo, iluminando la helada noche.

Cerca de las seis de la mañana, el cielo comienza a aclararse y la cima del volcán Lanín se revela ante los ojos de los escaladores. El descenso, repleto de risas y alegría, se convierte en una celebración del éxito alcanzado.

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