COMODORO RIVADAVIA (Por Raúl Figueroa / EL ANÁLISIS DE LA NOTICIA) - La repetición cíclica de ciertos problemas en la región conlleva a interrogar una vez más sobre la incapacidad de la zona sur de la provincia para articular una agenda política que dé prioridad a las necesidades de obras estratégicas, no sólo para el desarrollo sino incluso para la subsistencia. En la primera columna podría incluirse a las sucesivas frustraciones de proyectos que en su momento fueron promesa, como el puerto o la generación de energía eólica, mientras en la segunda aparecen incógnitas inquietantes como el abastecimiento de agua o los efectos negativos del cambio climático.

En el año 2000 las urgencias por la bajante del río Senguer motivaron movilizaciones diversas y las reuniones urgentes para analizar la crisis, poniéndose énfasis en los proyectos necesarios para revertirlo. Es de suponer que el estallido de 2001, combinado con una conveniente mejora en los regímenes níveos de la zona cordillerana en años posteriores, cubrió el problema con un adecuado manto de olvido. Hoy el polvo –no tanto por los años transcurridos, sino por la activación de médanos de grave impacto- vuelve a cubrir las a amarillentas hojas de viejos proyectos nunca concretados.

Podría pensarse así en la cantidad de años que lleva aguardando Comodoro Rivadavia por la obra de repotenciación del acueducto, que según parece se terminará en “octubre o noviembre de este año” (las comillas aplican porque así se dijo también en los años anteriores). Sin embargo, la seria advertencia de la naturaleza es que de continuar acentuándose los efectos de la escasez de lluvias en la cordillera, la toma del acueducto en el lago Muster podría quedar por encima del pelo de agua. Y entonces… no habría agua para bombear.

PLANIFICACIÓN ESTRATÉGICA

No se trata de ser alarmistas, sino de enfocar los grandes desafíos que afronta la región desde una planificación estratégica. Las obras de regulación en la naciente del Senguer tienen un costo estimado –a valores del año pasado, habrá que readecuarlos- del orden de los 100 millones de pesos. No parece un monto inalcanzable si se lo compara con la magnitud del problema, sobre todo considerando que aun con la crisis petrolera en curso, la zona sur de la provincia sigue aportando varios cientos de millones más, en dólares, a las arcas provinciales.

La imposibilidad –que es más bien incapacidad, de la clase dirigencial  y la ciudadanía de la que ésta emerge- de haber podido resolver grandes incógnitas para la supervivencia básica (siempre es bueno rezar o cruzar los dedos hasta que llueva) explicaría también por qué la región no pudo hasta ahora sentar bases de desarrollo sustentable, que le den viabilidad independientemente de los ciclos de sube y baja del petróleo.

El hecho de que los principales parques eólicos del país se encuentren hoy instalados en el valle de Chubut o que el puerto viva expectante de la llegada de algún equipo petrolero (o de los molinos que instalará YPF para abastecer su propio consumo de energía) para movilizar la estiba debieran evaluarse no desde un resentimiento “regionalista”, sino desde la falta de liderazgos para haber podido articular las discusiones necesarias y obras consecuentes: el sobrevuelo del interconectado nacional, que nos pasó por arriba en 2006 (ahora se espera una obra que conecte a esta zona con el nodo ubicado en Pico Truncado) o la increíble desidia que posibilitó que un elevador sincrónico de buques, para su reparación en tierra (adquirido con 4 millones de dólares de aquel pomposo “fondo financiero permanente”) se hayan transformado en un inmenso galpón abandonado (en el que en su momento se construyeron con éxito las torres de los molinos de la SCPL, que hoy contemplan a la ciudad como gigantes agonizantes desde el cerro) son reflejos fieles de aquel manual de frustraciones.

Hoy la discusión política se agota en cómo gastar la plata que todavía no llegó y que volverá a endeudar a la provincia en 650 millones de dólares (signo de un grave deterioro de las cuentas públicas).

No está mal reclamar autonomía o discutir sobre las prioridades de gasto, al fin y al cabo a Comodoro le ingresarían por esa operación unos 28 millones de dólares, es decir más de 420 millones de pesos, casi una quinta parte de su presupuesto anual actual.

Muchas veces los problemas no son sólo de plata. La prueba está en los años de recaudación extraordinaria que hubo en la década pasada por efecto de los precios altos del petróleo. Sería redundante decir que ello no sirvió para recambiar las cañerías de agua y cloacas, ni evitar el grave deterioro de las calles de la ciudad.

La pregunta que no llega a plantearse es “para qué”. Mientras tanto, miremos al cielo a ver si llueve o nieva en la cordillera; o hacia el suelo, a ver si el petróleo fluye con precios altos el año próximo.

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