Tres chicos que tomaban una gaseosa en un kiosco de Buenos Aires fueron baleados pasadas las 16 de este miércoles por al menos dos personas que se acercaron, los amenazaron y les dispararon seis tiros. 

Minutos después murió en el Hospital Provincial Erick Jhon Díaz, de 19 años y jugador de fútbol amateur en el club Leones de Alvear. Otra de las víctimas fue Lautaro Ronchi, de 19 años y jugador de la cuarta división de Racing Club, quien está internado en estado reservado y con un balazo en la cabeza en el Hospital de Emergencias Clemente Alvarez. En tanto Lautaro M. habría sufrido roces de balas en sus piernas, y no corría peligro de muerte.

Por el hecho, este miércoles por la noche había un adolescente demorado, José Tobías Z., a disposición del juzgado de Menores en turno.

El acusado fue detenido por personal de la AIC en la zona de San Martín y bulevar Seguí. La AIC detuvo a Pelín, que está acusado del robo del auto con el que atacaron Televisión Litoral Según se pudo reconstruir los tres chicos estaban en un kiosco sobre Ayacucho cuando se acercaron dos personas y les dijeron algo antes de que uno de ellos esgrimiera una pistola y gatillara sin que saliera la bala. Entonces, contaron vecinos, el otro mostró una ametralladora y disparó una ráfaga. Erick fue herido en el abdomen y Lautaro en la pierna derecha y en la cabeza. “Uno de los chicos salió corriendo y se metió en una casa”, dijo un vecino. Segundos después sus familiares los llevaron al hospital Roque Sáenz Peña, desde donde fueron derivados.

Erick fue llevado al Provincial, donde murió sobre las 17. En la puerta de la guardia todo era desolación. Sus padres, acompañados por familiares y vecinos, casi no podían hablar. Un tío contó que había terminado la secundaria, jugaba en Leones (un club de Alvear que milita en la Asociación Rosarina de Fútbol) y trabajaba con su madre en una rotisería. “Se imagina que si trabajaba y jugaba al fútbol no era un chico malo. Era un pibe excepcional. Se conocían de chicos con Lautaro, jugaban a la pelota desde siempre”, contó.

“Los wachos del mismo barrio les tiraron. Todos conocen esas banditas, pero después nadie dice nada. Esta familia es muy buena y conocida en el barrio, los destrozaron. No se puede vivir así, me gustaría saber que hubiera pasado si Erick fuera hijo de un político, seguro que en un ratito encuentran a los que tiraron”, dijo un amigo.

A las 18 en la sala de guardia del Heca un médico alto, flaco y de lentes gesticulaba ante tres personas: los padres de Lautaro Ronchi y una tía lo miraban casi hipnotizados, a la espera de cualquier noticia que les diera esperanzas. “La bala en la cabeza está alojada en un costado. El médico dice que es de cuidado pero que hay que esperar, que lo más probable es que salga bien”, le contó la tía a familiares y amigos.

Una vez que el médico concluyó su informe la madre de Lautaro fue abrazada por su familia y un silencio total, solo cortado por sollozos apagados. El padre del chico caminó unos metros solo, y como pudo se sentó en una butaca. Lloraba. Así como lloran los hombres. Apenas contestó la pregunta que sobraba y le hizo el cronista: “Sí, juega en la cuarta de Racing”. 

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