Carlos Bedoya, un hombre oriundo de Colombia, tenía un lavadero de autos en la localidad bonaerense de Pilar y tomó la decisión de cerrarlo por la falta de empleados. El comerciante aportó detalles de la situación y habló del día en el que apostó por una nueva vida en Argentina, en el año 2002.

El primer mes que llegó a Buenos Aires recibió el afecto y ayuda de las personas que asistían a una iglesia ubicada en el barrio de Retiro. Posteriormente, construyó su propio camino y en 2017 alquiló un amplio local en el que instaló un taller de autos. 

Tras el éxito que provocó, sumado a la fidelidad de los clientes, se le ocurrió agregar un espacio dedicado a la limpieza de vehículos. Sin embargo, se enfrentó con un problema: no encontró empleados para el emprendimiento y, los pocos que aceptaban, se iban a los pocos días.

“Mi trabajo principal es el de chapa y pintura, pero los clientes me preguntaban por qué no abría el lavadero de autos. Lo abrí y lo cerré varias veces porque los muchachos que vienen trabajan unos días, algunas semanas, y se van”, comentó en diálogo con el medio Mdzol,

El propietario cerró sus puertas por falta de personal.

“No es tan difícil lavar un auto, pero algo hay que aprender. A cada uno que viene le tengo que dedicar un día para mostrarle cómo es el trabajo y si después dejan de venir, tengo que empezar de nuevo y es agotador. Como que les cuesta entender lo que tienen que hacer o no ponen ganas. Hago el esfuerzo para enseñarles y no hay caso. No tengo más remedio que cerrarlo porque no puedo desatender el taller”, explicó.

Carlos inició el emprendimiento, en algunas ocasiones lo manejó su esposa y otras llegó al punto de subalquilar el espacio, aunque no logró resolver el inconveniente. “Lo que me muestra la experiencia es que no hay cultura del trabajo. Vienen unos días y se van. Les pedís que lleguen temprano y no lo hacen”, aseguró.

“La mayoría de los que vienen son jóvenes, pero tienen familia, hijos, y le digo que lo hagan por ellos, pero no hay forma. No logran sostener un trabajo en el tiempo. Yo les pagaba $3.000 por día, de lunes a sábados. No es poca plata. Son más de $70.000 por mes. A eso hay que sumarle la propina, que no es poca, porque la gente que venía a lavar el auto es de buen poder adquisitivo. Pese a eso, no se quedaban. Está muy complicada la situación", añadió.

Por último, y en relación con su taller de chapa y pintura, aclaró que la situación es distinta. “Tengo cuatro o cinco empleados. También es difícil retenerlos. El más antiguo está desde hace un año. El trabajo se paga por paño y ganan de piso de unos $35.000 semanales. Alguno llega a $50.000. Los multiplicas por cuatro y es buena plata”, culminó.

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