COMODORO RIVADAVIA (ADNSUR) – Laura Aguirre (55) con una mano toma el cucharon y con la otra un plato hondo. El arroz cae suavemente sobre el fono de vidrio y se lo pasa a Hugo, quien lo apoya sobre la mesa ante la mirada de un niño que espera.

La escena es parte de la cotidianidad del comedor que funciona en el barrio La Floresta, en la parte más alta y alejada del cerro, y a varios metros del final la calle Araucarias, la única que llega en forma directa a ese lugar.

Cada mediodía decenas de personas llegan al comedor caminando los más de 500 metros que hay de la última intersección, aunque algunas familias lo hacen desde más lejos.

Laura cuenta a ADNSUR que asisten vecinos de los barrios San Martín, Ceferino e incluso Pietrobelli. Es que la pobreza y la necesidad no distinguen calles en esa zona de la ciudad.

“Hay gente del San Martín, del Abásolo, el Pietrobelli... de todos lados. Es la necesidad lo que los trae de tan lejos, acá comen y los nenes se van al colegio. Hoy tenemos 135 personas”, comienza diciendo.

El comedor de Laura es uno de los 10, por lo menos, que hay en Comodoro Rivadavia, una ciudad donde el pedido de ayuda a crecido considerablemente el último año, según confirmó a ADNSUR Celia Gandín, subsecretaria de Niñez, Adolescencia y Familia de la Secretaria de Desarrollo Humano de la Municipalidad.

“Claramente aumentó la demanda de la gente todo este año, pero ya tuvimos un aumento el año pasado cuando comenzó toda la cuestión inflacionaria. La gente se comenzó a agolpar”, explicó la funcionaria a ADNSUR, quien aseguró que el Ejecutivo asiste a cinco merenderos y cinco comedores con casi 850 raciones de comida.

Eso se suma a las cajas alimentarias que se reparten a diario, las tarjetas sociales, las viandas que se entregan en Centros de Promoción Barrial y los refuerzos de alimentación que en el último año aumentaron de 80 a 300 para personas que atraviesan diferentes problemáticas de salud y situaciones de extrema vulnerabilidad con niños pequeños. Todo un panorama de lo que significa ser pobre y la necesidad en Comodoro.

UNA MANO AYUDA A LA OTRA

Una de las almas solidarias que trata de dar una mano a quienes más lo necesitan es Laura. Ella nació en Venado Tuerto, Santa Fe y hace quince años junto a quien era por entonces su marido, y sus siete hijos, decidieron buscar suerte en la pujante Comodoro Rivadavia.

Cuando recién llegaron a ella no le gustó la ciudad y a los dos meses, en pleno invierno, se volvió sola a sus pagos con sus pequeños, contó a ADNSUR.

Sin embargo, por cosas del destino, Laura decidió volver a Comodoro y desde entonces nunca más se fue, pese a que con su pareja tomaron caminos distintos.

Su aventura solidaria comenzó por necesidad. La pareja estaba levantado una habitación que años más tarde se convirtió en comedor cuando fue a pedirle a Mireya Angulo si tenía alguna ventana que le pudiera dar.

Mireya le dio dos, pero Laura no las aceptó gratis; quería pagarlas con trabajo. Así comenzó a cocinar en el comedor y nunca más se fue. “Ellos me dieron una mano enorme cuando vinimos para acá. Son excelentes personas. Entonces esto es una manera de retribuir lo que hicieron por mí y por mis hijos, porque si a vos te dieron una mano cuando estuviste mal como no vas a dar una mano para ayudar a otro”.

Hace unos 9 años Laura comenzó a brindar ayuda en su propio espacio. Primero fue los fines de semana porque el comedor de Mireya, que se encuentra a pocas cuadras, funcionaba de lunes a viernes, y luego ante la necesidad que vio decidió hacerlo en simultáneo.

“Era tanta la necesidad que me caía gente al mediodía y le daba lo que yo cocinaba para mis hijos. Pero se fue aumentando y decidí avanzar. Para los chicos esto es una contención terrible. Acá es chico, no tiene piso, pero es un cable a tierra para mi y la gente está agradecida de lo que uno hace, lo que uno le da”.

En la zona más alta del barrio La Floresta se ubica el comedor donde decenas de personas llegan cada día, desde el año hacia adelante.

UN POQUITO DE TODOS

El comedor funciona con una organización interna propia. Laura y Hugo Basualdo, un vecino que comenzó a colaborar cuando se quedó viudo, preparan los ingredientes a primera hora de la mañana o la noche anterior, dependiendo lo que tengan previsto cocinar.

Luego Laura mediante WhatsApp avisa que hay comedor y comienza a cocinar. Y si no puede hacerlo deja algún encargado.

Es que un lugar de ese tipo conlleva mucha calle, pidiendo, gestionando y buscando alternativas para poder tener alimento para dar.

El menú es amplio: arroz con pollo, pollo al disco, pescado, chorizo, guiso de verduras, polenta, “lo que haya”, resume Laura.

Cuando consiguen las donaciones, Karina Soto, una fletera de la zona madre de siete chicos, se encarga de buscar los productos. Y cuando los donantes la acercan al lugar alguien baja hasta la calle Araucarias para guiar ese camino de solidaridad. 

Diferentes realidades se cruzan en las cuatro paredes del comedor. Según cuenta Laura “hay parejas que trabaja el marido y alquilan” y no les alcanza para vivir. Hay dos o tres matrimonios que están en peor situación y que ofrecen trabajo a cambio de un plato de comida.

“’Le vengo a limpiar el patio el fin de semana o lo que sea’, me dicen. La gente se ofrece por un plato de comida. Es dura la situación”, resume esta mujer solidaria al contar esta situación.

Mientras charlamos Yose y Emer pasan a despedirse. “Chau doña Laura”, dicen con una tierna voz. El agradecimiento se siente y se sella con un beso en la mejilla.

A esa hora, ya se acerca el timbre de la escuela. Los chicos ya almorzaron y muchos grandes se acercaron con su tupper a buscar una porción, y en algunos casos hasta la vianda para la noche. A Laura se la ve cansada pero feliz. El trabajo está finalizado.

Para llegar al comedor algunas familias caminan hasta más de un kilómetro.
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