Córdoba tiene los alfajores, Bariloche los chocolates y, por qué no, Comodoro podría tener los cubanitos. En la ciudad del petróleo y el viento, hace casi 50 años funciona una pequeña fábrica artesanal que se dedica a producir estos cucuruchos cilíndricos rellenos, un trabajo familiar que nunca tuvo mucha publicidad pero que indudablemente es una marca registrada; basta con preguntarse ¿Quién no ha probado un Cubanito Alegre?

En la actualidad, la fábrica, pequeña, casi manual pero eficiente, funciona en la calle Chaco, entre Viamonte y 13 de Diciembre, allí donde el cerro es parte de la postal y las bajadas y subidas son el cansancio de carteros, peatones y colectiveros. 

Sus orígenes se remontan a otra zona. Hace casi 50 años, Arsenio Martín Alegre comenzó a cocinar cubanitos en su propia casa, sobre calle Ameghino al 1500, al lado del Cine Gran Comodoro, que luego se convirtió en Gigante; el boliche bailable por el que pasaron al menos dos generaciones. 

Allí, Arsenio comenzó a cocinar como hobby, aprovechando aquella máquina en desuso que había comprado su amigo, quien se dedicaba al rubro de los helados. 

Por ese entonces, el hombre trabajaba en una cristalería, y en sus tiempos libres se dedicaba a cocinar cubanitos que luego vendía, hasta que un día se dio cuenta que podía hacerlo todos los días y dedicarse exclusivamente a vender ese producto que tanto gustaba en cantinas, kioscos y el Ejército, en tiempos de servicio militar obligatorio.

Con el tiempo, Arsenio y su familia se mudaron al frente del Hospital Regional, y allí continuó la fábrica que hoy funciona en el barrio Pietrobelli.

UN RUBRO QUE CAMBIÓ

En la actualidad, la fábrica es manejada por Alberto Alegre, uno de los hijos del fundador. 

Alfredo tiene 63 años, y desde los 21, cuando falleció su padre, está al frente de la pequeña fábrica. Con toda una vida en la venta de cubanitos, asegura que el rubro cambió mucho en las últimas décadas.

“Ya casi tenemos 50 años con la fábrica de cubanitos en Comodoro. La verdad es que pasamos por muchos estadios porque antes se trabajaba mucho más. Hoy se trabaja un poco menos, la situación es más complicada. Antes el cubanito era la golosina más barata que había y hoy ya no es lo mismo. Yo me acuerdo que cuando era chico, tenía unos 18 años y me iba a repartir al Huergo unas 20 o 30 bolsas. En esa época todavía pertenecía a YPF. También dejábamos en muchas cantinas de colegios, y hasta en la cantina de kilómetro 11 donde estaban los soldados, y te compraban 20 o 30 bolsas, pero todo eso desapareció, ya no existe”.

Cuenta el hombre que en más de una oportunidad lo invitaron a realizar una nota por la historia del negocio, pero siempre se negó. Esta vez fue diferente, lo convencieron y accedió a hablar, para contar parte de la historia.

Mientras habla, la producción de cubanitos de la mañana descansa a un costado de la máquina que hace casi 50 años comenzó a utilizar su padre. En minutos llegará un joven que se ocupará de la segunda parte de la manufactura: el relleno con una mezcla hecha con crema de manteca, azúcar impalpable y cacao amargo.

Ese es el último paso de un proceso que empieza en la vieja máquina que Arsenio usaba a  electricidad y gas, tal como hoy continúa haciendo Alfredo. 

En ese gran artefacto de hierro fundido que denota el paso del tiempo, se coloca la masa en una especie de olla que se encuentra por encima del nivel. Así, la masa, a través de un dosificador, cae en uno de los 10 moldes de plancha y comienza a girar. Mientras tanto, se completan los otros 10 espacios. 

En un minuto, cuenta Alfredo, la máquina fabrica casi una docena de cubanitos. Luego llega la segunda parte. La mano de Alfredo que le da forma de cubanito y los apila de a uno para entrar en la etapa del relleno.

Hoy en día, Alfredo elabora alrededor de 2.500 cubanitos por día, los cuales reparte entre Comodoro Rivadavia y Rada Tilly. Asegura que sus principales clientes son los kioscos, y así, en la mayoría de los comercios del centro, hoy se puede encontrar un cubanito Alegre.

Por supuesto, para él es un orgullo que la marca siga siendo elegida después de tantos años. “Es algo simple, pero es un orgullo porque los cubanitos son buscados. Me encuentro con gente que dice ‘yo los comía cuando salía de la pileta del Huergo, o gente que viene de vacaciones que me dice ‘extraño los cubanitos Alegre, en otra parte no se consiguen’ y son de Salta o Mendoza. Entonces para mi es un orgullo, porque son muchísimos años, son muchísimos recuerdos y no es fácil estar tantos años haciendo un producto cuando ves que todas las semanas cierran negocios. Y otra cosa es que esto es artesanal, porque se enroscan uno por uno, se rellenan uno por uno”.

Para Alegre, el secreto del éxito de los cubanitos es sencillo: “se trabaja con mercadería fresca, día a día y el producto es bueno”, pero principalmente, tal como dice, siguen llevando los mismos ingredientes que les ponía su padre, aquel hombre que se animó a emprender con su propio producto y sin saberlo, terminó creando una marca registrada de la ciudad.

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