Para la mayoría, el tatuaje es una sensación que roza el masoquismo. Cuando la aguja quema y se incrusta bajo la capa externa de la piel, la temperatura del cuerpo comienza a subir. Duele, sí, pero al mismo tiempo genera hasta placer.

Esa misma sensación tuvo un hincha de Los Andes con un gol que después lo representó en su espalda. Ese gol le quemó la garganta. Ese gol calentó aquella tarde que los jugadores locales usaron guantes rojos. Ese gol fue la primera cuota de esperanza. Ese gol despertó la ilusión.

Rubén Darío Ferrer nunca imaginó verse en la espalda de una persona desconocida. Menos por un gol, aunque ese gol fuera el de la final de ida contra Quilmes por el ascenso a primera división. Pero Ferrer sabe que el fútbol deja marcas permanentes como un tatuaje. Y una de ellas es la hazaña que se concretó hace 20 años. TERMINA DE LEER ESTA NOTA HACIENDO CLICK ACA

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