El pueblo de dos nombres donde termina el mapa de Chubut y empieza la desconexión
A solo 15 kilómetros de Chile, este rincón cordillerano de 167 habitantes se aferra a su historia, lucha por recuperar su nombre original y ofrece una vida alejada del mundo moderno. Aislado entre montañas, lagos y silencio, Aldea Las Pampas —oficialmente Atilio Viglione— es un destino donde reina la naturaleza y la memoria.
“Somos el último pueblo de Chubut, estamos en Argentina, pero también vivimos en otro mundo”, dice Sandra Muñoz desde su almacén El Cordillerano, una especie de ramos generales que abastece a los 167 habitantes de Atilio Viglione, la comuna rural que originalmente se llamó Aldea Las Pampas, nombre que hoy sus vecinos desean recuperar.
Ubicado a los pies de la cordillera de los Andes, este caserío se encuentra a solo 15 kilómetros de Chile y a 260 de Esquel, la ciudad más próxima. Para llegar, hay que recorrer 40 kilómetros desde Río Pico por la inhóspita Ruta 19, un camino de ripio que serpentea entre mallines, laderas y bosques patagónicos.
En medio de este territorio casi mítico —donde no hay gas, ni señal telefónica y apenas llega una débil red de internet—, los pobladores se aferran a la leña para calefaccionarse y a una conexión frágil con el resto del país. En invierno, la temperatura puede alcanzar los 20 grados bajo cero, y la nieve transforma al lugar en una isla blanca, aislada por semanas.
Pero entre tanto aislamiento florece una comunidad fuerte, con historias profundas y una vida marcada por la belleza extrema de su entorno. La cordillera está tan cerca que parece poder tocarse, el río Pampa cruza el valle y alimenta los hogares, y una veintena de lagos rodean la aldea. Algunos no tienen nombres, solo números: el Lago N°5, a seis kilómetros del pueblo, es el más visitado por los aficionados a la pesca.
Una historia marcada por pioneros y forajidos
El lugar tiene una historia tan singular como su geografía. Los primeros habitantes fueron pioneros chilenos que quedaron de uno u otro lado cuando se trazó la frontera. Durante la Guerra de Malvinas, algunos fueron deportados por tener nacionalidad chilena, como Verónica Carrillo, quien aún recuerda haber llegado al pueblo cuando apenas había diez casas.
Además, en estas tierras se produjo el primer secuestro extorsivo del país. En 1911, una banda de forajidos, entre ellos miembros del entorno de Butch Cassidy y Sundance Kid, secuestraron a Lucio Ramos Otero, un joven porteño que se había aventurado a la Patagonia. El calabozo donde estuvo cautivo es hoy una atracción turística a la que se accede tras una hora de cabalgata entre lengas y radales.
Un pueblo con dos nombres y un reclamo pendiente
El nombre oficial de Atilio Viglione fue impuesto en 2005, cuando el entonces gobernador Mario Das Neves elevó el estatus de Aldea Las Pampas a Comuna Rural. El homenaje a Viglione, un exgobernador que llevó electricidad al lugar, nunca fue del todo aceptado por los pobladores, que aún hoy piden que les devuelvan el nombre original.
Y como si su particularidad necesitara otro detalle, en 2015 el pueblo protagonizó el primer balotaje democrático del país desde 1983: dos primas empataron con 65 votos cada una en las elecciones para jefa comunal.
Naturaleza virgen y desconexión total
A pesar (o gracias) a su aislamiento, el pueblo es elegido por quienes buscan una desconexión total. Marcelo Pacheco y Julieta González, una pareja de Trelew, viajan cada año para quedarse sin internet ni televisión, rodeados de lagos esmeralda y cielos diáfanos. “Nos escapamos del mundo”, dicen.
Mientras tanto, cada vecino cultiva una rutina serena. La escuela, fundada en 1918, tiene un calendario adaptado al clima extremo. En febrero comienzan las clases, pero en junio y julio se suspenden por las heladas. El invernáculo del pueblo aporta algunas hortalizas a las mesas locales. La plaza triangular, con su capilla solitaria y un mástil que sostiene la bandera nacional, es el corazón simbólico de la comunidad.
“Todos los días, al despertar, veo la cordillera”, cuenta Carrillo. Las columnas de humo en invierno son señales de vida. En las noches, solo se oye el sonido del viento y el agua chocando entre las piedras. Aquí, en este confín olvidado del mapa, el tiempo transcurre distinto. Aldea Las Pampas no es solo un pueblo: es un refugio, una memoria viva, un destino para quienes buscan una Patagonia verdadera, profunda y humana.
