“La debe estar pasando difícil, tanto ella como su familia porque es re duro vivir así”, dice Andrea Velázquez sobre Marianita Ditzel, la joven de Comodoro Rivadavia que se encuentra primera en lista de espera del INCUCAI, aguardando que llegué el corazón que necesita para seguir con vida.

Andrea sabe de lo que habla. Hace seis años pasó por lo mismo. Estuvo primera en lista de espera y recibió el corazón que tanto necesitaba y hoy le permite seguir con vida.

La joven recibió a ADNSUR en su casa del barrio Quirno Costa, allí donde alquila junto a Brian, su pareja, y se animó a contar parte de su historia; también para concientizar sobre la importancia de la donación de órganos y la esperanza de que llegué un corazón para Mariana.

“Nada es imposible, ojalá que pronto pueda conseguir su corazón porque es muy duro estar en una cama esperando. Pero que espere, que prontito le va a llegar”, dice Andrea enviando un cálido mensaje a Mariana, pero también a la comunidad. “La gente tiene que donar porque le pueden dar vida a muchas personas que hoy en día están en una lista muy grande”, dice la joven, invitando a tomar conciencia sobre la importancia de ser donantes y dar vida tras la muerte.

LA HISTORIA DE ANDREA

En su caso, Andrea descubrió su patología a los 12 años, un día tras su regreso de la escuela. “Yo volvía de la escuela, iba al Magisterio, y cuando llegué a mi casa tuve un desmayo. Estaba muy agitada y me desmayé. Mi hermana le contó a mi mamá y al otro día me llevó al médico. Me realizaron un eco doppler y descubrieron que tenía la misma enfermedad que tenía mi hermano, que falleció cuando tenía 12. Así comenzó todo”, dice, entrando en la historia.

Tras ese desmayo comenzó el calvario para Andrea. Estudios, derivación a Buenos Aires y finalmente la colocación de un marcapaso ante la complejidad de su patología: miocardiopatia dilatada grave. Pero su corazón no aguantó y tras un carnaval tuvo una recaída y tuvieron que internarla de urgencia. 

Andrea recuerda esos tiempos y no puede evitar que sus hijos brillen. “A veces me sentía bien, a veces mal, me agitaba mucho, me mareaba demasiado. Hubo un momento que dejé de ir a la escuela y tuve que quedarme en casa. Por ahí me mandan una maestra particular porque gracias a dios tengo una obra social por mi papá, que me cubre todo, pero fue difícil. Me acuerdo que fui a un carnaval. Hice una corrida y eso me perjudicó. El marcapasos me daba choques para que el corazón no se detuviera. Fue una recaída muy grande, no podía caminar, no podía hacer nada por mí misma, y me internaron”.

Andrea estuvo internada en el Hospital Alemán de Buenos Aires. Durante dos meses estuvo en lista de espera con un catéter en la pierna que la ayudaba a seguir con vida. En su caso, afortunadamente el corazón llegó, y el 25 de marzo de 2016, a poco de cumplir 16, fue trasplantada.

El proceso fue duro, admite la joven que se crió en el barrio Ceferino y más de grande vivió en Ciudadela. Es que tras el trasplante aparecieron otras patologías “porque todo se descontrola”, y a eso tuvo que sumar los cuidados intensivos para que su cuerpo acepte el corazón sin complicaciones. 

Primero tuvo que estar seis meses en Buenos Aires, acompañada por su madre, y también por su padre, quien luego tuvo que volver a la ciudad por sus obligaciones laborales. Su estadía en capital no fue fácil, y tras sufrir un cuadro de depresión, donde no quería salir de la habitación, la enviaron a Comodoro.

“Lo pasé feo al principio, pero por suerte conocí mucha gente en Buenos Aires que me alentaba. Estaba mi mamá conmigo, y mi papá no podía porque ya lo habían mandado para Comodoro para que trabaje. Pero bueno, estamos bien”.

VOLVER A EMPEZAR

Cuando llegó a la ciudad, Andrea se tuvo que cuidar como si estuviese en su propia pandemia. Tenía que usar barbijo, evitar juntarse con mucha gente, y sobre todo no estar expuesta a posibles infecciones y enfermedades.

“Me tuve que cuidar demasiado. Cuando volví nadie me podía ver. No podía ver a mi familia y si los veía tenía que verlos con barbijo. No estábamos en pandemia pero me tenía que cuidar de esa manera, también los que vivían conmigo. Recién a los dos años comencé a hacer mi vida normal”.

Como toda adolescente, Andrea quería divertirse, salir con amigos y conocer gente. Así, en una noche de boliche conoció a Brian, su compañero en este viaje.

Hace cinco años los chicos están juntos y hace dos conviven, “tratándola de hacer todos los días feliz” dice el joven. Es que como cuenta, Andrea ya sufrió mucho y aún hoy le cuesta hablar del trasplante.

Andrea junto a Brian, a quien conoció cuando pudo volver a llevar una vida normal luego del trasplante.
Andrea junto a Brian, a quien conoció cuando pudo volver a llevar una vida normal luego del trasplante.

Andrea por estos días lleva una vida normal y solo debe seguir con cuidados preventivos y controles de rutina. Así, cada año viaja a Buenos Aires para hacerse controles, entre ellos una biopsia miocárdica para verificar que su cuerpo y el corazón funcionan bien en conjunto. Afortunadamente todo sale bien, y los médicos la felicitan por su evolución. Por supuesto, ella sigue cuidándose, sabiendo que no puede correr, hacer ejercicio y por el momento tampoco tener hijos. Además, no tiene autorización para trabajar, pero sabe que es parte del proceso. 

“Hoy en día puedo hacer lo que yo quiera. No trabajo, pero en algún momento va a surgir. Puedo salir a pagar mis cuentas solas. ¿Qué no puedo hacer? gimnasia por ejemplo, correr, no puedo tener hijos, me cuido con eso y todavía no se si quiero tampoco. Pero quiero pensar que es parte del pasado, porque tenerlo en tu cabeza todo el tiempo tampoco está bueno. Pasé cosas muy duras, pero hoy estoy bien, aprovechando esta oportunidad que me dio la vida”, sentenció, la joven que estuvo en el lugar de Mariana y hoy puede contarlo. Todos esperamos el milagro. 

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