La calle de la Estació, en el pequeño municipio español de Sallent, se encuentra repleta de ramos de flores, carteles y peluches en recuerdo de Alana y Leila. Las gemelas el pasado martes decidieron arrojarse al vacío desde un tercer piso con la intención de terminar con sus vidas. 

Las amigas de las hermanas han hallado en ese pequeño altar improvisado, que este sábado fue vandalizado con pintadas, un punto de encuentro en el que recordarlas, llorarlas y reivindicarlas. Nadie puede negar ya que las dos gemelas sufrían bullying, un acoso escolar que empezó en cuanto la familia, el matrimonio, Maia y Lucas, y sus tres hijos, las gemelas Alana y Leila, y Amadeo, que ahora tiene diez años, se instalaron en Sallent, tras pasar por Reus.

Llegaron poco antes de la pandemia, saliendo de su Mar de Plata natal en busca de una estabilidad económica que no llegaron a encontrar en España. En Sallent estuvieron en casa de la suegra de Cristina, la mujer de Kevin, un primo lejano de la pareja que fue el primero en decir en voz alta el mismo martes que las hermanas se habían arrojado al vacío por el acoso escolar que sufrían.

La puerta de la casa de las gemelas argentinas que cayeron desde un tercer piso se convirtió en un altar improvisado.
La puerta de la casa de las gemelas argentinas que cayeron desde un tercer piso se convirtió en un altar improvisado.

En el piso de la calle Estació entraron como ocupas. La situación económica de la familia era compleja. Ella trabajaba unas horas al día en una cafetería del centro del pueblo y él, tras un tiempo en una pollería y en una ferretería, se había quedado sin empleo. De hecho estaba en casa en el momento en el que sus hijas acercaron las sillas al balcón, dejaron las cartas de despedida y se arrojaron al vacío agarradas de la mano.

Esa inestabilidad en casa seguramente no ayudó en la ruptura emocional que sufría especialmente Alana. Hacía poco que había trasladado a sus amigas más íntimas del instituto su voluntad de ser llamada con el nombre de Iván. Se sentía chico, pero todavía no había trasladado esa necesidad a sus padres. De hecho, el día antes de acabar con todo, la pequeña tenía cita con un psicóloga en la Fundación Althaia, pero perdió el autobús de las siete y media de la mañana que la debía llevar hasta Manresa. Aún así, la niña telefoneó para disculparse y la recepcionista de la clínica le programó una nueva cita para el lunes siguiente a la misma hora.

Pone los pelos de punta pensar qué hubiera pasado si Alana no hubiera perdido ese autobús. El mismo escalofrío que escuchar a la mejor amiga de la pequeña, que se despidió de las dos hermanas en la puerta de su casa aquel martes, entre grandes abrazos, besos y risas. La joven asegura que a Alana la insultaban, se reían de ella y de Leia; pero que la primera se plantaba y enfrentaba a sus acosadores.

Compañeros de patio que incrementaron sus mofas y risas cuando Alana inició su transformación interior, exteriorizada con un corte de pelo radical que no pasó desapercibido para nadie. Pronto se supo en el Instituto que quería que la llamaran Iván, y los acosadores le llamaban Ivana y marimacho para cabrearla. Sus resortes emocionales no supieron soportar la presión y todos los que debían estar pendientes de su situación fracasaron al no interpretar lo rota que la niña estaba por dentro y prever lo que sería capaz de hacer. Leia, que se recupera poco a poco de las lesiones físicas, porque de las emocionales ya tendrá tiempo, solo la acompañó porque nunca la había dejado sola, ni siquiera en ese momento.

Fuente: Clarín

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