CAPITAL FEDERAL - Hace un año y cuatro meses que Fiama Liaudat una maestra argentina de 28, vive en Tarboro, una pequeña ciudad de Carolina del Norte, en Estados Unidos, adonde llegó para quedarse cinco años con un contrato de trabajo en una escuela local donde da clases en español a niños de kindergarten.

Solo hay tres escuelas, dos restoranes y dos supermercados en toda la ciudad que tiene un aire de pueblo, de casas bajas y calles tranquilas, sin tránsito y donde cruzarse con un vecino es encontrarse con alguien cercano.

Tarboro fue fundada en 1760 y es uno de los distritos con mayor acervo histórico del estado, lo que se refleja en sus residencias y en sus iglesias construidas en una gama inusualmente variada de estilos arquitectónicos, donde resaltan las que fueron levantadas desde el siglo XVIII hasta la década de 1920.

"Vivo en un pueblo de película de misterio"

Al llegar Fiama tuvo la sensación de estar en uno de esos pueblos de películas de misterio, donde la calma anticipa que algo está por pasar. Las casas con los porches y escaleras de madera, sus techos a dos aguas y casi en todas, la bandera de los Estados Unidos enarbolada al frente, una costumbre muy típica de los pueblos del interior del país norteamericano.

"El lugar es encantador y como hay varios maestros latinoamericanos acá que también son parte del programa en el que yo participo me siento bastante acompañada", cuenta Fiama. "Y los fines de semana me voy a Raleigh, la capital del estado, donde tengo un departamento con una amiga, y ahí paseamos, vamos a shoppings, a restaurantes o salimos a bares", relata.

Fiama es una chica argentina como tantas, oriunda de Baradero, recibida de maestra de educación especial, que a sus 25 años parecía tener una vida bien encaminada, con un trabajo en su ciudad, con un novio y con una familia con cuatro hermanos mayores que compartía largas sobremesas los fines de semanas.

Pero por otro lado ella estaba buscando algo más: seguir aprendiendo, perfeccionar sus conocimientos, conocer el mundo. Soñaba con viajar a otro país para hacer alguna experiencia de intercambio, con la idea de que fuera corta, por pocos meses, para sumergirse en otra cultura, vivirla de adentro y mejorar su inglés o cualquier otro idioma. Ella estaba dispuesta a aprender lo que fuera con tal de tener la oportunidad de vivir un tiempo afuera.

Razón suficiente para estar siempre atenta a las noticias sobre viajes y trabajos. Visitaba páginas de becas, de intercambios, portales de pasajes en avión.

"Siempre fui inquieta y busqué cursos conferencias para hacer en el exterior, yo estaba todo el tiempo buscando algún intercambio. Pero lo veía utópico, le parecía caro el pasaje y la estadía, y así iba dejando pasar el tiempo, se compró un auto en cuotas y se mudó sola; esos gastos fijos le hacían imposible pensar en ahorrar para viajar. Hasta que un día, mirando noticias en Facebook, encontró un aviso de Participate Learning que buscaba maestras argentinas para Estados Unidos. No lo pensó dos veces: aunque sabía que su nivel de inglés no era avanzado igual se inscribió. "Apliqué sin muchas expectativas, creyendo que nunca me iban a llamar", recuerda.

"Me anoté aunque no sabía tanto inglés"

La oportunidad era muy buena para que le tocara a ella, creyó. "Tuve que completar el currículum online, lo que me llevó un montón de tiempo. Además, esto fue en noviembre y ellos ya en diciembre cerraban por vacaciones. Así que recién en enero tuve noticias: me mandaron un mail donde me decían que me iban a tomar una entrevista, y entonces dije '¡Uau!, me toman en serio!'. Enseguida llamé a mi maestra de inglés y le pedí que me ayude a prepararme para la conversación, que iba a ser por Skype".

Dio la casualidad que la maestra particular tenía una amiga que había participado del programa y ya estaba trabajando en Estados Unidos. Eso le aportó algo de tranquilidad a la incertidumbre. Su primera entrevista por Skype tuvo todas las complicaciones que podía tener: mala conexión, a Fiama le costaba entender las preguntas en inglés y sentía que su conversación le salía en modo Tarzán. Así y todo, le pareció que el trato era muy respetuoso y amable y quedó contenta porque le dijeron que la contactarían en tres semanas para decirle si pasaba a la siguiente ronda de entrevistas o quedaba afuera.

"El contrato de trabajo es por 5 años"

Pasó un mes hasta que tuvo novedades. Pensó que ya el plan estaba descartado. Pero la volvieron a llamar para una entrevista en persona - todavía no se había escuchado hablar del Covid-19-. En ese punto del proceso, ya tan cerca de alcanzar la meta, Fiama se dio cuenta de que no había contado sus planes a su familia. Había llegado el momento de hacerlo. "Terminé peleándome con mis papás", recuerda. "Me decían que era un riesgo, que no conocía nada de la organización, que, si salía bien, la plata no me iba a alcanzar y que no la iba a pasar bien tanto tiempo en un lugar tan alejado. Claro: ¡ya no eran unos meses, eran años el compromiso!", recuerda. Pero uno de sus hermanos, ingeniero que había vivido un tiempo en Houston los convenció de que se trataba de una idea razonable: se va a un lugar seguro, déjenla volar.

Fiama evoca que, aun con esa pequeña batalla ganada, fue a la entrevista con todo el miedo del mundo, haciéndose muchas fantasías sobre cosas truculentas que podían ocurrirle: desde que el lugar fuera horrible, a soledad extrema, hasta que la secuestraran y ella no pudiera pedir auxilio. Pero le "volvió el alma al cuerpo" cuando conoció al resto de los Participate Learning team members, es decir, los otros maestros candidatos al programa. "Ahí, cuando les puse cara a las personas con las que ya venía hablando por mail, a Emilia, a Gerardo, a Florencia y a María, tuve la certeza de que el plan se me iba a dar. Me dije: '¡Esto tiene que ser y esto va a ser realidad!'".

Un blooper histórico: "Don't make trump"

Ni Fiama ni los reclutadores, ni sus compañeros se olvidan más de esa entrevista, que era grupal. "Todos eran teachers y hablaban en perfecto inglés", cuenta Fiama. "Pero yo solo era una maestra especial; sabiendo lo básico de inglés me sentía como en una nebulosa". Decidió jugar sus mejores cartas para ganarse la aceptación: la simpatía y el buen humor. Ella es desenvuelta, muy charlatana -según su propia definición- y le gusta mucho hacer chistes.

Algo de eso intentó hacer cuando le tocó dramatizar una clase con los alumnos imaginarios, los niños estadounidenses representados en el rol por sus compañeros de entrevista. "Les dí sus hojas como para hacer un juego de preguntas y respuestas y les quise decir que no hicieran trampa con una sonrisa y un guiño de ojos, como para distender la situación. Pero en lugar de decirles 'Don't cheat' como se dice en inglés, les dije 'Don't make trump' y justo era época de elecciones con Trump como candidato, obviamente todos se mataron de risa", confiesa.

Con blooper histórico y todo, la volvieron a llamar. Sus otras cualidades tuvieron el peso que volcó la balanza a su favor y finalmente la argentina se sumó al programa en Toboro, ese pequeño pueblo de Carolina del Norte que hoy es su hogar.

Para integrarse al programa no tuvo que pagar absolutamente nada; solo los 180 dólares correspondientes a la tramitación de su visa de trabajo por 5 años y 120 dólares de un impuesto local. En cambio, obtuvo un préstamo de relocación a devolver sin intereses que le sirvió para pagar el pasaje y alquilar un lugar para vivir. Con el sueldo que recibe por su trabajo como maestra - unos tres mil dólares, que varían para cada trabajador según sus títulos y años de experiencia - le alcanza para vivir holgadamente: pagar el alquiler de su casa, las cuotas del auto, viajar, hacer las compras de ropa y comida y, además, para ahorrar.

Ahora, todos los días les da clases a chicos de 5 años que acuden al progarma de inmersión en idioma español de una de las escuelas de la ciudad. Allí enseña todas las materias, en horario reducido por el Covid-19 y allí aprendió mucho más de lo que había imaginado.

"Les dan mucha importancia a las rutinas"

La jornada escolar arranca a las 7.30 de la mañana, pero ella llega siempre 20 minutos antes de que lleguen los estudiantes. "Los esperamos en la puerta de cada salón para el saludo de la mañana. Desayunamos juntos y tenemos un tiempo para el morning work, una instancia de transición con juegos y charlas hasta comenzar las clases planificadas. Enseño español durante una hora y media, luego jugamos en el patio, después hay 40 minutos para el almuerzo y luego una hora especial de arte, música o educación física. A las 14.30 ya estoy de vuelta en mi casa, que queda a 2 minutos en auto de la escuela", relata.

A la tarde duerme la siesta, trabaja en planificar las clases o corregir trabajos de los alumnos, adelantando tareas de la universidad, ya que estudia licenciatura en educación a distancia en la Universidad de Quilmes y después entrena con su personal trainer argentino. "Soy una chica fit, no dejo de entrenar nunca y además, con mi sueldo me estoy comprando diez zapatillas al año, en Argentina no me compraba más de dos", cuenta.

Lo único que le resulta extraño todavía es cenar temprano. "Acá se cena a partir de las 5 de la tarde, la hora de la merienda", explica, pero ella se organizó para comer a las 7, ya que se va a dormir temprano y así puede despertarse con hambre para desayunar bien al día siguiente.

Tener un horario para cada cosa es importante en Taboro y, especialmente, en la escuela. "En la enseñanza les dan mucha importancia a las rutinas, a los procedimientos y a los aprendizajes socioemocionales", refleja Fiama, que tuvo que adaptar sus conocimientos como maestra de alumnos con necesidades especiales en nuestro país para poder dar clases en una escuela con un programa educativo clásico de Estados Unidos. "En cada aula tenemos una esquina de la calma para que cuando un nene se enoja o se siente inquieto se pueda ir allá a sentarse, hacer una postura de yoga o leer un libro", cuenta.

"Tienen una visión de la enseñanza que es conductual, no tan piagetiana o constructivista, pero también dan mucha importancia a la convivencia con la diversidad", descubrió Fiama. "Siempre se busca transmitirles que se entiendan que todo lo que ellos tienen acá quizá un nene de otro país no lo tiene y esa es la parte que a mí más me gusta. Porque ahí es donde yo puedo aportar mucho con mi trabajo. Justamente traen a profesores de otras partes del mundo para que seamos capaces de mostrarles todas las culturas que hay alrededor del mundo", dice Fiama para cerrar, feliz de haber tomado una decisión arriesgada que le valió terminar su relación de pareja - "No funcionó a distancia pero los dos estamos bien de que el otro está siguiendo su sueño", confiesa - y que cada día le permite mostrar algo de lo maravilloso que es el mundo a los chicos.

Fuente: La Nación

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