TUCUMÁN (ADNSUR) - Pablo Esteban Jiménez y Nadia Kladko dieron el sí frente a sus familiares y amigos. Y en ese momento emotivo en que los novios toman la palabra delante de sus invitados, sin planearlo anunciaron que todo lo recaudado en la urna que descansaba en un rincón del salón no sería destinado a la luna de miel, sino al grupo que sale por las noches a repartir café y tortillas a las personas en situación de calle.

No lo habían planeado y surgió ahí mismo. La idea fue de él, pero ambos estuvieron de acuerdo instantáneamente. Antes que agradecieran a los invitados por estar ahí compartiendo con ellos su boda, las pantallas de la fiesta habían proyectado un video de las “noches de caridad”, como se denomina la actividad que desarrollan juntos todos los jueves por la noche desde junio del año pasado.

Se trata de un grupo pastoral del que participan también jóvenes en situación de calle y recuperados de las adicciones. Cuando tomaron el micrófono explicaron que habían decidido donar el dinero de los regalos a los insumos necesarios para llevar adelante esa actividad. “Eso salió en el momento y lo hablé en la mesa con Nadia. Siempre estamos buscando dinero para la noche de caridad y nos salió bien. Cuando lo dije en el discurso hubo mucha gente emocionada, se acercaron muchos, nuestros familiares estaban muy contentos”, explicó Pablo. “Fue antes de la pachanga. No estábamos borrachos, estábamos bien”, aclara entre risas que se mezclan a la de su esposa.

Nadia y Pablo se conocieron hace tres años en la comunidad misionera de Santo Domingo. Seis meses después, ya eran novios. En junio del año pasado, comenzó la iniciativa de las “noches de caridad”. Desde entonces, todos los jueves, un grupo de alrededor de 15 personas se reúne y desde ahí recorren las calles tucumanas hasta pasadas las tres de la madrugada, informó El tucumano.

Visitan las salas de guardia de los hospitales y a la gente que espera afuera porque tienen algún familiar internado. También a los que se encuentran en situación de calle, como Don Ponce y Doña Rosa, que suelen dormir en el Centro de Salud. Les llevan café caliente, facturas, tortillas. Pero, principalmente, ofrecen oídos atentos y palabras de aliento: “El café es el nexo para conocer las historias de las personas. No es sólo llevarle un café, es sentarnos con ellos y conversar”.

“Fue una buena idea. Nosotros tenemos un sueldo, no tenemos la vida arreglada, pero la gente lo necesita mucho más que nosotros”, dice ahora Pablo.

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