El informe constituye el primer diagnóstico acerca del impacto de las redes y sogas provenientes de la actividad pesquera y otras actividades humanas sobre la población de ballenas francas australes de Península Valdés, Chubut. El estudio fue realizado por investigadores del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB) y colaboradores del Programa de Monitoreo Sanitario Ballena Franca Austral con el apoyo de La Roche-Posay Argentina.

Para su realización, se analizaron las fotografías aéreas de ballenas tomadas desde 1971, el registro de ballenas varadas muertas desde 2003 y otras fuentes de información y datos publicados. Los resultados revelan que de un total de 3.811 ballenas francas foto-identificadas entre 1971 y 2017, se detectaron heridas de origen posiblemente antrópico en 141 ballenas, que representan el 3,7% de todos los individuos del catálogo y entre el 1 y 2% de las ballenas identificadas en cada década.

Los enmallamientos en redes y sogas de pesca son una de las principales causas de muerte para muchas especies de cetáceos. La ballena franca del Atlántico norte, de la cual quedan menos de 400 individuos, se encuentra en peligro crítico de extinción como consecuencia de las muertes por enmallamientos y por colisiones con embarcaciones. Investigadores de IFAW informaron que de 43 ballenas francas muertas en el Atlántico Norte entre 2003 y 2018, el 88,4% murió a causa de enmalles o por colisiones.

Para no llegar a una situación de esta gravedad con la ballena franca austral, es necesario trabajar en la prevención de estos impactos antes de que sus efectos en las poblaciones sean mayores. Es clave contar con información que nos indique cómo afecta esta problemática a la especie en el Atlántico sudoccidental y así poder evaluar la eficacia de las medidas de manejo que las autoridades tomen.

La co-fundadora del ICB, Roxana Schteinbarg, señaló que "este diagnóstico es un insumo muy relevante para trabajar en la implementación de acciones preventivas y de mitigación de manera colaborativa con los sectores pesquero, gubernamental, la sociedad civil e instituciones académicas y de investigación en Argentina”.

Con el fin de detectar el impacto de estas actividades humanas sobre las ballenas de Península Valdés a lo largo del tiempo, los investigadores del ICB realizaron un análisis temporal para comparar la tasa de incidencia de estas heridas a lo largo de cinco décadas, desde 1971.

Algunos datos que se desprenden del informe encienden alarmas: de un total de 3.811 ballenas francas foto-identificadas en Península Valdés entre 1971 y 2017, se detectaron heridas de origen posiblemente antrópico en 141 ballenas, que representaron el 3,7% de todos los individuos del catálogo y entre el 1 y 2% de las ballenas identificadas en cada década.

De estas 141 ballenas con diversos tipos de lesiones, las ballenas con heridas por enmalles en 1971-1979 eran el 3% mientras que en 2010-2017 ese porcentaje fue ocho veces superior, llegando al 26%. Es decir que los enmalles afectan una proporción cada vez mayor de ballenas respecto de otros impactos humanos.

Entre 1971 y 1979, las ballenas con heridas por enmalles representan el 7% del total de ballenas con heridas de origen antrópico, mientras que en 2010-2017 ese porcentaje se quintuplicó, siendo del 35%.

Cuando las redes y sogas no están presentes al momento de la observación y sólo se detectan las heridas que producen, no es posible determinar el origen de estos aparejos. Sin embargo, la presencia de sogas de cualquier índole en el mar genera una trampa mortal para ballenas, aves, tortugas y otros animales marinos. Los animales heridos padecen efectos adversos en su salud y, en muchos casos, las heridas llegan a producir la muerte luego de meses o años de sufrimiento.

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