CAPITAL FEDERAL - La a vida nos sorprende. Por más que programemos y organicemos, muchas veces las cosas suceden con una lógica caprichosa, diferente, fuera de control.  Luis Ángel Sánchez (47) y Ana Pagés (38) estuvieron nueve meses planificando el parto perfecto. Respirando y exhalando en forma sincronizada. La elección del médico, de la partera, del sanatorio, de la habitación. Y todo para que su niña nazca a bordo de la camioneta del papá.

Foto: La Nación

Jueves 15 de junio, después del mediodía. En medio del caos habitual de Cerviño y Sinclair, en el barrio de Palermo, un conductor desesperado saca una hoja de papel de color blanco por la ventanilla rogando a los gritos que le abran paso: "¡Nace mi hija! ¡Nace mi hija!".

Luis Ángel y Ana habían salido para la maternidad con trabajo de parto en curso. Pero en los 40 minutos que demoraron en llegar a destino el proceso se precipitó como una avalancha incontrolable. Lucero nació en la camioneta, en el estacionamiento de ambulancias de La Trinidad de Palermo.

"Tuve mucho miedo. Uno como papá no sabe qué hacer, es una desesperación inexplicable. Mi mujer gritaba y me pedía ayuda. Yo no sabía si parar al costado del camino, estaba muy nervioso, era todo muy surealista. Veía gente tranquila esperando colectivos y obreros de construcción cortando dos carriles por obras. No avanzábamos, fue desesperante", cuenta el padre a LA NACION.

"Uno siempre imagina que llegará a la clínica como acompañante y se encontrará con un equipo de profesionales esperado". Pero no. Entre la proyección y la realidad, a veces hay una brecha.

A los gritos y con el papel blanco por la ventanilla, llegamos al sanatorio, pero por los nervios me equivoqué y no pude ingresar por el playón de urgencias. Tuve que empezar a dar vueltas en "U" con la camioneta en medio de colectiveros, taxistas y particulares que me facilitaron esas maniobras para estacionar en la entrada de ambulancias", explica Luis.

En ese momento, Ana avisó que la bebé estaba naciendo. "Había dos hombres fumando a pocos metros, camilleros o choferes de ambulancia. Me miraban congelados, sin reaccionar. Pedí auxilio a los gritos, los vecinos desde los balcones se empezaron a asomar y sumaban sus gritos a mi pedido de auxilio", relata el padre de la criatura, que se bajó del auto y se arremangó para colaborar en el parto sosteniendo la cabeza de su hija, que en cámara lenta empezaba a asomar.

Cuando los hombros empezaron a salir -y la desesperación aumentaba- sintió una mano en su espalda acompañada por las palabras que trajeron calma. "Papá, soy médico, dejame que yo sigo".

Era Juan Pablo Sojo, obstetra del sanatorio, quien estaba contestando un mensaje antes de irse y escuchó los gritos desde la recepción.

Foto: La Nación

"¿Qué está pasando?, preguntó al personal. "Creo que está naciendo un bebé en el estacionamiento", le contestaron.

Pidió que se pase el aviso urgente a todo el equipo y se acercó corriendo a brindar su asistencia. Con un look muy casual el profesional asistió el parto y controló el pulso y la temperatura del bebé hasta que llegó el equipo de médicos y enfermeros. Fueron cinco minutos de silencio, donde la gratitud y la calma comenzaron a reemplazar el medio y la tensión. La bebé no lloraba porque estaba unida a su madre. En cuanto llegaron los profesionales a brindar ayuda, Sojo pidió una tijera y dijo: "Cortá el cordón papá, hiciste un buen trabajo". Lucero se hizo escuchar inmediatamente.

Horas después, la madre y la niña dormían en la habitación del sanatorio. El padre, aún en estado de shock, whatssapeó a sus amigos una foto sacada desde adentro de la camioneta, donde se ve a la madre, con la niña apoyada sobre su pecho, y al médico, convertido en héroe urbano, que apareció en escena como una ángel salvador. La imagen fue acompañada por tan sólo tres palabras. "Dios estuvo aquí".

Fuente: La Nación

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