Jorge Palacios fue soldado en Malvinas, gracias al destino que afortunadamente vivió para contar, pudo relatar más de una vez que le rogó a Dios que no lo dejara morir “despacito” tras ser sepultado vivo por una bomba. Fue una promesa futbolística, un 10 que aún recuerdan y el pasado 2019 tuvo la dicha de viajar al Vaticano y ser recibido por el papa Francisco.

Nació el 17 de octubre de 1963, vivía con su familia en el barrio Ceferino. Su papá Juan Paulino trabajaba en el hospital Alvear, su mamá se llamaba Silvia y tiene tres hermanas y un hermano. El llegó tercero entre sus hermanos.

El veterano comodorense que fue a Malvinas, visitó el Vaticano y su historia es conocida por todo el país

Palacios tenía por entonces 17 años, y con la 10 en la espalda comenzaba a asomar en la Primera División del “Lobo”. Fue en esa época cuando le llegó la hora de realizar el Servicio Militar Obligatorio, sin saber que unos meses más tarde estaría en Malvinas, defendiendo la soberanía de las islas luego de años de burocrática negociación.

Cuando en enero de 1982 le llegó el telegrama para incorporarse al servicio militar -en el sorteo le había tocado el 832- se ganaba la vida como ayudante de chapista y pintor. Su destino fue el regimiento 25 de Colonia Sarmiento.

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El después de aquel 4 de Mayo

Palacios recordó que el día anterior a aquella jornada en que su vida tuvo un gran golpe de suerte, con unos diez compañeros, rodilla en tierra, habían rezado el Rosario. Lo hacían habitualmente.

Esa madrugada estaba de guardia sobre un cerrito que miraba al mar, frente a la torre de control del aeropuerto. Cerca de las tres lo sorprendió un ruido, al que confundió con el vuelo de un Hércules. En realidad, eran dos grandes bombas arrojadas por aviones Vulcan ingleses. Una estalló a unos 30 metros de su posición. La otra, que impactó a escasos seis, y que dejó un cráter descomunal, fue casi fatal para él.

En fracción de segundos, sintió que la onda expansiva le hundía la cara, le hizo dar vuelta la cabeza y lo arrojó violentamente en el pozo de zorro. Su brazo derecho le quedó apuntando hacia arriba y el izquierdo aprisionado por la turba y las piedras. La manta que llevaba sobre los hombros para abrigarse quedó inexplicablemente desplegada sobre su cuerpo. El está convencido que era el manto de la Virgen.

Debajo suyo quedó el soldado Raúl Ortiz, que en el momento de la explosión estaba durmiendo. Tenían encima cerca de dos metros de tierra y piedras.

“Che, Ortiz, hagamos fuerza”. Fue inútil porque los escombros no se movían.

Gritaron. Palacios cree que repitieron el pedido de auxilio unas diez mil veces. Pero nadie escuchaba, según pudo contarle a Infobae

Perdió la noción del tiempo. Intuyendo lo peor, se preparó a morir. Mentalmente se despidió de sus viejos, de su hermanos, de sus amigos. Como en una película en blanco y negro se vio con sus seres queridos en aquellos momentos de alegría que pasó junto a ellos. De pronto sintió que hablaba con Dios. Se sorprendió de la paz que experimentaba, en esa oscuridad, atrapado. Remarca que esa paz no la volvió a sentir nunca más.

No estaba desesperado. Se preguntó por qué Dios lo hacía morir despacito. “No me haga morir así, Señor, por favor”, repetía. Percibía las lágrimas que corrían por sus mejillas.

Ortiz estaba inmóvil, pensó que había fallecido. Comenzó a notar que la tierra se hundía, alguien caminaba en la superficie, justo donde estaban enterrados. “¡Gritemos!”, casi le ordenó a su compañero. Lo hicieron con las últimas fuerzas que les quedaban, no entendían cómo aún podían respirar.

Los soldados los escucharon y excavaron con lo que tenían a mano, hasta con sus propias manos. De pronto alguien cortó la manta con un cuchillo, y apareció la cara de Palacios. Los habían dado por muertos. Nadie lo podía creer. Todos lloraban mientras los abrazaban.

En el hospital, el doctor capitán José Luis Corominas se sorprendió al comprobar que no tenían ninguna herida. Este médico también es de Comodoro y cuando se encuentran por la calle, en el centro, siempre se saludan.

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SU VISITA AL VATICANO

En 2018 lo contactó La Fe del Centurión. Le comentaron que la imagen de la Virgen que él había llevado en procesión estaba en poder de los ingleses, y que se estaba programando un intercambio en El Vaticano y que él podría ser uno de los que la fueran a buscar. Para él, era la misión mencionada por el padre Martínez Torrens.

Creía estar soñando ese 30 de octubre de 2019 cuando Francisco lo abrazó en la Plaza San Pedro. El Papa no podía creer que el de la foto de la procesión, fuera él. “Este soy yo”, le indicó. “¿Sos vos?”, preguntaba. Lo miraba una y otra vez. También compartió la instantánea con veteranos ingleses presentes en el lugar, les explicó que en la guerra fue un soldado infante, y que tenía entonces 18 años.

Desde 1989 vive en una casa de un plan de vivienda en el Barrio Isidro Quiroga e integra el equipo de fútbol de veteranos del club Jorge Newbery, donde un año antes de la guerra ya le decían que era un chico que prometía y que su único sueño era el de jugar en primera.

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