El origen del afrikáans también perdura en Comodoro

La periodista del programa “Buenos días Sudáfrica” le cuestionó su forma de hablar el idioma, entendiendo que lo hacía de una forma diferente a ellos. Sin embargo, la explicación de este hombre que nació en Comodoro Rivadavia, en la casa de una partera sudafricana, explica un poco por qué la Universidad de Michigan se interesó en una población de la meseta para estudiar  este dialecto que conserva elementos del afrikaans anteriores a 1925, cuando el gobierno sudafricano lo reconoció como idioma oficial.

“Ella me dice: ‘usted no habla el afrikáans verdadero’, y yo le digo: ‘no, yo hablo el verdadero afrikáans que llevaron mis padres a la Patagonia 115 años atrás’. Y me dice: ‘es un poco atrevido decir eso’, pero al instante empezaron a llamar personas antiguas y profesores, diciendo que estaba en lo cierto, que el afrikáans que hablaba yo era el original porque en Sudáfrica cambió totalmente”.

Precisamente la búsqueda de esas raíces idiomáticas llevó a que un grupo de más de 40 profesores, investigadores postdoctorales y estudiantes de todos los niveles de la Universidad de Michigan comiencen a estudiar a los descendientes Boers que llegaron a la Patagonia en la primera década del siglo XX, y que aún hoy hablan el idioma, siendo una de las pocas comunidades bilingües de Chubut.  

Según un artículo publicado en The Conversation, un sitio de noticias y análisis de académicos e investigadores que nació en Melbourne (Australia) y que hoy cuenta con una redacción en Madrid, los investigadores provienen de una amplia gama de campos, incluyendo lingüística, historia, antropología, literatura y estudios religiosos, y ya realizaron casi 100 entrevistas con miembros de la comunidad en afrikaans y español. El trabajo titulado “De África a la Patagonia: Voces de desplazamiento”, además despertó el interés de lingüistas en Europa y Sudáfrica.

Pero para introducirse en esta historia de conservación, tradiciones, migraciones y desolación, por el modo de vivir en el campo que tuvieron estos inmigrantes, es necesario recordar cómo llegaron los inmigrantes Boers a Chubut y a Comodoro Rivadavia.

LA LLEGADA DE LOS BOERS

 El origen de los Boers se remonta al siglo XVII cuando una población holandesa  se asentó en el extremo sur de África que hoy se conoce como Cabo de Buena Esperanza. Esa comunidad se expandió por todo el territorio y entró en conflicto con el Imperio Británico. Todo concluyó con la Segunda Guerra Anglo-Boer que se desarrolló desde el 11 de octubre de 1899 al 31 de mayo de 1902.

Sobre el final del combate miles de Boers fueron capturados y trasladados a campos de concentración, y otros decidieron huir del país, buscando otras tierras para asentarse, entre ellas Argentina.

Las primeras generaciones de Boer llegaron a Comodoro en 1902. Cuando arribaron durmieron en carpas, y mientras se asentaban, aprendían el idioma y conseguían caballos. Luego llegó una segunda y una tercera tanda a Buenos Aires y posteriormente también se trasladaron a la Patagonia.

En ese contingente llegó John Blackie, padre de Martín, quien había estado prisionero en un campo de concentración de Malasia, y cuando fue liberado decidió venirse para Argentina, siguiendo la corriente migratoria que había iniciado años antes.

Era el año 1907 cuando el hombre llegó al país y por ese entonces ya estaba en la zona quien sería su esposa, Cornelia Van Wyk, que había llegado en 1903 de Ciudad del Cabo.

UNA VIDA AISLADA QUE MANTUVO LAS TRADICIONES

 El padre de Martín se asentó en José de San Martín, donde conoció a Cornelia. Allí se casaron y el Gobierno Nacional les dio una legua de campo en Sierra Chaira, a unos 150 kilómetros de Comodoro Rivadavia y otros 150 de Sarmiento, otra localidad donde se asentaron los Boers.

Para llegar a la zona los blackie viajaron junto a un bebé de tres meses, dos perros, y dos chivas que encontraron en el camino. Finalmente John encontró agua a 2500 de altura, y allí decidió plantar bandera, tal como le habían ordenado.  “La gente del gobierno les indicó cual iba a ser su campo. Le dijeron salga no más y donde encuentre agua ponga su bandera, esa va a ser su estancia. Después el Estado le va a dar un certificado”, recuerda Martín sobre lo le dijeron a su padre.

Una vez instalado, a los tres meses John viajó a Comodoro a buscar ovejas, pero no encontró y tuvo que ir hasta Puerto Deseado. Tardó cuatro meses en regresar en su campo. Mientras tanto su esposa cazaba para sobrevivir.

La niñez de Martín Blackie, el anteúltimo de 10 hermanos (siete hombres y tres mujeres), fue entre la desolación del campo, la búsqueda del progreso y las tradiciones familiares. Él aún recuerda como su padre construyó durante dos años y medio una especie de acueducto para que su familia tenga agua corriente, todo un cambio para la familia, ya que eso les permitió tener una pequeña huerta y lavar la ropa en la casa. También recuerda las cinco habitaciones de piedra y barro que construyó su padre, y los rituales. “En mi casa los domingo por la noche mi viejo nos juntaba a los diez hijos y hacia un culto: leía la biblia, nos hablaba de Dios y nos enseñó a cantar, todo en afrikáans . Entonces son cosas que se meten en la sangre y vos no la olvidas”, asegura con un con un acento que delata las raíces de su idioma original.

EL PROGRESO Y EL ESPAÑOL

Martín tenía 11 años cuando su familia compró una chacra en Sarmiento. Cuando llegaron su papá lo anotó en la escuela del paraje Pío Pío.

Corría la década del 50 y él solo hablaba afrikáans y algo de ingles. “Era muy difícil hablar español, pero tuvimos un maestro que era un lujo: don Julio Lew. Era una escuela de 45 metros cuadrados de barro y adobe, siete grados en un aula y un maestro. Pero lo que hemos aprendido en esa escuela… lo que aprendí con ese hombre me abrió camino para llegar alto, porque hice cosas que me cuesta creer que hice”, recuerda agradecido.

Y vaya si tiene razón. Martín Blackie tenía 18 años cuando recibió su certificado de sexto grado. En esa escuela fue donde aprendió a hablar español, y en Sarmiento el lugar donde tuvo su primer trabajo en una estación de servicio que era de su antiguo profesor. Allí hizo amistad con el presidente de la naciente Pan American Energy que decidió contratarlo para la operadora, y a los dos años lo nombraron segundo jefe del yacimiento “Chulengo”.

Luego Martín decidió independizarse y ya en Comodoro Rivadavia compró camiones, colectivos y fue vendedor mayorista de la Coca Cola. Más tarde vendría una panadería que hasta hace poco administró, los 27 viajes a Sudáfrica, ser nombrado vicecónsul de Sudáfrica, el restaurante “Die groot treek: La Gran Travesía”, y sus encuentros con Nelson Mandela, primero cuando visitó Argentina en la presidencia de Fernando de la Rúa y luego en un lujoso hotel de ese país.

Pero lo que nunca dejó Martín fue de hablar afrikáans. “Es una forma de no olvidarnos las raíces, es un placer para nosotros hablar el afrikáans, siempre nos juntamos con seis o siete amigos y lo practicamos. Yo me asombró de lo bien que lo hablan los demás y lo mantienen en la casa son sus madres, también lo hacíamos con los padres, porque por más que hayamos empezado a hablar castellano con ellos se hablaba afrikáans”, recordó, explicando de alguna forma porque en Chubut se da este fenómeno que despertó el interés de un grupo de investigadores, quienes en la remota Patagonia buscan el origen de un idioma muy lejano, que también se habla en Comodoro gracias a los descendientes de los Boers que forjaron esta tierra.

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