Cuando la Patagonia fue un verdadero escenario apocalíptico: de Malvinas a las cenizas de los volcanes
Antes que 'El Eternauta' exhibiera invasores extraterrestres y todo tipo de calamidades, nuestras provincias patagónicas vivieron sus propias noches sin fin: ciudades a oscuras en 1982 para evitar bombardeos, rutas cortadas, inundaciones devastadoras, cenizas volcánicas, playas dañadas por marejadas, incendios forestales y pueblos bajo nieve. En todos los casos, las respuestas fueron colectivas, motorizadas por el temple humano y una cooperación inquebrantable.

La reciente miniserie ‘El Eternauta’, basada en el icónico cómic de Héctor Germán Oesterheld, conmovió al mundo con su relato distópico donde una nieve tóxica cubre Buenos Aires que desató pánico, muerte y un colapso social que resuena como un espejo de nuestros miedos más profundos.
La escena inicial, con copos letales cayendo sobre el Obelisco y vecinos huyendo entre gritos quedó grabada en la memoria colectiva.
Pero mientras Netflix celebra su éxito, desde el río Colorado hasta Ushuaia, miramos la pantalla con una mezcla de familiaridad y orgullo: la Patagonia lleva décadas escribiendo su propia epopeya de supervivencia.
La nieve ficticia de ‘El Eternauta’, cargada de invasiones extraterrestres, desastres naturales y conspiraciones, evoca imágenes que los patagónicos reconocemos demasiado bien.
En 1982, durante la Guerra de Malvinas, a lo largo de las ciudades del litoral marítimo de la Patagonia continental se desarrollaron operativos de oscurecimiento para dificultar los ataques de los aviones británicos.
En especial, Puerto Madryn protagonizó momentos especiales e inolvidables cuando la comunidad se volcó a las calles para enfrentar el operativo militar con el objetivo fundamental de recibir a los soldados que volvían del frente en "El Día que Madryn se quedó sin pan" ante la llegada del buque Canberra el 19 de junio de 1982.
Ante la masiva concurrencia ciudadana, las Fuerzas Armadas decidieron retirar a los soldados que llegaron en el buque Norland el 21 de junio de 1982 por el muelle de ALUAR para evitar todo contacto en una acción cargada de crueldad.
Las cenizas del volcán Hudson de 1991, las inundaciones de 1992 en todo Chubut y -en especial- durante el 2017 en Comodoro Rivadavia, las nevadas históricas, los incendios forestales, temporales de vientos y los recientes sismos a pocos kilómetros de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur son capítulos de un mismo libro.
En cada crisis, las comunidades se organizaron con lo que tenían: los vecinos se pusieron a disposición de todas las necesidades, la Policía intensificó sus recorridas, los Bomberos voluntarios trabajaron contrarreloj para evitar que las llamas alcancen las zonas urbanas y las docentes se convirtieron en mensajeras de esperanza. En todos los casos, la solidaridad funcionó como un faro en la tormenta.
Pero el caos no siempre llega del cielo. En 2021, la destrucción de la fibra óptica por delincuentes dejó sin comunicación a medio millón de personas en Chubut y Santa Cruz durante varias horas.
Sin redes, comunicación, ni bancos, los patagónicos recurrieron a los mensajes al poblador rural y brindaron especial prioridad de atención a los enfermos y a los adultos mayores
Una escena que, salvando distancias, 'dialogaría' con los personajes de ‘El Eternauta’ buscando señales de vida entre escombros.
Los incendios forestales en Epuyén a comienzos del 2025, las cenizas que sepultaron a Bariloche bajo un manto gris o el colapso de la Ruta 3 en Comodoro en 2023 —aislando a la ciudad durante semanas- son testimonios de una tierra que desafía lo imposible.
La pandemia, otro capítulo oscuro, mostró el alma patagónica: hubo organización en las compras con DNI en los supermercados, los ciudadanos se adaptaron al barbijo, hubo permisos especiales para las personas con discapacidad, los estudiantes fabricaron protectores faciales con impresoras 3D; los médicos recorrieron largas distancias en sus vehículos particulares para atender a las personas afectadas e incluso -en Rawson- se hizo un “monumento al aplauso” para reconocer a los servidores públicos que brindaron todos sus esfuerzos durante esos meses dramáticos para la comunidad internacional.
El “temple” no es una palabra abstracta: es leña ‘cortada a mano’, son abrazos que se convierten en miradas: es un mensaje claro de no rendirse aunque el mundo se deshaga.
En este punto, recordamos a Rubén Patagonia quien -ante la pregunta sobre el tono elevado para cantar- respondía “seguramente la fuerza para cantar viene de la misma tierra. Yo siempre digo que en mi tierra hay silencios que tienen sonidos. Y ahí están los gritos de aquellos que murieron buscando su verdadera libertad. Ahí está nuestro granito de arena para reconstruir la historia del hombre de la tierra. Ellos son los que me marcan el camino continuamente y me cuidan”.
‘El Eternauta’ nos habla de invasores extraterrestres pero en la Patagonia, el enemigo suele tener distintas máscaras: la guerra, el fuego, el viento, la ceniza, la nieve o un virus.
Como los personajes de la serie, aquí no hay lugar para el individualismo. Cuando los incendios forestales arrasaron con las casas en Epuyén, las familias no esperaron todas las respuestas sólo del Estado: levantaron ladrillo por ladrillo, compartieron las herramientas, se respaldaron mutuamente y reconstruyeron el pueblo con una fortaleza admirable.
La serie de Netflix, con sus efectos especiales y su narrativa apocalíptica, nos entretiene pero la Patagonia enseña.
La resistencia no es ficción: es memoria. Es saber que tras cada nevada, habrá manos ayudando a despejar caminos; que tras cada corte de ruta, alguien va a llevar alimentos y bebidas a las personas varadas; que tras cada silencio, volverá la risa compartida.
Mientras Buenos Aires se estremece con la ficción de una nieve mortal, el sur argentino sigue de pie, escribiendo su propia historia con solidaridad y espíritu cooperativo.
Quizás, en algún capítulo futuro, ‘El Eternauta’ debería mirar hacia la Patagonia. Allí, sin extraterrestres ni guiones, encontraría la verdadera esencia de la humanidad: frágil, pero indomable.
Hoy, cuando alguien en Netflix cierre el capítulo final con lágrimas en los ojos, un niño saldrá a jugar bajo el viento, ignorando que su simple existencia es el mayor acto de resistencia y un acto de soberanía. Y así, entre ficción y realidad, Argentina sigue navegando sus eternautas.
