A 19 años del crimen que estremeció a Puerto Madryn: la noche del horror en la casa de Mary Esteban
En un ataque con una carga de violencia despiadada, dos hombres irrumpieron en la casa de una jubilada, a quien golpearon e hirieron con ferocidad hasta matarla. Luego, provocaron un incendio para borrar las huellas. A través de un trabajo coordinado entre la Policía del Chubut, los bomberos y los peritos, se lograron incorporar los cuchillos, una caramelera, el relevamiento de las pisadas y una cámara de fotos que fueron claves para reconstruir la escena del crimen.

El 24 de mayo de 2006, Puerto Madryn amaneció con una noticia que heló la sangre de toda la ciudad. María Esteban, una jubilada querida y respetada por sus vecinos, fue brutalmente asesinada en su casa.
A 19 años de aquel crimen atroz, el recuerdo sigue vivo y el dolor se renueva con cada aniversario.
Eran cerca de las nueve de la mañana cuando la Policía y los Bomberos irrumpieron en el departamento de María, ubicado en un tranquilo complejo de la ciudad. La puerta estaba cerrada por dentro y todo el lugar sumido en un silencio sepulcral. Nadie imaginaba el infierno que se había desatado horas antes tras esas paredes.
Héctor Eduardo Cabrera y Walter Francisco Guevara, dos nombres que quedarían grabados para siempre en la memoria colectiva de Madryn, ingresaron por una ventana y atacaron a una abuela indefensa con una violencia bestial.
Buscaban objetos de valor, pero lo que dejaron fue una escena de horror que los peritos describieron como “cruenta, mucho más de lo que cualquiera podría imaginar”.
El departamento era un caos: muebles volcados, cajones vaciados, huellas de una búsqueda desesperada por dinero o joyas. Pero el desorden era apenas la antesala de lo peor.
El cuerpo de María yacía bajo un escritorio, envuelto en una sábana, con múltiples lesiones cortantes y punzantes. Los forenses hablaron de “un grado de violencia inusual”, de un ensañamiento que rozaba la tortura.
El crimen no sólo fue brutal sino también meticulosamente cruel. Los asesinos intentaron borrar sus huellas prendiendo fuego a la vivienda pero fue controlado a tiempo.
Entre las pruebas recolectadas, una caramelera de vidrio con huellas dactilares y pisadas terminarían siendo claves para la investigación. Así lo recordó el comisario mayor Marcelo Rodríguez, jefe del área de Criminalística y Cuerpo Médico Forense de la Policía del Chubut.
La escena se completaba con dos cuchillos manchados de sangre: uno junto al cuerpo, otro en la pileta del baño, con el agua aún corriendo como si hubieran intentado limpiar la evidencia en un último acto desesperado.
En el patio, una bolsa de tela con manchas hemáticas sugería que los criminales se limpiaron antes de escapar.
La investigación avanzó con precisión quirúrgica. Una cámara fotográfica encontrada en poder de uno de los detenidos resultó pertenecer a María.
La boleta de compra y el número de serie confirmaron la procedencia del objeto lo que permitió estrechar el círculo sobre los sospechosos. Cabrera y Guevara, conocidos en el ambiente delictivo local, no tardaron en ser vinculados al hecho.
Los detalles que surgieron durante la autopsia y las entrevistas a los imputados estremecieron incluso a los investigadores más experimentados.
Las heridas de María no fueron producto de un arrebato, sino de una violencia lenta y metódica, infligida para obtener información o simplemente por placer sádico. “Hubo tortura”, admitieron los forenses y un "desprecio absoluto por la vida”.
La sociedad de Puerto Madryn quedó marcada para siempre. El caso de María Esteban fue uno de esos hechos que “tira la realidad encima de la sociedad de golpe”, evocó uno de los peritos actuantes, el Dr. Leonardo Nacarato.
Un espejo oscuro de la marginalidad, la violencia y la deshumanización que avanzan cuando la indiferencia social se instala.
Durante los procesos de declaración indagatoria, los acusados mostraron una frialdad escalofriante. No hubo arrepentimiento ni siquiera un atisbo de remordimiento. La amnesia selectiva y las evasivas reforzaron la imagen de dos hombres para quienes la vida ajena carecía de valor.
La memoria de María Esteban sigue viva para sus familiares, amigos y allegados. Su historia demostró la peor cara de la vulnerabilidad de los más indefensos.
Pero para que el crimen y el dolor no hayan sido en vano: hay que cultivar la necesidad de no naturalizar la violencia por más cotidiana que pueda parecer.
El aniversario de su muerte es un día de duelo y también de reflexión. ¿Cómo pudo ocurrir semejante atrocidad? ¿Qué hacemos, como sociedad, para que nadie más tenga que morir de esa manera?
La justicia llegó pero el vacío permanece. Y la pregunta, 19 años después, sigue flotando en el aire para poder responderse de manera colectiva y con un compromiso renovado ¿Cómo se sana una ciudad cuando el horror se instala en su corazón?
