Dejó su vida armada en Comodoro para empezar de cero en EE. UU. como niñera
Daiana Cárdenas tenía trabajo, casa y pareja, pero apostó a su deseo: cambiar de rumbo. La historia de una comodorense que dejó todo para ser niñera en el exterior y encontró un nuevo sentido de libertad.

Daiana Cárdenas dejó su profesión como entrenadora personal en Comodoro Rivadavia, su familia y su pareja para convertirse en niñera en Estados Unidos. Hoy cuida niños como Au Pair, baila “Ke personajes” con ellos, les habla en español y comparte con orgullo pedacitos de su cultura argentina. En el camino, también construye una nueva vida y un futuro que nunca imaginó.
Daiana Cárdenas creció entre mancuernas y planes de entrenamiento en gimnasios. “Mi papá tenía gimnasios y yo tenía un grupo bastante grande de alumnas a quienes les armaba planes de alimentación y entrenamientos personalizados. Me iba bastante bien, pero necesitaba un cambio”, confiesa, con la voz que delata el deseo de romper el molde. “Siempre le dije a mi papá: 'algún día me voy a ir a Estados Unidos'. Él se reía, lo veía como una fantasía”, pero un día, todo cobró sentido. Podés escuchar el episodio completo del podcast "Comodorenses por el mundo en Spotify y YouTube.
"La necesidad de un cambio empezó en 2022. Fue bastante loco y complicado porque yo, en ese momento, tenía una pareja estable, vivíamos juntos, tenía mi trabajo y todo lo que uno apunta cuando se habla de estabilidad: una buena posición económica, una casa, ¡súper lindo todo! Pero no sé, había una vocecita que me decía que faltaba algo, estaba aburrida". Y así fue: en junio de 2023 se subió a un avión para lanzarse a la aventura de viajar.
DE ENTRENADORA A AU PAIR
“Yo no sabía nada del programa Au Pair. Lo empecé a escuchar porque tenía unas conocidas que ya estaban trabajando como niñeras en Estados Unidos. Les escribí, les pregunté cómo era, si era seguro, si valía la pena y me animé. Te da miedo al principio, porque te vas sola a otro país, con gente que no conoces, pero también me gustaba la idea de vivir algo distinto, de viajar, de practicar inglés todos los días. Y además, los niños me encantan”, cuenta Daiana.
Lograr la visa fue la culminación de un proceso intenso y de muchos trámites. “Cuando salí del consulado y me aprobaron la visa, me senté en la vereda y me puse a llorar. Ahí entendí que ya no había vuelta atrás”, confiesa.
UNA NOTICIA INESPERADA
Cuando el plan se volvió concreto, la primera barrera fue emocional: contarle a su familia. “Un día los junté a todos y les dije que tenía algo importante que anunciar. Ellos pensaban que les iba a decir que estaba embarazada”, cuenta entre risas. “Cuando les dije que me iba a EE. UU., mi papá se quebró”. Y aunque no fue fácil, el apoyo fue clave. “Mi expareja me acompañó muchísimo. Si no hubiese sido por él, quizás no me animaba a dar el paso. Me dijo: ‘Anda, esto es para vos’. Y eso me impulsó. Desde ese momento, el apoyo de mi familia fue incondicional, algo que agradezco muchísimo, así como también agradezco mucho a la familia de mi expareja, que hasta el día que me fui y me subí al avión, estaban ahí despidiéndome.”
“Au pair” es un programa de intercambio cultural que permite a jóvenes vivir con una familia anfitriona en Estados Unidos a cambio de cuidar a sus hijos. Se les ofrecen alojamiento, comida, un sueldo y la posibilidad de estudiar. De acuerdo al portal oficial, los interesados deben tener entre 18 y 26 años, un buen manejo del inglés, experiencia en el cuidado infantil, gozar de buena salud, no tener antecedentes penales y el compromiso de permanecer en Estados Unidos como mínimo un año.
Para la selección, las postulantes inician una ronda de entrevistas con las familias que se ofrecen como postulantes. En el caso de Daiana, fueron 26, “pero hice match con la primera de todas”. Según ella, había gustos en común, como el automovilismo, que los unió en la decisión de trabajar juntos.
UN POCO “MAMÁ”
Daiana trabaja unas 40 horas semanales de lunes a viernes desde las 9 de la mañana. “Cuido a dos bebés, les preparo la ´meme´ cambio los pañales, les cambio el outfit. Ellos duermen tres siestas, después los llevo a caminar, los alimento de nuevo, jugamos, escuchamos música. Les encanta la música argentina, la nena está loca con ´Ke personajes', los escucha y empieza a bailar. También entienden el español aunque no lo hablan. Esto es prácticamente como ser madre de nueve de la mañana a las siete de la tarde. Yo estoy en todos los aspectos. Pero el lazo emocional va más allá de las tareas. Los amo, son mis bebés”.
Pasaron dos años y Daiana está a punto de terminar su programa en Estados Unidos, pero ya sabe que su deseo es quedarse en ese país. El desarraigo se sobrelleva con nuevas amistades, experiencias compartidas y la empatía entre quienes están viviendo la misma situación; por eso siente que no está sola. Encontró una red de contención que la ayudó a sobrellevar el desarraigo.
“Lo que más me gustó de este programa fue la posibilidad de viajar. Conocí lugares que jamás en mi vida pensé que iba a ser capaz de conocer. Ahora siento que no tengo techo. Siento que ya llegué hasta aquí y que puedo llegar a donde quiera. Ya supe lo que es no tener nada y lo que es tenerlo todo.”
Vivir en Estados Unidos le dio a Daiana algo que en Argentina nunca había sentido del todo: tranquilidad y estabilidad. Allá, el sueldo le alcanza para llegar a fin de mes sin tener que elegir entre pagar el alquiler o darse un gusto. Y algo aún más profundo: la seguridad. “Acá puedo salir a las dos de la mañana si se me ocurre… y no pasa nada”, dice con alivio.
Lo que más le duele, admite, es el desarraigo. “Pensé que no iba a extrañar tanto. Pero sí, extraño a mi familia, a mis amigas, el mate en la playa; extraño mucho ir a la cancha. Acá hay playas mucho más lindas, pero para mí no hay como las playas de mi barrio, de Restinga. Tomar mate con mis amigos en el barrio es algo que uno crece ahí y se va a extrañar siempre. Así estés en el lugar más lindo del mundo, siempre vas a extrañar tus raíces.
La historia de Daiana es la de muchos jóvenes que, con miedo pero también con convicción, se animan a cambiar su destino. Aunque el desarraigo duele, el aprendizaje de vivir lejos de casa le dio alas. “Ahora siento que no tengo techo”, dice. Desde el corazón de Kilómetro 8 hasta los suburbios de Estados Unidos, su historia demuestra que los sueños, cuando se escuchan y se persiguen, pueden cruzar fronteras.
