Daniel le hacía caras graciosas desde el banco de la escuela. Mirta, del otro lado de la ventana, no podía más que sonreir y sentir esas “maripositas en el estómago” que le provocaba el amigo de su hermano. Pero medio siglo atrás, la sociedad no era la misma. Los mandatos, las estructuras, las formas de vincularse con los demás eran muy diferentes, y en el caso de Mirta, mucho más rígidas. Ese primer beso que le dio cuando tenía 14 años podía devenir en un hermoso noviazgo, pero pareció marcar el fin de la relación cuando a Mirta le prohibieron verlo. Sin embargo, el hilo del destino tenía planes para ellos, y aunque recorrieron caminos separados, los volvió a unir unos 30 años después. 

Escuchálos contar su historia en este episodio de “Amores y Algo Más”, el podcast de ADNSUR. Si no tenés Spotify, podés hacer click acá.

Mirta y Daniel cuentan su historia y es imposible no sentir la felicidad en su voz. Pero no es una alegría exposiva, producto de un momento singular y quizás pasajero. Se la percibe serena, persistente, resultado de la reelaboración de numerosos instantes de tristezas y dolor. Una felicidad que condensa cada capítulo de las tres décadas que vivieron separados para poner en valor el presente que hoy comparten.

Fue su primer beso, la vida los separó y 34 años después volvieron a encontrarse

El primer beso nunca se olvida

“En esa época las cosas no eran tan simples como ahora, o tan liberales”, describe Mirta recordando sus 14 años, cuando le dio su primer beso a Daniel. Él era amigo de su hermano y siempre la veía por la ventana de la escuela, hasta que un día superaron esa barrera y decidieron comenzar a salir. 

Su relación fue un secreto, pero cuando luego de un tiempo quisieron compartir una tarde en el centro de Comodoro y el padre de Mirta los encontró cuando iban de la mano. Era un hombre que lograba imponerse con su presencia, muy robusto, y que estaba en contra de cualquier relación de su hija con un muchacho. Por eso, les prohibió volver a verse y esa historia de amor pareció terminar ahí.

Para dejar atrás una infancia dura y un ambiente de prohibiciones y castigos, Mirta decidió casarse con un joven que conoció en un colectivo y se mudó a La Rioja. Su matrimonio duró 20 años, durante los cuales tuvo cuatro hijos. Batalló en soledad y de forma incansable cuando uno de sus hijos se enfermó de cáncer siendo muy chiquito. Es que su esposo no era un padre presente, ni el hombre que ella necesitaba.

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El recuerdo de “su angelito”, como llama a su hijo fallecido, fue el motor que llevó a Mirta a conformar años más tarde la Fundación PULCCI, una institución icónica de Comodoro dedicada a acompañar a las familias que tienen algún integrante con cáncer. El recorrido de Daniel tampoco estuvo libre de altibajos. Asegura que su amor verdadero era el de su hija, a quien le dedicó su vida ya que transitó una enfermedad del corazón.

Divorciada, viviendo en La Rioja, Mirta se dedicó darle forma a la la Fundación. Atravesada por el dolor, pero nunca abatida, tenía pocas esperanzas de volver a encontrar el amor.

“Por primera vez le pedí a Dios que ponga en mi camino un hombre que sea realmente libre, un hombre que viva y respire para mi. Justo termino de rezar y sonó el teléfono, un mensaje de texto”. Era Daniel.

A más de 2.000 km de distancia, en Comodoro, a Daniel se se había roto el auto y el azar hizo que termine en el taller de uno de los hermanos de Mirta. Todos los recuerdos y emociones de la adolescencia volvieron a su cuerpo como una oleada. Pero no quería preguntarle a él por Mirta, entonces le pidió la dirección de su hermano, que fue su compañero de colegio, su compinche. Salió del taller mecánico derecho a la casa de su amigo, y entre charla y charla obtuvo el número de teléfono de Mirta.

Comenzaron a mensajearse, a chatear en los cibercafés y entablar una relación de amistad a distancia, aunque ambos no olvidaban aquel primer beso. Fue Daniel quien insistió para que Mirta tome la decisión de volver a Comodoro. 

En el año 2008 Mirta volvió a la ciudad y comenzaron su vida juntos, derrumbando todas las restricciones de la adolescencia. Tres años después se casaron y hoy comparten sus vidas, con los hijos de ambos, los que no están, y sus diez nietos.

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