COMODORO RIVADAVIA (ADNSUR) - En esta última reflexión semanal del 2019, previo a las celebraciones para recibir el 2020 y renovar las ilusiones, bien vale el esfuerzo de un ejercicio diferenciado, alejado de los temas comunes abordados en este espacio –habitualmente poblado de números, datos y somero análisis de tipo político o económico- que me toca llevar adelante, junto a mis colegas, dentro de los “Domingos para leer” que ADNSUR propone a sus lectores. Me gustaría, hoy, hablar de otra de mis pasiones: la lectura, como para empezar a palpitar también el tiempo libre –o al menos, no tan urgente- y horas para el disfrute que puede proponer el receso de verano, o incluso esta última mini semana del año.

Tampoco es una excusa para alejar esta mirada de los temas comunes con los que nos desafía nuestra cotidianeidad. Querría compartir hoy un gusto y una preocupación, a partir del análisis que Santiago Bilinkis propone en su último libro, “Guía para sobrevivir al presente”, publicado por Sudamericana. El ensayo aborda, entre otros tópicos, las implicancias de los cambios tecnológicos en el mundo del trabajo y los efectos de un proceso que ya comenzó:

“Resulta muy llamativo –dice este emprendedor y tecnólogo, con posgrados en Inteligencia artificial y biotecnología, entre muchas otras capacidades- que pese a la reiteración de advertencias sobre la inminente desaparición de muchos empleos, la gran mayoría de de las personas continúe con su vida exactamente igual, sin prepararse de modo alguno para este escenario. Y éste es precisamente lo que propongo llamar ‘pato negro’: un fenómeno de ocurrencia muy probable, relativamente cercano, profusamente anunciado y para el cual, pese a ello, nadie se prepara”.

La resistencia al cambio, que suele caracterizar a la mayoría de las personas, es parte de la explicación, según sigue describiendo el autor del trabajo, al que recomiendo leer o escuchar en cualquiera de sus charlas, entrevistas o conferencias TED ampliamente disponibles en la web.

Si cruzo ahora esa primera reflexión con un dato estadístico sobre la pérdida de 6.900 empleos privados perdidos en Chubut durante los últimos 4 años, podría ampliarse la mirada con el siguiente interrogante: ¿es mayor el problema de pérdida de puestos laborales, o de falta de creación de nuevos espacios? El fenómeno parece circular por una avenida de doble mano: mientras se reducen los puestos laborales en sectores tradicionales, la creación de nuevos empleos parece muy lenta frente al crecimiento de la población. Pero además, con un agravante: la eventual nueva demanda requerirá cada vez habilidades que no son comunes a los jóvenes que se incorporan cada año –al terminar un secundario o iniciar una carrera universitaria- al mercado laboral.

Futuro imperfecto

Pero me propuse hablar de libros, tratando de evitar en esta última columna del año los temas más habituales. El historiador Yuval Noah Harari aborda temas de similar alcance en su libro “21 lecciones para el siglo XXI”, con un enfoque crudo pero real respecto de las diferencias de la calidad educativa entre países desarrollados y aquellos que no lo son, fundamentalmente a partir del manejo de la tecnología y sobre todo, de los datos que hoy entregamos tan alegremente a cuanta aplicación gratuita nos sea ofrecida en el mundo de la red. Habla, este autor, de que un riesgo potencial para el ser humano hoy no es solamente el desempleo, algo que al fin y al cabo termina siendo una situación negativa, pero con posibilidades de revertirse. El mundo actual, sostiene Harari, amenaza con convertir a grandes masas de la población mundial en personas prescindibles, descartadas por un sistema cada vez más excluyente.

“Quizá uno de nuestros mayores problemas sea que diferentes grupos humanos tengan futuros completamente diferentes –dice este pensador en uno de sus pasajes más inquietantes-. Quizás en algunas partes del mundo se deba enseñar a los niños a diseñar programas informáticos, mientras que en otros sea mejor enseñarles a desenfundar deprisa y a disparar de inmediato”. La amarga dicotomía es planteada en términos irónicos y apuntan a provocar al lector, pero acaso sin saber que esos aprendizajes son materia común, tal vez no tanto por acción pero sí por omisión, en muchos ámbitos cercanos donde la escuela ha dejado de estar presente en la vida cotidiana, sea como espacio de aprendizajes constructivos o como ámbito de inclusión.

Si ‘linkeo’ esta amarga advertencia con algunos números del presupuesto de Chubut, una provincia condenada al pago de una deuda –tomada no se sabe bien para qué, pero tomada en dólares y respaldada con uno de los pocos recursos genuinos que sigue teniendo la economía provincial-, que se lleva 8 veces más recursos que lo que puede destinarse a la reparación de escuelas, entonces todo intento de relajación y disfrute para este humilde rincón de lectura terminará frustrado.

Sé que no fue la intención con la que se dijo, pero resulta inevitable también vincular aquella advertencia del autor de este libro con una frase que pinta entero el fracaso social de este año que concluye en Chubut, cuando el gremialista docente dijo: “es más importante que los chicos aprendan a luchar, antes que la raíz cuadrada”. Esa frase, o su autor, no puede cargar con toda la responsabilidad: es sólo una cara de la moneda, que del reverso tiene la falta de inversión suficiente del Estado –y sucesivos gobiernos- para garantizar el normal funcionamiento de las escuelas. La condena es compartida, pero las penas podrían ser pagadas por toda una generación de estudiantes.

La escalera social

Volvamos al intento de citar a pensadores que aportan visiones constructivas. El neuro científico Facundo Manes, que estuvo nuevamente por Comodoro Rivadavia, suele enfatizar –con una postura de profundo compromiso- en sus charlas y libros la importancia de la educación pública como factor de movilidad y desarrollo con equidad.

“Argentina invierte hoy sólo 0,5% del PBI en Educación –dijo en una reciente presentación-. Corea del Sur invierte 4% del PBI. La pelea de China y Estados Unidos es por la mayor inversión en conocimiento. Los recursos naturales no garantizan desarrollo, sino Suiza o Israel serían muy pobres –añadió-. Nosotros invertimos en investigación y desarrollo lo mismo que Gabón y Senegal, pero nos sentimos europeos del norte y queremos los derechos de Dinamarca. Estamos para atrás, ni siquiera estamos en vías de desarrollo”.

Y agregó otro planteo no menos fundamental, citando datos de una investigación: “Hoy sólo un 5% de los argentinos cree que la educación es sinónimo de movilidad social; la mayoría piensa que se consigue plata por la herencia, por corrupción o por un esfuerzo personal que no tiene que ver con la educación. Tenemos que volver a un país donde la educación sea sinónimo de movilidad social ascendente, con un proyecto basado en el modelo de desarrollo en base al conocimiento, con un paradigma superador, como lo fue la democracia en 1983, o la ley 1420, de 1884, cuando unos patriotas pensaron en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”.

Un buen deseo, casi una plegaria laica, que me permito reiterar desde aquí para el año a punto de comenzar.

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