COMODORO RIVADAVIA (ADNSUR/Por Raúl Figueroa) - La investigación judicial que conmociona a Chubut, por presuntas coimas entre empresas de la construcción y funcionarios públicos, dejó en el tamiz del gran cúmulo de acusaciones que las maniobras investigadas tuvieron el aval “tácito o explícito” del ex gobernador Mario Das Neves, según expresó el fiscal Marcos Nápoli durante el planteo de la maratónica jornada del jueves. Lejos de ese escenario, un empresario del sector reconoce a esta columna: “esto ha sido así desde hace años y alcanzó a todos los gobiernos, de distintos signos políticos”. ¿Cambiará algo cuando la espuma baje y los laberintos judiciales terminen de hacer su trabajo que, como bien dijo el juez de la causa, "apenas está en su etapa preliminar”?

Sea cual sea el resultado del extenso proceso judicial que aún queda por delante, está claro hoy que se requiere una nueva base de consensos en el manejo de la cosa pública. Si bien rige el precepto constitucional de que toda persona es inocente hasta que se le demuestre lo contrario, a esta altura en la sociedad hay pocas dudas sobre el tenor de las maniobras, con una condena social que debiera ser punto de partida para generar mejores sistemas de control y que impliquen un tope al relativismo moral del “todo vale”, con el que muchas veces la sociedad avala también, por sus propias acciones u omisiones, a la clase política que emerge de su propio seno.

Refundar la ética pública

Según el filósofo Romeo César, ex docente de la Universidad de la Patagonia, esto “debiera ser una oportunidad para repensar la ética pública, porque la ética pública es inherente a la función, al sistema y a las personas. No podemos dejar de tratar de tomar decisiones que nos ayuden a mejorar: creo que es una oportunidad que no se debe dejar de pasar. Es una responsabilidad que nos toca a todos”.

Desde la visión filosófica, el Dr. César amplía el concepto: “cuando hablamos de ética pública, hablamos de determinados valores que rigen y exigen un límite, que no vamos a tolerar que se cometan determinadas transgresiones. Lo primero es lograr el consenso y compromiso de cumplir sanciones a esa transgresión, establecer un límite ‘por debajo de lo cual no’, más allá de que por arriba habrá algunas zonas grises. Estamos ante una oportunidad, sabiendo que los males y la corrupción no desaparecen, pero sí podemos acotar los márgenes y establecer que cuando se transgredan, serán sancionados”.

La ética, añade, “siempre es en relación al otro”, acaso como antídoto para dejar de justificar el “yo me salvo y lo demás no importa”, en tiempos de individualismo extremo. “La ética plantea cómo salimos juntos para no destruirnos mutuamente”.
Del Embrujo a la Revelación: la necesidad de repensar la ética pública

Hasta dónde llegará

Es difícil vislumbrar hoy los resultados finales, pero está claro que en Chubut habrá un antes y un después. Que no habrá forma de seguir justificando recortes salariales a docentes o jubilados, mientras al mismo tiempo un grupo de inescrupulosos toma al Estado como botín para su propio enriquecimiento, o se sufren las consecuencias de un endeudamiento externo que, ahora queda a la vista, servía para cubrir ineficiencias o alimentar el voraz sistema de obra pública (inversamente proporcional en cantidad a los millones de dólares que ahora deben devolverse cada mes) lubricada a través de circuitos de retornos. Y sobre todo, hay quienes se preguntan hasta dónde llegará, considerando que los nombres plasmados en planillas como beneficiarios de esos “retornos” no incluyen sólo a funcionarios caídos en desgracia, sino también a algunos de los que todavía detentan el manejo del poder.

¿Sólo así, es posible sostener empresas funcionando? O, como se plantea en un pasaje de “El mecanismo”, la serie de Netflix que refleja la investigación que sacudió los cimientos de Brasil, “el avance de esta investigación amenaza con sacudir a toda la obra pública del país y con ello, la caída de cientos de miles de puestos de trabajo”? ¿Sólo así es posible amasar poder?

Hay una anécdota en torno Lemmy Kilmister, el líder de la banda de rock Motorhead, fallecido el 28 de diciembre de 2015: él mismo contó alguna vez que en los años 80, pidió a un médico que le hiciera una transfusión de sangre, para desintoxicar la cantidad de droga y alcohol consumida a lo largo de años descontrol. Sin embargo, el médico rechazó esa posibilidad: “ha dejado usted de tener sangre humana”, contó el músico en su autobiografía.

Parece forzado, pero el ejemplo puede servirnos: podemos preguntarnos si las instituciones del Estado provincial están aún a tiempo de una “transfusión” de prácticas con un umbral ético claro, con una serie de límites inviolables. Parece una esperanza ingenua, pero es mejor que conformarse con creer que sólo el ácido de la corrupción sostiene las estructuras de funcionamiento de los gobiernos, la economía y la llamada “gobernabilidad”.

Pensar así sería resignarse a vivir en un castillo de naipes.

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