Vivir en las "gamelas" de Comodoro: Tradición, comunidad y desafíos en las residencias universitarias
Las gamelas universitarias de Comodoro Rivadavia son únicas en el país. Herederas de las viviendas colectivas que alojaban a obreros de YPF en el siglo XX, hoy albergan a más de 120 estudiantes del interior patagónico que llegan con sueños y sacrificios a cursar en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. En estas casas compartidas, se construyen lazos, rutinas y un nuevo hogar lejos de casa.

Las “gamelas” universitarias de Comodoro Rivadavia son únicas en el país. Herederas directas de las construcciones que en el siglo pasado alojaban a los obreros de YPF, hoy estas viviendas colectivas brindan cobijo a más de 120 jóvenes del interior de la Patagonia que llegan a estudiar a la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco (UNPSJB).
Con una mochila cargada de expectativas, incertidumbre y el deseo de forjarse un futuro mejor, los estudiantes encuentran allí un espacio de contención, nuevas amistades y un lugar que será su hogar mientras dure su carrera universitaria.
Desde la década del 90, las gamelas dependen de la UNPSJB. Actualmente hay cinco, distribuidas en distintos barrios de la ciudad y declaradas patrimonio cultural de Comodoro: una para varones, dos para mujeres y, como parte de una apuesta por la inclusión, otras dos para personas no binarias.
A través de los relatos de Agustina Muñoz y Brisa Choque, recorremos la gamela “Aimé”, ubicada en el corazón del barrio Km 3, y conocemos el interior de estas viviendas que tienen sus propias reglas de convivencia.
"La gamela fue un milagro"
Agustina Muñoz llegó desde Las Heras, Santa Cruz, hace dos años para estudiar Abogacía y Criminalística. Vivir en Comodoro no fue fácil desde el principio.
“Ingresé en abril a la gamela en estado de emergencia. Donde vivía antes no teníamos heladera, agua caliente ni horno. Tenía que escribir en la cama. Era bastante feo el lugar”, recordó.
La posibilidad de acceder a la gamela fue un cambio radical: “Fue un milagro, lo mejor que me pudo haber pasado. Llegué y tenía calefacción, microondas, horno, heladera. Podía comer bien”.
Cuando supo que existía la posibilidad de acceder a una beca, no lo dudó. Completó el formulario online en la web de la universidad (https://www.unp.edu.ar/bienestar/), presentó la documentación requerida y asistió a una entrevista personal con profesionales de la Secretaría de Bienestar. Poco después, recibió la noticia que tanto esperaba: "Me dijeron: ´figuras para entrar a la gamela'. Y yo les dije: “¡Sí, por favor!” Y acá entré.
Agustina es la primera en su familia en llegar a la universidad: “Quiero romper el ciclo. Tener un estudio, un futuro mejor”, afirmó con convicción.
A pesar de las dificultades, como el robo de su celular a pocos días de haber llegado, nunca pensó en abandonar: “Tenía ganas de seguir estudiando. Yo quería seguir”.
Reglas claras para un buen vivir
Brisa Choque llegó desde Mendoza hace seis años para estudiar Ingeniería en Petróleo. Recordó su arribo con una mezcla de miedo y expectativa: “Mi mamá me decía que iba a tener que pagar derecho de piso, así que me puse a limpiar, ordenar... pero no fue así. Es mentira, acá no se paga derecho de piso”.
Las gamelas no son solo un techo: son espacios de aprendizaje colectivo. Cada planta funciona como un pequeño ecosistema autogestionado. Hay reglas claras, cronogramas rotativos de limpieza, horarios comunes, momentos de estudio y de ocio compartido.
Las visitas externas no están permitidas. Las habitaciones son compartidas y allí se estudia, se descansa, se come y se fortalecen amistades. Es un verdadero hogar universitario, construido entre todas.
Brisa, que vive en el piso de arriba, ideó junto a sus compañeras una forma creativa de hacer más amena la convivencia: "Pusimos una latita con regalitos y mensajes motivadores. Cuando terminás la tarea que te tocó, agarrás uno. Le pusimos frases como “Muchos éxitos este año”, “Acordate que no estás sola”.
Agustina, que venía acostumbrada a la rutina del colegio y al cuidado de su abuela, tuvo que aprender todo de golpe: “En Las Heras me despertaba, comía y me iba a clases. Acá me tengo que levantar más temprano, cocinar, limpiar, tomar el colectivo... En mi pueblo no hay colectivos. Acá caí en cuenta de que nadie me va a cuidar. Tenía que salir a comprar mis medicamentos, hacerme una sopa que ni sabía hacer”.
Las becas y la posibilidad de estudiar
El ingreso a las gamelas se realiza a través de una beca de alojamiento que brinda la universidad por medio de la Secretaría de Bienestar Universitario. Un equipo de licenciados en Trabajo Social se encarga de evaluar cada caso, realizar entrevistas y brindar acompañamiento a los estudiantes durante su estadía.
Los aspirantes provienen de diferentes puntos del país, con prioridad para las localidades de Chubut, Santa Cruz y Río Negro, en coherencia con el sentido de regionalidad de la UNPSJB.
En relación a los requisitos, la solicitud consta de tres pasos: completar formulario en la web, presentar documentación solicitada en forma virtual y por último se realiza entrevista personalizada en el área de Servicio Social.
Consejos para quienes empiezan
Tanto Agustina como Brisa coinciden en que iniciar una carrera universitaria lejos de casa puede ser difícil, pero vale la pena.
“Muchos se frustran cuando rinden su primer parcial y les va mal. Pero no se queden ahí. Sigan intentando”, anima Brisa.
“No se rindan. Por muchas adversidades y rocas en el camino, sigan. Cuando se reciban y vean a sus familias en la graduación, se van a dar cuenta de que valía la pena”, reforzó Agustina.
Las gamelas, una herencia viva
¿Sabías que las gamelas universitarias se llaman así porque, en sus orígenes, alojaban a trabajadores petroleros? En Comodoro Rivadavia, esa palabra tiene historia.
Durante las primeras décadas del siglo XX, YPF construyó estas edificaciones para dar alojamiento a sus obreros en los campamentos petroleros. A partir de los años 90, la universidad las tomó en comodato y las resignificó como residencias estudiantiles.
El nombre perdura, y con él, una tradición de esfuerzo, comunidad y esperanza. Las antiguas gamelas ya no hospedan a trabajadores del petróleo, pero sí a quienes también trabajan duro: los estudiantes del futuro.
En cada habitación compartida, en cada comida a la olla, en cada cartel motivador en la heladera, las gamelas resguardan más que a estudiantes: albergan sueños. Entre la historia viva de Comodoro y la apuesta por un mañana mejor, estas casas siguen siendo el primer gran paso de muchos hacia un futuro distinto.
