La pesca artesanal, un oficio con historia, técnica y tradición
En la costa de Comodoro, Franco Barquín practica la pesca artesanal como lo hicieron su abuelo y su tío. Con redes, paciencia y sin tecnología, recorre cada día el mar en busca de cardúmenes. Una tradición que resiste al viento patagónico y al paso del tiempo.

El oficio de pescador artesanal es un arte antiguo que decenas de comodorenses practican; por hobby, placer o para procurarse el sustento. Sin GPS ni tecnología sofisticada, solo redes de cerco, botes de remo y el conocimiento heredado.
Desde los miradores naturales que ofrece la costa, los pescadores observan atentos, buscando un brillo en la superficie, un salto sutil o una señal que indique dónde lanzar sus redes, porque la pesca se basa en la experiencia, la paciencia y el arte de “leer” el agua.
Nos embarcamos en el bote de Franco Barquín en la laguna "Del Faro", en las playas cercanas a Caleta Córdova, y descubrimos el arte, la paciencia y la pasión que sostienen esta tradición familiar.
Desde una lomada frente al mar, Franco Barquín marca con la mirada la línea donde el agua parece vibrar. “Ahí están”, dice. Cada mañana, luego de tejer redes, tomarse unos mates y preparar la comida que servirá de sebo para atraer a los peces, recorre kilómetros de costa confiando en su ojo entrenado. “Salimos desde Rada Tilly o desde el puesto Ramón Santos recorriendo todas las playas de la costa. Pasamos por el Stella Maris, Costanera, Km 8, Restinga Alí, Caleta Córdova y más allá; donde encontramos el cardumen tiramos la red”, cuenta.
De herencia familiar al oficio de la vida
Franco Barquín tiene 37 años. Creció en una familia de pescadores; su abuelo trabajaba embarcado en Caleta Córdova y Rawson, y su tío también. “Aprendí con ellos. De chico no me gustaba, veía un pescado y salía corriendo; ahora, de grande, sí”, confiesa. “Aunque no me gustaba, lo hacíamos igual porque vivíamos de eso.”
Con esa mezcla de nostalgia y pasión, cuenta: “Me fui dos veces a trabajar a otros rubros, pero siempre volví. Y acá estamos peleándola todos los días. Por ahí esto es muy jodido porque por ahí te da y por ahí hay meses que no pescas nada. Pero bueno, soy del palo, no hay otra; me voy a morir pescando.”
Hoy, con permiso oficial de la zona 4 —desde Ramón Santos hasta el límite con Camarones—, sale todos los días, siempre que el mar esté “planchado”, porque el viento patagónico suele elegir por él. “Si está bueno, salimos; si el agua está planchada, que no haya viento. Son pocos los días que podemos”.
Entre los pescadores artesanales hay códigos que no se discuten. Uno de los más importantes es el respeto por el lugar del otro. “Si ves que alguien ya está tirando la red en una zona, no te metés. Nos vamos más lejos o a otro lugar”, explica. No hace falta marcar territorio, alcanza con el simple hecho de ver el bote en el agua. Es una regla no escrita que protege no solo el trabajo, sino también el vínculo entre quienes comparten el mar.
La pesca, se dice, es el arte de la paciencia, y aunque Franco lleva años en el oficio, dice que muchas veces se pone ansioso cuando no logra acercar el cardumen a la costa para capturarlo. Sabe que apurarse puede arruinarlo todo. Hay que leer bien el agua, porque en este trabajo muchas veces el éxito está en saber esperar.
La técnica: redes, ritmo y riesgo
Una vez en la costa, prepara la carnada —caballa o polenta casera— y se embarca con su pequeño bote. Junto con dos o tres pescadores más que siempre lo acompañan, despliegan la red en forma de medialuna. “Hacemos el lance, se hace la vuelta, tirás de los dos lados y sacás el arte de pesca”, describe Franco con naturalidad. Las capturas cambian según la temporada: ahora es época de pejerrey y cornalitos; en verano, palometas, róbalos, gallos y pez elefante. Si la pesca es buena, pueden salir como mínimo tres cajones – que son unos 90 kg de pescado. “A veces agarramos 500, 1.000 kg; otras, ni uno”, admite. “Esto es día a día. O sale o no sale”.
Franco dice que para permanecer en este oficio no puede faltar “la perseverancia”. En la pesca artesanal no hay garantías; podés tener “la red, el bote, todo, pero si hay viento, la marea cambia o el cardumen se va”, todo cambia. Por eso dice que lo más importante es insistir, volver al día siguiente.
Del bote a la planta
Una vez descargados, los pescados se cargan en cajones y se llevan a las plantas pesqueras procesadoras, donde se filetean, procesan y empacan bajo normas del Senasa. Franco también vende directamente a pequeños compradores. “Entrego el pescado entero en plantas del puerto; lo que proceso, lo vendo yo”, cuenta.
Con permiso vigente y controles periódicos de Prefectura y provincia, es parte de un grupo reducido de cuatro o cinco pescadores habilitados en la zona. “Tenemos proyectos para seguir creciendo y perfeccionar nuestro arte. Estamos armando un local en Rada Tilly para vender producto fresco, y planeamos una lancha artesanal más grande”, anticipa. Quiere que el legado familiar crezca, pero sin perder la esencia artesanal.
En un tiempo donde todo parece urgente, la pesca artesanal exige lo contrario: paciencia, atención y respeto. Y, sobre todo, una conexión profunda con el mar, ese compañero que, a veces, castiga, pero también enseña.
