Cuando el agua procede de una fuente natural, por lo general es de gran pureza. Tales fuentes se consideran altamente limpias debido a una presencia casi nula de elementos ajenos a los procesos que ocurren normalmente en la naturaleza. Por citar algunos tenemos a los manantiales, pozos profundos y glaciares.

Todos ellos han sido catalogados como productores de agua de altísima pureza alrededor del mundo gracias al buen y balanceado contenido mineral, además de una ausencia total de elementos no deseables – como microorganismos y contaminantes, entre otros. Es así como este tipo de aguas son las ideales para el consumo humano, sin necesidad de ser tratadas para mantener su pureza.

No Todo lo que Brilla es Puro

Ahora bien, en el mundo de las aguas embotelladas existen un sin número de variables que afectan su clasificación y por consiguiente su grado de pureza.

Básicamente podemos clasificarlas en dos renglones amplios, para empezar:

Las tratadas: se les aplican diversos tipos de métodos de purificación que van desde filtrado hasta tratamientos químicos, con el objetivo de aumentar al máximo posible su pureza. Esto puede incluir la mineralización artificial.

Las no tratadas: son de origen natural, conteniendo ya minerales sin necesidad de
aplicarles algún proceso de purificación o complementación. A pesar de que ambas son aptas para consumo humano, éstas últimas sin duda son las de mejor calidad bioquímica y energética. Sus beneficios son superiores a mediano y largo plazo.

Ahora que conocemos las diferencias entre las dos principales clases de agua embotellada que podemos encontrar en el mercado, nos toca diferenciar más aún las de fuente natural. Y es que dentro de ellas encontramos varios niveles de pureza que la mayoría de los consumidores desconocen.

La Menor Intervención Posible

Existe un factor determinante en la calidad del producto final embotellado, y es el número de procesos que intervienen en su envasado. Es por ello que las aguas minerales que son extraídas difieren en su calidad energética en lo que a nivel de interacciones moleculares se refiere.

Esto significa que a medida que son manipuladas antes de ser depositadas definitivamente en la botella, éstas aguas pasan por diversos mecanismos de extracción, conducción, presurizado y demás, los cuales reducen su calidad final en todos los sentidos.

Es así que los expertos llegan a la conclusión que mientras menos intervención humana tenga el proceso de embotellado, mayor será la calidad del agua a envasar. Es aquí donde las aguas que son procesadas directamente de la fuente resultan ganadoras en los análisis bioquímicos que las grandes compañías de control de calidad realizan en sus estudios anuales para determinar su nivel de pureza. Y es que gracias a un mínimo o nulo proceso de extracción, el subsecuente envasado además de ser lo menos extenso posible también es considerado menos “invasivo posible hacia las propiedades naturales heredadas de su fuente.

Orizon pertenece a esta categoría de aguas minerales, siendo envasada directamente de la fuente desde la que fluye, sin ninguna clase de intervención de maquinaria de extracción, por lo cual sus indicadores bioquímicos son de los más altos entre las aguas de la Patagonia.

Y esto, sin duda, es algo que no se logra en cualquier parte del mundo.

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