Fernando tiene 32 años, es oriundo de Santa Rosa, La Pampa, y hace 12 años iba de viaje, pasó por Comodoro Rivadavia y eligió la ciudad para hacer base. Más de una década después, esta ciudad sigue siendo su casa.

Vino a la ciudad de los vientos haciendo malabares, con machetes, con antorchas, algunos días más clown, y otros simplemente Fernando. Trabajó durante diez años en la estación de servicio ubicada en la esquina de calle Alvear y Avenida Rivadavia y hoy se ubica del otro lado del boulevard, en un semáforo, contagiando arte y buscando el mango.

"Tengo que salir a buscar el mango todos los días, lo tomo como un trabajo, tengo que pagar alquiler, luz, los gastos que tenemos todos", relata el artista en una entrevista para ADNSUR.

Es una noche fría de jueves, y el rostro muestra algunos restos de hollín que le dejan sus antorchas. Ubicándonos a un costado de su jornada, sobre el boulevard, notamos el corto lapso en el que un semáforo pasa de verde a rojo, momento en el que él entra en acción. Una rutina que mantiene todos los días, durante cuatro o cinco horas, y a veces las duplica, cuando decide también ir algunas horas después del mediodía. "Así el público se renueva", explica el malabarista. 

De La Pampa a Comodoro: el malabarista que ilumina con sus antorchas la esquina de Alvear y Rivadavia

Fernando también recorrió Ushuaia y el Glaciar Perito Moreno, y sus pies cada tanto le piden "arrancar". Previo a la llegada de la pandemia, había pausado su costado circense durante el período de seis años. Y anhela pronto volver a cambiar un poco el aire. 

"Todo depende del estado de ánimo; a veces soy más payaso", cuenta el artista, y vuelve a colocarse su nariz de payaso para salir a escena. "Dependiendo del horario te cruzás con los mismos, me reconocen, me saludan, tocan bocina. La gente te sonríe y eso te anima la tarde", valora.. 

De acuerdo a la concurrencia de la cuadra, hay veces que se traslada hacia la zona del Liceo, donde en una "muy buena" jornada, recordó haber recaudado 11 mil pesos; algo que no sucede a menudo.  

En el medio de la vorágine y el día a día, Alvear y Avenida Rivadavia puede ser un punto de encuentro con el otro, con su expresión artística, su historia, solo basta con levantar la mirada, y ver a un artista que se gana la vida y, en un acto solidario, contagia de magia mundana a los transeúntes que, dichosos ellos, se topan con sus antorchas y una nariz de payaso que intenta animar(nos) la vida.

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