Luego de 70 años, cerró Zambon, la carpintería que hizo de las cajas de madera para camionetas una marca registrada
"Hay una razón muy importante por la cual se empezó a hacer la baranda", cuenta Alejandro Zambon al recordar cómo, junto a su padre y su hermano Carlos, comenzaron a armar cajas de madera para carrocerías de camionetas, el producto estrella del comercio que trabajaron en familia durante 70 años. El 31 de diciembre pasado, Carpintería Zambon cerró sus puertas, culminando así la gran trayectoria de un comercio histórico de la ciudad.

Alguna vez colocaron las cortinas americanas y forraron con madera las ventanas del Tipac. También trabajaron en la renovación del Concejo Deliberante de Comodoro Rivadavia, revistiendo una hermosa sala de reuniones. Sin embargo, cuando alguien recuerde a la Carpintería Zambon, lo primero que vendrá a la mente serán aquellas cajas de madera que tantas camionetas usan. Siempre con ese sello de marketing tan distintivo: el nombre y el número de teléfono, la información necesaria para que otro interesado lo vea y lo anote.
Carpintería Zambon cerró sus puertas luego de 70 años y así culminó una rica historia familiar de uno de los comercios tradicionales de la ciudad. Alejado del casco céntrico y en una zona que supo ser el boom industrial de Comodoro, hasta sus últimos días el comercio recibió a clientes que llegaron para buscar diferentes productos: desde placares hasta alacenas, amoblamientos de cocina, mesadas y, sobre todo, barandas para camionetas de diferentes marcas.
Alejandro (84) se emociona cuando repasa la historia de la carpintería. Admite que para él y su hermano Carlos, que falleció en noviembre, fue su lugar en el mundo.
“Para nosotros fue la vida misma, de chicos nos hicimos en la carpintería, nacimos en ella”.
Las emociones florecen; es imposible no hacerlo con tanta historia familiar dentro de un local de 20 x 20 metros y décadas de trabajo en las que pasaron de todo: desde grandes momentos hasta crisis e, incluso, el incendio de la carpintería. Es que la carpintería es el legado de su padre, un inmigrante italiano que vino de Treviso junto a un amigo.
“Es una historia maravillosa”, dice Alejandro con orgullo. “Mi viejo, al igual que mi suegro, que tuvo Casa Mossuto, vino de Italia cuando venía tanta gente por la guerra y por el hambre que había. Mi papá era de la ciudad de Treviso, que acá se hizo famosa por los Benetton, y llegó junto a Angelo Dal Col, con quien trabajó en una carpintería en Italia e hicieron el servicio juntos”.
Agostino y Angelo llegaron en 1925 a Argentina y, antes de radicarse en Comodoro, estuvieron en Mendoza y Puerto Deseado. Cuenta Alejandro que, cuando llegaron, fueron al Hotel de Inmigrantes que, entre otras tareas, ubicaba a quienes llegaban en distintos lugares donde se necesitaba personal.
Por su experiencia en carpintería, ambos terminaron en Mendoza, en un verano en que la temperatura se hacía sentir. Pero no soportaron el calor y pidieron cambiar de destino, sin imaginar que los iban a mandar a Puerto Deseado.
Cuando lo cuenta, Alejandro ríe. Es que, en el sur de Argentina, Agostino y Ángelo no solo conocieron el frío patagónico, sino también la soledad de un pueblo remoto donde todo parecía aún más lejano.
En el pueblo de los peones huelguistas, trabajaron en la histórica carpintería Torrencín, pero luego de un tiempo decidieron volver a moverse. La pujante Comodoro Rivadavia, donde dos décadas antes se había descubierto el petróleo, les pareció una buena opción. El pueblo estaba creciendo y con ella la actividad comercial.
En la ciudad, Zambon y Dalcol se asociaron con otro inmigrante y trabajaron en una carpintería en la calle San Martín al 535, frente a lo que hoy es el Cine Coliseo. “Con Lerín trabajaron hasta el 30, cuando le compraron el comercio y continuaron hasta el 49”, recuerda Alejandro sobre esta parte de la historia. “Después, el viejo y Dalcol siguieron juntos colocando puertas. Era una época de muchísimo trabajo, por las grandes obras de lo que era la Zona Militar. Mi papá colocó un porcentaje muy grande del Colegio Perito Moreno y luego del Hospital Regional, y en la última parte entramos a ayudarle mi hermano Carlos y yo”.
Carlos y Alejandro son los más chicos de cuatro hermanos. En esa época recién entraban en la adolescencia, pero ya trabajaban. Eran otros tiempos. Alejandro recuerda que la colocación de puertas era un buen negocio, pero en un momento se desinfló y su padre pensó en poner nuevamente una carpintería. El problema fue que don Dal Col, que no tenía hijos y tenía una vida hecha, no quería trabajar más. Así, Agostino tuvo que cambiar de idea.
“Mi viejo estaba medio amargado, no sabía si meterse en un emprendimiento solo. Me acuerdo de que un día nos dijo: ‘Tengo miedo de que me vaya mal. Que nos vaya mal’, le dijimos, y nos pusimos a trabajar con él”.
Alejandro lo admite: “Fueron años difíciles. Alquilamos una carpintería en la calle Chacabuco que había cerrado por quiebra y empezamos a trabajar. Era mediados de la década del 50. Ahí estuvimos muy poco tiempo porque después edificamos en la propiedad de mi padre (Ameghino 739). Primero en el patio del fondo y después al frente, hasta el año 82, que teníamos un terreno pedido en la Municipalidad y fuimos edificando la carpintería. Cuando vimos que papá ya era grande, apuramos la edificación para que viera lo que con tanto sacrificio se había hecho.”
Carpinteria Zambon funcionó en Calle Verdeau 396, en la zona donde estaban las viejas instalaciones de Pan American Energy. “Era lo que buscábamos todos, porque en esa zona estaba Pan American o Amoco y cuando uno más cerca estaba, más comodidad era para el comprador venir a buscarlo”.
Alejandro cuenta que en la carpintería hacían de todo, siempre trabajando de forma artesanal, pero un producto que se convirtió en la estrella del lugar: las cajas para camionetas.
“Hay una razón muy importante por la cual se empezó a hacer la baranda”, dice al respecto. “Resulta que todo ganadero, una vez al año, suele carnear carneros o aumentar la cantidad de carneros y con la baranda una F100, en lugar de llevar cuatro carneros llevaban diez. Así que empezamos a hacer barandas e hicimos muchas”.
Por supuesto, la carpintería no es solo barandas. También hicieron otros grandes trabajos que hoy perduran, entre ellos, las cortinas americanas y el forrado de las ventanas con madera del edificio Typac, donde a su vez colocaron placares, mesadas de cocina, entre otros muebles. Además, revistieron la sala de reuniones del Concejo Deliberante.
Algo que siempre caracterizó a la carpintería fue la calidad de sus productos, el trabajo artesanal en madera y el hecho de cumplir con los trabajos. Quizás por todo esto, aquella víspera de Navidad en que se prendió el local por culpa de una cañita voladora, recibieron mucha ayuda de los vecinos y clientes para recomponerse del mal trago.
“Fue emocionante lo de la gente. Enrique Verde, padre, nos prestó la mitad del galpón de ellos para que se instalara el carpintero metálico. Fue el 24 de diciembre, un día de Nochebuena. Se quemó bastante y se salvó bastante porque avisaron justo. Eso fue un jueves y el viernes respetamos la Navidad y no trabajamos, pero el sábado y el domingo trabajamos todo el día y el lunes, con tremendas limitaciones, volvimos a abrir la carpintería.”
Quizás ese espíritu hizo que la carpintería se mantenga por 70 años, 7 décadas, trabajando de forma interrumpida. Para Alejandro, el secreto es otro: la gente. “Tenemos un agradecimiento muy grande con la gente. Primero a los clientes, segundo al ganadero que nos adoptó como si fuésemos de la familia, porque teníamos clientes que nos mandaban la camioneta con un empleado y te decían que le hagas la baranda y después te preguntaban cuánto iba a salir. Eso es imborrable, por sobre todas las cosas”, dice con sincero agradecimiento el hombre que junto a su padre y su hermano dejaron su propia marca registrada.
