Fue dirigente de Huracán, presidente de la Cámara de Peluqueros de Comodoro Rivadavia y hoy, cada mediodía, corre por las calles de la ciudad, mientras toma un respiro del oficio que ejerce desde hace más de 40 años.

Daniel Juárez (64) es un peluquero de la vieja guardia, de aquellos de cortes clásicos y donde la tijera manda. Hoy son tiempos distintos; las barberías inundaron las calles de la ciudad y el sonido de la máquina, acompañado de raros peinados nuevos que proliferan en Instagram, se escucha más fuerte que nunca. Son tiempos de mayor competencia y donde cuesta más ganarse el mango día a día. Daniel lo sabe y no duda en decirlo: “Hoy trabajar de peluquero no es fácil como era hace 30 años, cuando no había tantos; hay muchísima competencia, están de moda las barberías, pero interpreto que cada persona tiene su necesidad de hacerse un mango y está muy bien”, dice con la experiencia que aporta la vida.

Daniel defiende lo colectivo; no le gusta "el hay que salvarse solo". Quizás por eso, en la entrevista, cada tanto resuena el respeto por los clubes, la amistad, el trabajo conjunto de las organizaciones y, por supuesto, el amor a este oficio que volvería a elegir una vez más.

Daniel hace más de 40 años es peluquero, un oficio que también ha cambiado a lo largo del tiempo. Foto: Archivo personal.
Daniel hace más de 40 años es peluquero, un oficio que también ha cambiado a lo largo del tiempo. Foto: Archivo personal.

DE SANTA FE A LA PATAGONIA

Daniel hace más de 40 años que vive en Comodoro Rivadavia. Su origen es el norte del país. Nació en Rufino, Santa Fe, pero gran parte de su adolescencia la vivió en Venado Tuerto, un pueblito al que llegó haciendo dedo.

Tenía 13 años cuando decidió irse de la casa de sus abuelos, quienes lo criaron a partir de que falleció su madre, cuando él tenía solo 6 años. Un pequeño poblado, ubicado a 95 kilómetros de Rufino, fue el lugar que eligió para vivir. 

“No era pobre, éramos re pobres”, dice al recordar su juventud, una época en que soñaba hacer de todo, pero la escasez no lo dejaba. Entre risas, cuenta que pensó en ser cura, pero un sacerdote no lo tuvo muy en cuenta. También soñaba con jugar en River y le gustaba el trabajo de campo, además de cortar el pelo. Es que, como si el destino estuviera escrito, siempre le llamó la atención el oficio. Por eso, cuando vino a Comodoro, apuntó hacia el mundo de la tijera, pero con una certeza: quería hacer algo que dependiera exclusivamente de él.

Daniel llegó a Comodoro en 1983, luego de cumplir con el servicio militar obligatorio un año antes, embarcado en el Cabo San Antonio con el Batallón de Infantería de Apoyo Logístico que estaba asentado en la Base Naval Puerto Belgrano. Participó en la Guerra de Malvinas y llegó a estar cerca de la isla, embarcando, pero el destino lo terminó llevando a Río Grande, donde custodió el BIM V y el Canal de Beagle. Fueron tiempos duros, admite y se emociona, con el sabor de la ingratitud, cuando explica que le “quedó una historia de vida muy grande”.

Daniel participó de la Guerra de Malvinas. Estuvo embarcado en el Cabo San Antonio y siente ingratitud por cómo una parte de la sociedad trata a los soldados movilizados. Foto: Archivo personal.
Daniel participó de la Guerra de Malvinas. Estuvo embarcado en el Cabo San Antonio y siente ingratitud por cómo una parte de la sociedad trata a los soldados movilizados. Foto: Archivo personal.

Una vez que terminó la guerra, volvió a Venado Tuerto, el pueblo en el que estuvo hasta que un día le dijeron que viniera a Comodoro Rivadavia. “Fue una historia un poco loca”, recuerda. “Me vine porque me puse de novio con una chica y ella tenía a su papá trabajando aquí en Petroquímica, y él me dijo que si me venía a Comodoro, me iba a ir bien; iba a tener trabajo como peluquero”.

Daniel finalmente se vino con ellos al sur de la Patagonia, pero a los pocos días se separó de su novia y tuvo que continuar solo. Admite que pensó en volver a Venado Tuerto, incluso compró los pasajes, pero el orgullo pudo más y se quedó, a pesar de que le costó mucho conseguir ese trabajo que tanto añoraba.

“Afloró lo que fue mi vida, porque crecí solo, a los ponchazos. Comodoro era muy diferente, era más chiquito, pero no había manera de encontrar trabajo. Me acuerdo que un día agarré la Yrigoyen, por la izquierda, y no hubo un solo lugar por el que no pasé a pedir trabajo. Crucé la ruta y volví por el otro lado, pero no conseguí nada”.

Pero el destino estuvo de su lado. Daniel consiguió trabajo en una peluquería de la calle Tehuelche, en kilómetro 3. El problema era que nadie lo conocía y no tenía tantos cortes. Pero para rebuscarse trabajó en Hottys como ayudante de cocina, hasta que un día un peluquero con mucha historia lo salvó.

“Apareció en mi vida una persona muy importante, que fue Daniel Landi, el dueño de Peinados Daniel. Él creyó en mí, no me preguntó nada, me dijo si quería trabajar y ahí empecé en Pelos.”

UN PELUQUERO DE LA VIEJA GUARDIA

Durante tres años, Dani trabajó con Landi hasta que sintió que era el momento de ir por aquel sueño que tenía: trabajar en algo que dependiera exclusivamente de él. Así, decidió buscar un local en alquiler y lo terminó encontrando.

“Donde yo trabajaba había una carnicería que se llamaba Pires y ahí encontré a una señora que tenía un salón. Me enteré de que lo iban a alquilar y yo quería abrirme por mi cuenta. Esta calle, por esa época, era muy fea para trabajar, no era un lugar céntrico, pero era lo que había y opté por venir acá. Con esa señora, Rosa, y su esposo, Luis, se generó una amistad y hoy sigo con la hija.”

Peluquería Austral funciona hace 38 años en Almirante Brown y Belgrano. Foto: ADNSUR.
Peluquería Austral funciona hace 38 años en Almirante Brown y Belgrano. Foto: ADNSUR.

Daniel admite que siempre trabajó bien y aún lo continúa haciendo. Ya no corta a niños como lo hacía en el pasado y se dedica exclusivamente a caballeros. Todos los días, abre sus persianas alrededor de las 8:30, cuando llega el primer turno de una jornada que tiene un impasse al mediodía y que se extiende hasta las 8 de la noche.

Asegura que no busca cantidad, sino trabajar por horario, porque eso le garantiza un tiempo prudencial para atender a la gente. “No es cuestión de pensar en cuánto gano o en lo que hago, sino en ejercer la profesión con cariño”, dice con orgullo.

Daniel es de la vieja guardia. Atiende con camisa y zapatos, peinado al detalle, y le gusta el orden y que sus clientes se sientan a gusto. “Soy un tipo que cuida algunas cosas: mis herramientas, que el cliente se encuentre con un lugar ordenado y serio. Eso era muy importante antes y ahora igual. La profesión, como todas, ha ido cambiando. Antes, una peluquería era muy tradicional; el peluquero era un personaje de la ciudad. Hoy es distinto, pero yo doy un servicio y entiendo que los clientes no son de nadie”.

Él mismo, cuando habla, se define como “un peluquero de la vieja guardia”, pero respeta cada estilo. Aún recuerda aquellos años en que presidía la Cámara de Peluqueros, que dependía de la Unión de Peinadores Argentinos, y las capacitaciones que se realizaban trayendo a reconocidos colegas de Buenos Aires. Eran otros tiempos, en que las distancias eran más grandes y todo se aprendía de forma presencial.

“Fuimos creciendo profesionalmente con mucha dedicación a la profesión. Éramos bastante unidos; con esfuerzo, traíamos a los mejores peluqueros de Argentina, y cada uno, con su impronta, fue agarrando lo que pudo".

Daniel siempre corto solo, sabiendo que quería que la peluquería fuese ordenada y tenga un ambiente serio para que el cliente se sienta cómodo.
Daniel siempre corto solo, sabiendo que quería que la peluquería fuese ordenada y tenga un ambiente serio para que el cliente se sienta cómodo.

ENTRE TIJERAS Y LA DIRIGENCIA

Con los años, Daniel descubrió que la vida no era solamente ser peluquero, sino también tener alguna actividad que le hiciera bien. Así, fue dirigente de Huracán, el club donde conoció a sus grandes amigos de la vida, y también se animó a correr, a pesar de que odiaba el deporte.

“Empecé a correr en el club deportivo portugués con Nazario Araujo, por mi hija Lucía. Yo me sentaba en una reposera mientras ella entrenaba, porque odiaba correr. Pero en esa época, el Chino Arturo, que era fotógrafo del Diario Crónica, tenía una posible operación de riñón y le habían recomendado que caminara. Yo le dije: 'Yo te voy a acompañar', entonces él iba por mí y yo por él. Así empecé y después empecé a trotar y, bueno.”

Daniel está agradecido por las cosas que le dio Comodoro y admite: "jamás me hubiese imaginado trabajar tan bien en mi lugar de trabajo y haber podido participar en un club, porque Huracán me dio la posibilidad de estar cerca y me dio mis mejores amigos".

Daniel junto a su hija, Lucía. Foto: Archivo personal.
Daniel junto a su hija, Lucía. Foto: Archivo personal.

Luego de 38 años, Daniel sigue recibiendo a algunos clientes a quienes les cortó el pelo por primera vez cuando aún trabajaba en la otra peluquería. También a hijos y hasta nietos de aquellos clientes que alguna vez pasaron por sus manos.

Con 64 años, sabe que pronto llegará el momento de jubilarse, pero lejos de pensar en el cierre, quiere seguir cortando. “Yo no imagino mi vida sin ser peluquero, porque en la peluquería soy feliz, con lo que conlleva un trabajo que no siempre es "pum para arriba", o lo que te rodea es hermoso, pero yo en mi trabajo soy feliz. Así que, mientras Dios me dé salud, seguiré acá. Pero, aparte, en este país, que también es tan lindo, llegar a ser jubilado es casi un castigo que estamos teniendo las personas que pasamos los 65. Entonces, tengo asumido que voy a tener que seguir trabajando, más allá de que me gusta”.

La charla va llegando a su fin. Daniel recuerda a Enzo y Lucía, sus hijos, también a Marcela, su esposa, y a su pequeño nieto Genaro. Recuerda aquellas revistas de antes, donde se buscaban los cortes que se querían hacer. Es como dice: antes todo era distinto, pero si tuviera que volver a elegir, él volvería a elegir el mismo oficio: ser peluquero.

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