“En la vida nadie tiene el vaso lleno, todos tenemos medio vaso. Después está en nosotros  ponernos a llorar por medio vaso que no falta o agradecer y disfrutar del medio vaso que se nos dio, porque si la plata fuera la felicidad los ricos no se matarían. Entonces la felicidad la tenés que buscar vos, en las cosas que te gustan hacer y disfrutar de eso”. Quien habla es Juan Eduardo Salvo, el histórico vendedor ambulante no vidente de Comodoro Rivadavia. Quienes patean la calle hace años lo conocen. Lo han visto vendiendo alfajores, helados, ropa y bijouterie, ganándose el mango día a día en una ciudad industrial.

Juan tiene 48 años, es comodorense, oriundo del barrio Las Flores, donde vive. Son cerca de las 12 del mediodía del miércoles, el sol pega fuerte cerca del verano y él acomoda el puesto ambulante que montó en la vereda de Garbarino, allí donde hasta hace poco tiempo funcionó la casa de electrodomésticos que dejó la ciudad. 

La gente pasa indiferente, él acomoda sus productos y la vida continúa a alrededor. Alguno se detiene de pasada y lo saluda, le pregunta cómo anda y continúa. Mientras tanto, Juan sigue pendiente de su puesto, acomodando e intercalando orden con su propia publicidad callejera. “Medías, soquetes, par de medias. Que barato le estoy vendiendo hoy, solo por hoy”, dice a viva voz y continúa.

El histórico vendedor ambulante ciego de Comodoro que “hace lo que le gusta y prioriza su felicidad”

Juan es vendedor ambulante desde los 12 años. Cuando terminó la primaria en la Escuela 26, a dónde lo aceptaron junto a su hermano Víctor, tres años mayor y también no vidente, decidió comenzar a trabajar en la calle para ganarse el mango. 

“Yo vengo de un hogar muy humilde por eso salí a trabajar a los 12 años. Éramos 8 hermanos, dos ciegos y un papá que trabajaba de panadero y no le alcanzaba para darnos a todos. Entonces decidí salir a trabajar, y como viajaba a Buenos Aires por el asunto de la vista, descubrí que había personas ciegas vendiendo en la calle, y dije: ‘si ellos lo hacen porque no lo puedo hacer yo’. Así empecé vendiendo alfajores”.

Con 12 años, Juan sintió que podía ganar su plata y comenzó un oficio que nunca más dejó por amor a su libertad. Es que alguna vez tuvo la oportunidad de entrar a la Municipalidad, como su hermano, quien se desempeña en el área de Tránsito, pero él decidió seguir en la calle, en su puesto. 

“Me siento más realizado haciendo este trabajo que yo hago”, dice al respecto. “Si bien es más duro, realmente hago lo que me gusta y siempre priorizo la felicidad. A mi me hace feliz esto; el saludo de la gente, el hecho de no cumplir horarios, que nadie te mande, poder viajar a Buenos Aires a comprar mi mercadería. Entonces soy feliz, porque lo principal lo tengo. Uno que nace con nada; con una casa, un auto y su familia es feliz”, dice con alegría.

Mientras habla, Juan acomoda algunos productos en un bolso. Se acerca la hora del almuerzo y va a ir a su casa a comer con su mujer y sus dos hijos. Mientras hablamos, uno de ellos, Emiliano, pasa dos segundos por el puesto, le pregunta si va a ir a tomar unos mates, y prometen encontrarse en su hogar, allí en Las Flores, donde creció.

SIN PREGUNTAS PERO CON UN HORIZONTE

Juan es ciego, como él mismo se define, de nacimiento. Cuenta que cuando nació veía un poco, borroso, pero luego todo se apagó. “Nací con un restito de visión, pero se me fueron muriendo las células de la retina y con el tiempo se fue apagando todo. Ahora lo único que tengo es una visión de luz, otra cosa no tengo, pero lo bueno es que nunca me detuve a pensar por qué. Sé que la vida es así. Siempre sentí que era una persona muy afortunada, porque la felicidad se da en lo que vos vas pasando, no lo que podés hacer”.

Su enfermedad es genética. Su hermano Víctor también padece el mismo trastorno, al igual que Emiliano, su hijo, quien realiza fletes y es DJ. Agustín, quien se dedica a la mecánica, en cambio no tiene problemas de visión. Mientras que su pareja también es ciega.

Cuenta Juan que a su esposa la conoció gracias a su trabajo. Por su ceguera toda la vida había estado rodeado de chicas no videntes, sin embargo, él no quería involucrarse con alguien de su misma condición, hasta que la conoció a ella en el kiosco que tenía en el interior de la terminal de colectivos. 

“Son cosas de la vida, porque uno se propone cosas, pero a veces salen diferentes. Yo estudié con chicas ciegas pero nunca quise involucrarme porque yo quería tener un auto y pensaba ‘mi señora me va a tener que manejar’, entonces no quería eso para mi. Pero un día ella pasó a comprar y se dio con ella, el resto pasó al segundo plano y acá estamos, 26 años juntos”. 

El vendedor está orgulloso de la relación que construyó con esa chica de Rawson que hoy es la madre de sus hijos, y no duda en afirmar que es su mayor fortuna. “Creo que es una de las piezas fundamentales en la vida es tener una pareja que piense lo mismo que vos, tenga tus mismos ideales y tire para el mismo lado, porque de eso se trata la felicidad, porque es la persona que más compartís en la vida. Dios me iluminó en eso, creo que mi mayor fortuna es mi esposa”, dice con orgullo.

Amante de la libertad, Juan asegura que uno es libre cuando aprende a “trabajar, a ganarse su propio dinero y moverse solo”. Por eso, siempre buscó salir adelante por sus propios medios. Está filosofía de vida también se la transmitió a los suyos, primero a su pareja y luego a Emiliano, quienes hoy trabajan en diferentes emprendimientos. 

“A mi mujer cuando la conocí le prometí que la iba a llevar a conocer la verdadera felicidad, que es que vos te valgas por tus propios medios en la vida. que vos sepas caminar, andar, moverte para todos lados, hacer lo que vos quieras y tener tu libertad, porque la libertad la aprendé el ser humano cuando aprendé a trabajar, a ganarse su propio dinero y a moverse solo. Así que le enseñe a hacer lo mismo que hago yo: comprar y vender, solo que le fue mejor porque tiene un puesto de ropa dentro de una galería. Con Emiliano fue más o menos igual, porque cuando los chicos de su edad empezaron a salir, a ir a la matiné, yo note que él quería hacer algo por la vida, salir de joda y tener su dinero, entonces le compre un equipo de sonido para que vaya a la fiesta, disfrute la fiesta y se venga con plata de la fiesta. Empezó a crecer y ahora realiza sus propios eventos. Tiene su propio salón de eventos, y en la pandemia que nos afectó a todos, se reinventó, se buscó un chofer y se puso a hacer fletes con una camioneta que se había comprado. Entonces en la semana hace fletes y el fin de semana sonido”, cuenta con orgullo. 

Libertad resume en parte la vida de Juan. El manejarse por sus propios medios, disponer de sus propios horarios y tomarse vacaciones cuando quiere. Dice que enero es casi religioso, después de Reyes desaparece de la calle y se va de vacaciones. Le gusta El Bolsón, Las Grutas y cualquier lugar donde pueda descansar para luego volver a su puesto, algo que cree que nunca dejará. 

“Hasta el último día voy a seguir, no creo que deje de hacerlo. A mi me motiva hacer esto, tener mi propia plata, porque disfruto cuando la estoy haciendo y cuando la gasto también”, dice entre risas. "Por suerte siempre vendí bien, soy de esas personas que sale todos los días a trabajar y siempre vuelve con algo. No sé lo que es salir a vender y no vender, y gracias a Dios puedo tener mis cosas: mi casa, un auto y hasta me compre una chacra entre Trelew y Rawson para mis últimos días. Entonces el día que no quiera salir a la calle, me gustaría alquilar todo y poner un criadero o vender plantas, tener algo que me genere algo para poder hacer cosas, porque es uno de los motores que me genera felicidad; ir a un lugar, armar mi puesto, ponerme a tomar mates, vender y conocer otras realidades”, cierra Juan, el vendedor ambulante que eligió su libertad y se convirtió en un personaje urbano de la historia de la ciudad. 

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