El 11 de septiembre de 2001, por cosas del destino José Bahamonde estaba en New York. Esa mañana, el patagónico, oriundo de El Bolsón, descansaba junto a sus compañeros, después de haber trabajado toda la noche haciendo el mantenimiento del puente colgante Williamsburg, que une la ciudad de Nueva York con la isla de Manhattan, cuando se desató el caos.

A 20 años del atentado que dejó una huella en la historia del Siglo XXI, José dialogó con Jornada, y recordó cómo vivió ese día.  

“En ese momento, escuchamos el griterío de gente que corría para todos lados. Muchos vinieron hacia el lugar dónde estábamos y comenzaron a trepar para escapar del humo y el pánico. Preguntamos qué pasó y nos dijeron que un avión se había estrellado contra los edificios. Mi primera reacción fue pensar que había sucedido algo similar a lo ocurrido años atrás contra el emblemático Empire State, cuando fue impactado por un avión pequeño, de un solo motor, y luego se encontró al piloto y al motor dentro del edificio. Me imaginé una locura similar. Sin embargo, pasado el tiempo, me fui dando cuenta de la magnitud de aquel atentado donde murieron casi 3 mil personas”, admitió.

Bahamonde cuenta que desde una terraza veía “la nube de humo que se iba esparciendo con el viento hacia el lado de Brooklyn”, mientras llegaba la versión de que otro avión había impactado contra el Pentágono. 

“Para entonces, ya se estaba transmitiendo en televisión y hasta pudimos ver imágenes de los cuerpos cayendo. Hubo otro impacto y se derrumbó una de las torres. Decían que también iba a caer la torre que tenía la antena, no podíamos dar crédito a lo que veíamos. Estábamos confundidos, sin interpretar cabalmente quién era el enemigo y cuál era el plan de ataque; aunque no pasó mucho tiempo hasta que mostraron imágenes de Bin Laden y el grupo Al Qaeda, comiendo con las manos en una cueva al estilo árabe. Al principio, no nos causaba rechazo, sino algo comparable con aquellos forajidos a quien uno le encuentra su lado positivo: atacó al monstruo con los elementos más rudimentarios y logró escapar parecía ser el mensaje”.

Según contó, luego del ataque todo cambió en esa ciudad. “Todos comenzaron a despertar un sentido de vigilancia. Incluso, a los que trabajábamos en los puentes nos comenzaron a revisar a diario y a preguntarnos quiénes éramos y de dónde veníamos antes de dejarnos entrar. Veinte años después, vemos que la paz todavía no reina”, sentenció.

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