Marta nunca va a poder olvidar ese día que empezó todo. Tenía solo 24 años, estudiaba para contador público y disfrutaba de su juventud con amigas. Pero ese día cuando despertó, sintió que algo era distinto en su cuerpo. Estaba hinchada, desde los párpados hasta los cachetes, los brazos, los pies y los ojos. “Apenas podía abrirlos”, recuerda 19 años después.

Enseguida se fue al médico con su madre. Como ya había visto varios especialistas por un problema similar, decidió ir a la guardia del Hospital Regional y buscar respuestas en la salud pública.

En el nosocomio la atendió el doctor Cipriani, quien estaba de guardia. Al ver sus análisis, el médico enseguida supo qué le pasaba y fue determinante. “El doctor vio mi historia clínica y me dijo que tenía ‘una insuficiencia renal galopante’ y que me tenía que internar. Le dije que tenía que ir a mi casa a bañarme y buscar mis cosas, y me acuerdo que dijo que vaya, pero si no volvía me iba a mandar a buscar con la fuerza pública, con la policía”.

Marta asegura que no podía creer las palabras que salían de la boca del médico. En el último tiempo había visitado varios profesionales, principalmente ginecólogos, porque tenía un problema similar.

“Yo le decía que no podía ser, si había ido al médico porque venía con algunos síntomas. Me compraba un jean para salir a la noche, a la mañana le quedaba perfecto y a la noche no me entraba. Entonces fui a hacer algunas consultas”.

Producto de esa situación, a Marta la operaron de un quiste. Sin embargo, no fue la solución a sus problemas. Con 24 años, admite que tenía mucho miedo; ella lloraba, su madre lloraba y la vuelta a casa fue contándole a su papá lo que sucedía. Por supuesto, ese día volvió al Hospital Regional sin imaginar que iba a comenzar una lucha que nunca más terminó.

EL INICIO DE TODO

Marta esa noche quedó internada. La ubicaron al lado de una ventana, querían que esté relajada para que le puedan sacar el líquido que tenía acumulado. El doctor Tedesco fue el especialista que la atendió. Le informó que le iban a hacer una punción renal e iba a quedar internada.

Durante esos días, toda su familia se turnó para acompañarla. Su mamá, su papá, su hermana Soledad y sus tíos. Mientras tanto, se evaluaba su traslado a Buenos Aires.

Ella tenía mucho miedo. Sin embargo, el papá de una amiga, el ex senador Marcelo Guinle quien también tenía problemas renales, un día la llamó para hablar con ella. “Él me dijo que todo tenía solución y que me iba a ir a Buenos Aires. Nos fuimos con mi mamá y me envió con su médico”.

En el Hospital Italiano finalmente le hicieron la punción renal. El proceso fue largo, duro, pero siempre contó con el acompañamiento de su familia, quienes la sostuvieron en los peores momentos.

Finalmente, Marta volvió a Comodoro, pero tuvo que seguir cuidándose. Para poder combatir su enfermedad se sometió a una dieta estricta, donde lo único que podía comer libre era berenjena. Para colmo de males, las drogas eran muy invasivas y ella perdía mucho peso. “Pesaba 53 kilos, no me podía sostener sola en la ducha, mi mamá me bañaba en una silla. La verdad pensaba que me iba a morir, que no había otra opción”.

Cuenta que sabía que lo venía era duro. Veía que los remedios no daban los resultados esperados y que, tarde o temprano, iba a entrar en diálisis. Para atravesar el proceso de la mejor manera buscó ayuda psicológica y, tal como pensaba, finalmente entró a diálisis, algo que le trajo alivio.

“Me acuerdo que ese día entré con ayuda de la psicóloga. Ella me acompañó. Entré en silla de ruedas y salí caminando. Me pusieron un catéter en el cuello porque las fístulas no me daban resultado. Por eso diálisis no lo tomé como mucha gente que dice que salís re mal, porque para mí fue mi salvación, la máquina como los profesionales que me atendieron, desde Mercedes Coombes, Tedesco y muchas enfermeras buenas”.

Durante seis años, la joven se sometió a diálisis. Los lunes, miércoles y viernes iba a un centro médico y durante tres horas se dializaba. A la distancia asegura que se sentía bien a pesar que a veces salía descompuesta.

A pesar de lo que le sucedía Marta siempre miró para adelante. Trató de llevar una vida normal, compartiendo con amigas y trabajando en el multirubro familiar de Lisandro de la Torre y Patricio que instaló su padre para que trabaje con su hermana. 

Mientras estaba en diálisis, conoció a Dani, que luego se convertiría en su esposo. Admite que al principio no quería saber nada. Sabía que su estado de salud era complejo y no quería contárselo, hasta que un día se animó y su respuesta la sorprendió. “Me dijo que no pasaba nada, que su vecino estaba trasplantado hacía 10 años y estaba re bien. Eso me alivió”. Su esposo fue fundamental en todo su proceso. 

Marta afirma que siempre la acompañó y se adaptó a lo que necesitaba. Así, las vacaciones eran en lugares donde había centros de diálisis, no hubo luna de miel e incluso el día de su casamiento se dializó.

Por ese entonces ya evaluaba trasplantarse, incluso había participado de dos procedimientos, pero no era su momento. La primera vez viajó a Buenos Aires de urgencia y le dijeron que el órgano era compatible pero tenía un virus que podía sanar, pero ella no se quiso arriesgar. La segunda vez, cuando iba a tomar el vuelo a Buenos Aires la llamaron para decirle que el órgano había sido dado de baja.

Tras ese segundo operativo, su marido y la doctora le recomendaron que se trasplante, que no deje pasar más tiempo y aproveche la compatibilidad con su madre. Así, finalmente, luego de seis años de diálisis, mucha angustia y miedo, Marta aceptó el trasplante.

La intervención. Ambas se recuperaron enseguida, pero a los 20 días Marta tuvo un rechazo. Así, durante tres meses tuvo que quedarse en Buenos Aires, pero logró superar el proceso y su cuerpo aceptó el órgano.

SU SEGUNDA LUCHA

Este domingo, Marta cumple 43 años y por supuesto no será un día más. Es que desde ese día que fue al Hospital Regional todo es muy diferente para ella y su familia. Pero además, porque hay un ingrediente especial, Milo, su hijo, este mes cumple 5 años y lo celebrará con los colores del equipo del que es hincha, River Plate.

Esto no es un dato menor, ya que Marta no podía ser madre. Sin embargo, el destino estuvo de su lado y, así como venció la insuficiencia renal que padecía, también pudo vencer un diagnóstico adverso para concebir. 

“Esa fue mi segunda lucha”, cuenta con orgullo. “Mi doctora de trasplante no quería saber nada, porque podía perder el riñón y era peligroso, pero yo insistía en que quería ser mamá, y me fui hasta la Catedral de la virgen de la medalla milagrosa y pedí que por lo menos me dejaran intentarlo, y a los tres meses la doctora abrió un ateneo para que me dejen intentar ser mamá”.

Esta segunda lucha no fue fácil para ella y su familia. Para avanzar en el tratamiento ella tuvo que volver a Buenos Aires a cambiar su medicación y hacer todos los estudios que aprueben la posibilidad de un embarazo. 

Tras un mes en capital, volvió al sur y comenzó a ponerse inyecciones para poder fecundar. Sin embargo, no todo salió como esperaba y tuvieron que operarla por unos quistes que le aparecieron en el ovario. Tras ese procedimiento, los médicos le indicaron que no iba a poder ser madre. Su aparato reproductor estaba dañado por tantas intervenciones. Marta se resignó y entendió que no iba a poder cumplir su deseo.

Cuenta que tras ese diagnóstico, decidió irse de viaje con su hermana y sus sobrinas, pero se sentía muy cansada. Así, cuando volvió se hizo estudios y le detectaron una bulla en el pulmón. 

“‘Siempre una nueva’ decía. Me pasaban todas. Como me detectaron la bulla me tuve que ir con Dani por tierra a Buenos Aires. Me acuerdo que lo hacía parar en todas las estaciones de servicio para hacer pis, y cuando llegamos a Buenos Aires y me vio el cirujano, hablaba tres palabras y me tenía que ir al baño. El doctor, que así no me podía atender, me pidió que vaya a ver a un nefrólogo al frente. Cuando llegué las chicas de nefrología me vieron mal y buscaron un médico de guardia, y cuando me atendió me dijo ‘vos estás embarazada’”.

Marta cuenta que lloró, y le contó al médico que no podía tener hijos, le pidió que no le diga eso, mientras tanto, su esposo trataba de tranquilizarla. No era para menos, el dolor de no poder ser madre todavía no lo canalizaba.

El profesional, sin embargo, estaba convencido del diagnóstico y le pidió una ecografía por embarazo. “Yo pensé que era… de todo” dice Marta sobre lo que le pasó en ese momento y recuerda: “Dani quería entrar conmigo a la ecografía pero yo no quise, pensé que era un cólico renal u otra cosa, pero cuando me puso el ecógrafo en la panza se sintió el latido del corazón, y me dijo: ‘estás embarazada’”.

Cuenta que lo primero que preguntó era si el bebé estaba entero. El ecógrafo le respondió que sí y enseguida hizo pasar a Dani, su marido. Estaba de seis meses.
Su preocupación era si el bebé estaba bien. Ellos habían llevado una vida normal, sin mayores cuidados, pero toda la gestación iba de maravillas. 

Marta y Dani finalmente volvieron a Comodoro, estuvieron con su familia dos semanas, y después Marta volvió a Buenos Aires, donde nació Milo, ya que por ser de alto riesgo debía nacer por cesárea y con supervisión del equipo de trasplante. 

A la distancia Marta se siente bendecida, sabe que tuvo que superar una larga lucha, pero pudo cumplir su sueño de ser madre. “Siento que la vida te pone pruebas y que hay que tener fe. Ahora estoy bien, hace un mes y medio me hice una punción renal y estoy bien de salud, y eso es fundamental porque tengo que estar bien de salud para cuidarlo a él, para que lleve una vida tranquila y feliz”, dice con una sonrisa en el rostro.  

Seguramente este domingo será un cumpleaños para ella, un día especial junto a su familia, su marido y su hijo, el mejor regalo después de este largo proceso.

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