La fotografía como un cable a tierra: "Registrar momentos que creía perdidos, me ayudaron a recuperar emociones"
Amelia Delfino es artista y toma a la fotografía como un instrumento que le permite atrapar momentos, mantener viva la memoria y captar sentimientos en los que en alguna vez dejó de creer. La cámara le dio la oportunidad de maravillarse otra vez y nos cuenta cómo fue su transformación en este episodio del podcast ¿Cuál es tu gracia? de ADNSUR.
“Registrar momentos que yo creía perdidos me ayudaron a recuperar ciertas emociones. Me obsesionaban cosas en las que había dejado de creer y las fotografiaba. Si veía una pareja mayor de la mano en la playa no paraba de hacerles fotos”, relató Amelia, Delfino fotógrafa comodorense que en una entrevista con ADNSUR compartió su experiencia a través de los años.
Hacer una foto en la actualidad es una de las acciones más simples y comunes de la humanidad. Millones de celulares guardan imágenes de todo tipo y algunas simplemente quedarán archivadas en la memoria de algún dispositivo y jamás verán la luz del sol. Se fotografía compulsivamente y casi de manera inconsciente, aunque esto no significa que todos vivan esta práctica de la misma forma.
Su casa estudio tiene una superficie pequeña pero la suficiente para que se convierta en living o estudio fotográfico según lo requiera la ocasión. Al ingresar es difícil detener la mirada en un solo lugar ya que cada objeto se roba la atención del otro.
Al fondo hay un perchero con vestidos de otra época y valijas que parecen esperar un próximo viaje. Fotos colgadas, espejos y objetos antiguos están dispersos por todos lados y contrastan con las paredes como explosiones de color.
El retrato de su perra Simona con la lengua afuera despierta sonrisas y sus patas extremadamente fuertes contra el cuerpo son un llamado a la realidad. Así comenzó la charla, entre lengüetazos, saltos y los mates que cebaba Mariano Huberty, el compañero y socio de Amelia.
La entrevista transcurrió como quien pela una cebolla, pero de adentro hacia afuera, de las capas más profundas a las más mundanas.
LO TERAPEUTICO DE UNA CÁMARA
La fotógrafa reconoció que tuvo una época negativa en su vida y que la cámara la ayudó a reconectarse de otra manera: “Me ayudó a conectarme con la naturaleza, a querer el espacio que me rodea y a sentirme parte también, y eso es algo muy necesario”.
La cámara le dio la oportunidad de maravillarse otra vez. El hecho de sentarse en una playa y observar a detalle las formas de las piedras. Mirar el crecimiento de un botón de oro o descubrir un coirón diferente a los demás.
A través de un visor descubrió lugares y también personas, y allí el abanico se abrió y esa experiencia de búsqueda personal se multiplicó a una tarea con otras mujeres. Allí surgió “Nosotras” una actividad colectiva que devino en una posterior muestra fotográfica.
“Compartimos con mujeres un espacio para contarnos y cuestionarnos cosas. Hablar sobre estructuras y experiencias y allí con la cámara como excusa realizamos un proceso colectivo”, relató Amelia
Fue así que lo privado se convirtió en un trabajo con otros y este proceso se trasformó en un hecho artístico.
LA FOTOGRAFIA COMO DOCUMENTO Y PATRIMONIO
Actualmente la fotógrafa trabaja en la “Fototeca de Comodoro Rivadavia” que depende del Archivo Histórico de la Secretaría de Cultura del Municipio local. Allí puede desplegar todos sus conocimientos fotográficos y seguir aprendiendo sobre todo este mundo que tiene que ver con la fotografía como documento y patrimonio de una comunidad.
“Hay que entender a la fotografía como un documento que habla de lo que pasó, de cómo pasó, de cómo la gente se vestía, de cómo eran los espacios, los medios de transporte, etc”, dijo Amelia.
Amelia disfruta cuando hace salidas por la ciudad y sus alrededores. Descubrir espacios abandonados que forman parte de la historia de Comodoro Rivadavia se convirtió en expediciones llenas de aventuras que comparte siempre con Mariano y sus amigas.
“Estos espacios abandonados atraen. Cuando los explorás te cuesta separarte de esa sensación casi misteriosa. ¿Qué pasó acá? ¿Qué pensaban las personas que habitaron el lugar, como se vestían, como soportaban el frio?”, rememoró la fotógrafa.
Cada salida se convierte en un interrogante y si fueron a una vieja estación de tren buscan información sobre la misma en libros e investigan más profundamente sobre el lugar.
“Habitualmente volvemos a estos lugares y armamos escenas fotográficas en estos espacios”, comentó Amelia.
El entusiasmo la desborda, se le nota en el tono de voz que usa, en cómo se le mueven los ojos cuando habla de su trabajo. Para ella cada material fotográfico que pase por sus manos es un tesoro. Es la fotografía la que liga todos los ámbitos de su vida.
EL ESTUDIO COLOR COIRON
Junto a su compañero Mariano Huberty emprendieron la aventura de armar un estudio fotográfico para ofrecer servicios innovadores a los clientes.
“Mariano es docente y un fotógrafo muy experimentado y junto a él aprendo otras gamas de la fotografía. Tenemos diferentes particularidades y nos complementamos en el trabajo muy bien”, destacó Ame.
“Ame”, así le dice Mariano cada vez que la nombra con este diminutivo cargado de mucha admiración hacia su compañera y colega.
Lo que destaca a Color Coirón son las sesiones patagónicas. Muchas veces trasladan el estudio al campo. Transportan luces, cámaras, pantallas y vestuarios para pasar una tarde en el campo y realizar las fotografías de una cumpleañera por ejemplo.
“La personas se sorprenden porque hacemos sesiones en lugares que no conocen y se vuelven muy contentos. Trabajamos, creamos un recuerdo y la pasamos bien”, comentó la fotógrafa.
Los fotógrafos tienen una tendencia casi melancólica. Guardar momentos en una imagen y atesorarlos.
“Mi papá fue el primero que apareció con una cámara y nos obligaba a pegar las fotos en álbumes. Nos pasábamos horas haciendo eso. La fotografía me mantiene ligada a él”, expresó con añoranza.
Finalmente, reconoció a la fotografía como un disparador único y recomendó a que todos que vivan esta experiencia.
“Todo el tiempo trato de rescatar momentos e historias de mi familia. Es como entrar en un túnel donde recordás hasta los olores”, expresó Amelia.
Simona estaba inquieta dentro de la casa hasta que encontró su lugar en un sillón rojo. Un gato circulaba como flotando en la mesa de la cocina. Los mates ya estaban casi fríos y así la entrevista llegó a su fin.
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