La empresa de Comodoro que construyó pueblos por toda la Argentina y que hoy no existen
Se fundó a finales de la década del 50 y su administración original funcionó hasta 1994, cuando entró en concurso de acreedores. Edilsud fue una empresa emblemática del Comodoro de antes y construyó villas, llave en mano, por todo el país, fabricando cada uno de los insumos en un galpón del barrio Industrial.
Quizás alguna vez escucharon hablar de Villa Alicurá, un pueblito de Neuquén que fue creado para albergar a las familias de los trabajadores que construyeron la represa homónima, sobre el cauce del río Limay. Quizás, alguna vez escucharon hablar de Planicie Banderita, otra villa que nació para la construcción de lo que hoy es el Complejo Hidroeléctrico Cerros Colorados. Son los pueblos argentinos que ya no existen, aquellos campamentos que fueron creados con un fin específico y luego desaparecieron; villas que tuvieron y tienen el sello “Hecho en Comodoro”, en virtud que cada tuerca, tornillo y panel de ese lugar se movió desde esta parte del sur del país.
Nicolás Acevedo fue testigo de la construcción de cada uno de esos pueblos. Con 79 años, recuerda con lujo de detalle cada lugar, la cantidad de casas que se instalaron, sus características y cómo fue transportar todo el material desde el sur de la Patagonia a otros sitios de Argentina.
Mientras habla con ADNSUR piensa y aparece Salta, también Río Negro, y todo con un detalle que asombra. Nicolás fue empleado de la vieja Edilsud, aquella empresa que marcó una época en Comodoro y en todo el país, sino basta con ver aquellos rincones de Comodoro y Rada Tilly que aún hoy guardan vestigios del gran trabajo que realizó esa firma; pequeñas casas con un sello único que las hacen inconfundibles.
MÁS ALLÁ DE LA PATAGONIA
Edilsud en su administración original funcionó desde 1958 a 1994, dice Acevedo, y fue creada por Bozo Reversky, un croata que llegó a Comodoro escapando de la Segunda Guerra Mundial.
Nicolás, quien lo conoció de cerca, cuenta que primero llegó a Buenos Aires refugiado en un barco y luego vino a Comodoro, a aquella ciudad en la que se escuchaba que había mucho trabajo.
Bozo era tornero de oficio y le llamaban la atención aquellos tráileres que llegaban de otros países para alojar trabajadores. También sabía que tenía que formar su propio futuro, y un día se animó a intentar construir uno el mismo.
Cuenta Nicolás, que una tarde Bozo se acercó a una carpintería atendida por inmigrantes italianos, le preguntó a los dueños si le prestaban las máquinas para trabajar y comenzó con su proyecto, acompañado por un carpintero chilote que le hizo los primeros tirantes.
Su primer trabajo fue para un yanqui, recuerda Nicolás, al rememorar aquellas largas charlas que tenían sobre los inicios de la empresa. “Él me lo contaba y se emocionaba. Me dijo que se acercó y le comentó al yanqui que sabía hacer casillas. Él le dijo que estaba necesitando un par y le propuso: ‘si me hace tres, en un mes después le encargó 9 más’. Bozo no tenía un peso, pero dios lo ayudó y el yanqui le pagó las tres casas enseguida”.
Eran otros tiempos, donde la palabra empeñada era el mejor escribano al momento de hacer un negocio. El croata cumplió con el trabajo y al mes entregó dos casas, mientras que a una tercera estaba por finalizarla.
Con el nuevo encargo y el dinero pagado, el hombre alquiló un predio frente al Liceo Militar General Roca y dio inicio a la empresa que iba a llevar el nombre de Comodoro por distintas partes de Argentina.
LOS INICIOS DE UN SUEÑO
Por supuesto Bozo comenzó de abajo. Primero con la construcción de tráilerS, hasta que un día YPF le pidió una vivienda para plaza Huincul. Más tarde llegaría la construcción de Planicie Banderita, el primer pueblo llave en mano que la empresa armó.
Nicolás comenzó a trabajar en la compañía en 1973 gracias a la recomendación de Ramón Salgueiro, uno de los propietarios de Sagosa, el histórico corralón de materiales de la avenida Polonia.
Por ese entonces tenía solo 30 años y había viajado desde el partido de Esteban Echeverría (hoy conocido como Ezeiza) a Comodoro para visitar a su hermana.
Nicolás recuerda como si fuese hoy aquella tarde en que su vida iba a cambiar para siempre. “Mi hermana se había mudado a Comodoro con su marido y yo venía a visitarla. Como era maestro mayor de obra iba a comprar a Sagosa. En ese entonces el Gallego recién empezaba, era muy conversador, muy buena persona, y un día me dice ‘yo lo conozco’. Nos pusimos a conversar, le dije que era de San Martín y le conté que estaba trabajando en un colegio. Resulta que era el lugar donde él había estudiado. Me dijo ‘venite a Comodoro flaco, no te vas a arrepentir. Hay una empresa que hace casas transportables y trabaja muy bien, y me enteré que necesitan un jefe de obra como vos’. No me dejó ni pensarlo y agarró el teléfono, lo atendió el jefe de fábrica y le dijo que tenía al muchacho que ellos necesitaban”.
Al otro día, Nicolás se presentó en Edilsud, tuvo la entrevista y fue contratado full time. Su nuevo jefe quería que comience enseguida. Sin embargo, él puso una sola condición: comenzar en 15 días para dejar todo arreglado en Buenos Aires.
Nicolás recuerda con nostalgia y alegría sus años en la empresa. Al gerente Andrés Vanderghen al contador Néstor Ruiz, pero también al jefe de fábrica, Osvaldo Sorzona, al igual que a sus compañeros, Alberto Tolosano, Héctor Sánchez, entre otros.
Es que juntos fueron parte de la época de gloria de la Edilsud, aquellos años en que fue proveedora de Energía Atómica, Obras Sanitarias en Chubut, el Ente Provincial Pampeano e Hidronor, la empresa que construyó el complejo hidroeléctrico El Chocón - Cerros Colorados para regular los caudales de los ríos: Limay, Negro y Neuquén y generar energía eléctrica.
“Llegamos a trabajar 120 personas por toda Argentina. Montamos viviendas para el Ente Provincial Río Colorado, en Cuchillo Có; también hacíamos pabellones para Gendarmería, porque custodiaban la planta de uranio de Energía Atómica. El primer campamento que armamos tenía pabellón, vivienda y un laboratorio especial, todo con un tipo especial de acero inoxidable. Llegamos a ser 120 personas trabajando, imaginate que en cada puente donde está Senasa hay una casa de Edilsud”.
Lo que dice Nicolás lo respalda con documentos, antiguas planillas donde figura cada una de las construcciones que realizó la empresa. Así se puede encontrar una vivienda transportable con cochera para Planicie Banderita o un aula transportada a pedido del Ejército para Paso de Indios, una Unidad Habitacional para Hidronor en Neuquén o un edificio de viviendas para YPF en Santa Cruz.
Se trataba de viviendas o unidades habitacionales que luego iban a dar vivienda a cientos de familias que iban a dedicarse a la construcción de una obra en particular. “Imaginate que era gente que iba con su familia a vivir a un lugar donde no había nada y donde iba a convivir con 800 desconocidos. Las empresas les daban todo. Había escuela primaria, hospital, un campo de deporte y algunas casas se entregaban hasta amobladas, y todo eso lo hacíamos nosotros porque para ellos era barato Edilsud; tenía cocinas de primera calidad, termotanques, calefactores, y las casas eran térmicas, revestidas con techo de aluminio y doble cielo raso si hacía falta por mucho frío o mucho calor”.
Como cuenta Nicolás, era llevar un pueblo en camiones, construirlo y darle vida a un lugar, una aventura con curvas difíciles y pendientes casi imposibles para llegar a remotos sitios de todo el país.
“Llevábamos todo, hasta las cortinas del baño le pusimos en Planicie Banderita. Después esas casas, cuando se terminaban las obras, se trasladaban. Todo se recuperaba, no se tiraba nada. Nos llevábamos la casa y después íbamos a otro lugar y en mediodía armábamos la casa de nuevo. Pero no solo armábamos casas, también armamos hospitales, armamos uno de 1450 metros cuadrados con 14 salas de internación y baño privado, dos quirófanos y pasillos esterilizados bajo normas. Nos inspeccionaban todo, porque tenía que ser todo aséptico. Eran 36 módulos transportables”.
La época de oro de Edilsud se extendió hasta la década del 90, cuando llegó el ocaso. Su cierre, asegura Nicolás, forma parte de las “cosas de la historia de Argentina”.
“En plena guerra de Malvinas, Energía Atómica dejó de pagar la certificación y era un montón de plata. Imaginate que las viviendas las armábamos completas. Después armamos unas viviendas para el Ejército pero jamás pagaron, y con los años la empresa terminó entrando en convocatoria de acreedores”.
Cuenta Nicolás que el mayor acreedor era la empresa que le vendía las chapas durlock. La misma finalmente se quedó con la compañía, pero luego la vendió y terminó en manos de un reconocido grupo empresario de Comodoro. Pero nunca nada volvió a ser igual.
Con el tiempo, quienes construyeron esos campamentos y viviendas fueron contratados para desarmarlas y los pueblos quedaron en el olvido. Bozo, por su parte, se radicó en Olivos, donde tenía un departamento con su esposa. No había tenido hijos. Así su historia en la ciudad terminó.
“Fue una lástima todo lo que pasó", afirma Nicolás con nostalgía. "Nosotros éramos felices trabajando para esa empresa porque te daba todo, pero lo mejor que te daba era la libertad en tu trabajo y conocimos el país construyendo casas”.
Nicolás aún recuerda la última vez que vio a Bozo, aquella tarde en que le dijo una frase que sintetizó su suerte: “‘Acordate una cosa muchacho, el único que se funde en la República Argentina es el que trabaja’. Con eso me dio a entender que lo fundió el Estado que no le pagó el cuartel y Energía Atómica que tampoco le pagó. Una lastima”, sentencia el hombre que recordó aquella antigua empresa que marcó una época de un Comodoro distinto.